Capítulo 5: El Encuentro Inesperado

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Las luces del hospital seguían parpadeando con la intensidad de las incertidumbres, pero ahora algo nuevo flotaba en el aire. El sonido de las máquinas, que antes solo indicaban vida artificial, ahora estaba lleno de una sensación surrealista. Los médicos, tan acostumbrados a lidiar con la muerte, estaban ahora inmersos en un silencio perplejo mientras preparaban lo que parecía un reencuentro imposible.

En las salas silenciosas, los jóvenes que habían sido dados por muertos tras la masacre en la escuela Vladislav Ribnikar ahora estaban despiertos, sentados en las camas, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos. Pero mientras los jóvenes intentaban entender su nueva realidad, algo más estaba a punto de suceder: sus padres, los que habían sufrido la pérdida, finalmente podrían verlos de nuevo.

Cuando la puerta de la sala se abrió, la sensación de inseguridad se transformó en algo más, algo inexplicable. Los padres, algunos con pasos vacilantes, otros corriendo con la fuerza de un deseo desesperado, entraron. Sus ojos se abrieron como platos, sin creer lo que veían. Los hijos que habían enterrado, que habían llorado, estaban ante ellos. ¿Cómo podía ser posible?

Mara vio a su madre primero. Ella, que había sentido la pérdida de manera arrolladora, ahora no sabía si debía creer en ese momento. Su madre, con los ojos hinchados de tanto llorar, se detuvo en la puerta, sin palabras, como si la presencia de Mara fuera un espejismo.

— ¿Mamá? — dijo Mara, con la voz temblorosa. — Mamá, soy yo… estoy aquí.

La madre de Mara quedó inmóvil, su cuerpo temblando, las lágrimas cayendo como si las emociones no pudieran ser contenidas. Corrió hacia su hija, sin creer lo que estaba sucediendo, y la abrazó con tanta fuerza que parecía querer asegurarse de que no fuera un sueño.

— Dios mío, mi amor, estás aquí… has vuelto… — susurró la madre, su voz ahogada por la emoción.

— Nunca me fui, mamá. Solo estaba… lejos, de alguna manera. Pero he vuelto. — respondió Mara, con una sonrisa, aunque sus ojos también estaban humedecidos. Esa sensación de estar nuevamente en sus brazos parecía casi imposible, pero ahora era una realidad.

A su lado, Ema observaba a su madre. Los ojos de su madre estaban fijos en ella, como si intentara creer que, después de tanto tiempo, finalmente podría abrazar a su hija de nuevo. Las palabras fallaron, pero el gesto fue claro. Corrió hacia Ema y la envolvió en un abrazo apretado.

— Ema, querida… no puedo creerlo. ¿Cómo es esto posible? — su madre hablaba entre sollozos, tocando el rostro de su hija, como si quisiera verificar que no estaba soñando.

— Yo tampoco lo sé, mamá, pero estoy aquí. No te preocupes. He vuelto. — dijo Ema, con voz suave, tratando de calmar al padre que no dejaba de llorar. Pero en su interior, Ema sentía una paz inusitada, como si el reencuentro fuera una manera de redimir todos los sufrimientos pasados.

En la sala contigua, Ana miraba a su padre, quien la observaba con los ojos abiertos de par en par, la boca abierta en una mezcla de shock y felicidad. No sabía si correr hacia ella, si gritar o si simplemente arrodillarse ante ella, como si fuera un milagro.

— Ana, estás aquí… ¡estás viva! — dijo él, con la voz quebrada.

Ana no pudo responder de inmediato. Solo sonrió y corrió hacia el abrazo de su padre, sintiendo su calor y creyendo que el destino les había dado una segunda oportunidad.

— No sé cómo, pero estoy aquí, y eso es todo lo que importa, papá. — dijo Ana en voz baja, mientras él la sostenía con fuerza.

Los otros padres estaban igualmente sorprendidos y emocionados. Sofija, Bojana, Angelina, Adriana y los demás, cada uno se reunía con sus familiares, el dolor de la pérdida siendo reemplazado por una esperanza renovada. Cada encuentro era una prueba de que, aunque las cicatrices del pasado no podían borrarse, la vida parecía haberles dado una segunda oportunidad a todos.

Katarina fue abrazada por sus padres con tanta fuerza que parecía que ninguna palabra sería suficiente para describir la emoción de ese momento.

— Sabía que eras lo suficientemente fuerte para regresar, hija mía. Sabía… — dijo su madre, en un suspiro, al ver a la hija que había perdido de forma tan trágica.

Katarina, con una sonrisa triste, solo respondió:

— No fue fácil, mamá. Pero estoy aquí, ahora. No te dejaré nunca más.

A lo largo de la sala, los padres de cada uno de los diez jóvenes sentían cómo el peso de la pérdida desaparecía, pero con ello surgía un nuevo dolor: la necesidad de entender qué había sucedido, qué los había devuelto, y qué les deparaba el futuro.

Mil preguntas flotaban en el aire, pero una cosa estaba clara: estaban juntos nuevamente. Lo que viniera a continuación no podía anticiparse, pero en ese momento, padres e hijos sabían que tenían una oportunidad. Una oportunidad para sanar lo que fue roto, para recuperar lo que fue perdido.

Mientras los médicos observaban, sabiendo que algo extraordinario estaba sucediendo ante sus ojos, el reencuentro de todos los hijos con sus familias no era solo una victoria sobre la muerte. Era la promesa de un nuevo comienzo, donde las preguntas y las respuestas se entrelazaban.

Y mientras el sol comenzaba a ponerse en ese 3 de mayo, todos sabían que nada sería igual de allí en adelante. Estaban juntos, y eso era todo lo que importaba.

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