CAPITULO XI

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Con uno de aquellos "monstruos" menos, Jungkook se sintió un poco más ligero, aunque el ambiente seguía impregnado de un terror palpable. Los sollozos de los Lee eran lo único que se podía escuchar en aquel lugar, un eco desgarrador que resonaba en sus oídos.

—Bueno, vamos a continuar. ¿Quién será el siguiente?— dijo Jungkook, deteniéndose frente a ellos y llevando una mano a su barbilla, como si reflexionara sobre su próximo movimiento.

—Lee Mingk, vamos contigo. Dejaré a tu querido primo para el final; será mi último regalo— anunció, mientras el joven comenzaba a negar frenéticamente, sus lágrimas fluyendo en un torrente de desesperación.

—Tranquilo, tu muerte será más rápida— respondió Jungkook con una sonrisa fría, disfrutando del miedo que emanaba de su víctima.

Se acercó a una silla de metal que había cerca y la acomodó justo frente a la mesa donde tenía dispuestos todos sus instrumentos de tortura. Luego, desató a Mingk, dejándolo caer como un peso muerto contra el suelo. Sin esfuerzo, lo agarró de los brazos y, como si fuera una muñeca, lo llevó hasta la silla. Lo sentó con firmeza y ató sus manos y pies a la estructura metálica, dejándolo completamente inmóvil.

—Vamos a probar uno de los grandiosos inventos de tu querida madre— dijo Jungkook, su voz resonando con un tono burlón que hacía eco en la oscura habitación. Mingk estaba temblando de miedo, cada palabra de Jungkook era como un golpe en su pecho. Escuchar los gritos ahogados del profesor, que se filtraban a través de las paredes, era como una sinfonía de horror que lo mantenía al borde del colapso. El olor a piel quemada se entrelazaba con el aire, un hedor nauseabundo que le revolvía el estómago y lo llevaba al límite de su resistencia.

Tener los ojos vendados solo aumentaba su angustia; la oscuridad era opresiva y cada sonido se amplificaba, convirtiendo lo que antes eran simples ruidos en amenazas inminentes. Quería gritar, suplicar por su vida, pero la cinta que le cubría la boca se lo impedía, convirtiendo su desesperación en un grito mudo. La impotencia lo consumía, y la angustia se acumulaba en su pecho como un peso insoportable.

Mingk sintió que su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho. Tenía ganas de vomitar; un retortijón de náuseas subía desde su estómago, amenazando con desbordarse en cualquier momento. Incluso creyó haber perdido el conocimiento del miedo, un desmayo que lo habría liberado momentáneamente de la horrible realidad que lo rodeaba. Pero la dura realidad lo mantenía atrapado, cogido de la mano con el terror. Se arrepentía severamente de lo que había hecho, de las decisiones que lo habían llevado a este punto.

—Bueno, aquí vamos— dijo Jungkook con una sonrisa siniestra, mientras agarraba un frasco de metal que contenía un ácido corrosivo. Con unas pinzas, sujetó un pequeño recipiente de metal y lo llenó cuidadosamente con aquel líquido peligroso.

Poco a poco, Jungkook comenzó a verter el ácido sobre las piernas de Mingk. Los gritos no tardaron en llegar; un sonido desgarrador que resonaba en la habitación. Mingk se retorcía en la silla, incapaz de encontrar alivio, mientras el dolor se intensificaba con cada gota que tocaba su piel. Las lágrimas caían de sus ojos como cascadas, brillando con la luz tenue del ambiente, mientras su mente luchaba por aceptar la realidad de lo que estaba sucediendo.

—Un poquito más— ordenó Jungkook, su voz cargada de un deleite perturbador. Con una sonrisa cruel, volvió a llenar el recipiente con el ácido y comenzó a verterlo lentamente sobre el pecho y los hombros de Mingk. Cada contacto del líquido ardiente era como un rayo de fuego que atravesaba su carne, y el grito de Mingk se transformó en un lamento desgarrador, un eco de su sufrimiento.

Continuó con el proceso, dedicando tiempo a cada parte de su cuerpo, disfrutando de la agonía que infligía. Los brazos, las piernas, el abdomen y el pecho de Mingk se convertían en un paisaje desolado de carne viva, donde la piel se arrugaba y burbujeaba bajo el ácido. La sangre comenzaba a brotar, mezclándose con el líquido corrosivo, creando una obra de arte macabra que fascinaba a Jungkook.

La última Bala (Kookmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora