Capítulo 20

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Las paredes de la burbuja, pese a ser transparentes, se resquebrajaron a la vista de aquellos que envolvían en su interior, azotadas por una turbulenta ráfaga de energía bidireccional que hacía fricción en una lucha por superponerse. Cada torrente provenía de uno de los dos extremos, el Mundo Digital y la Tierra, cuyos límites habían terminado por colisionar entre sí tras un largo periodo de desgaste.

La luz radiante emitida por Cherubimon y Quantumon, fue sustituida por un destello cegador que evitó que pudieran presenciar la pérdida de esta última entre los flujos de energía a su alrededor. Ni siquiera pudieron hacer nada por ayudar a LordKinghtmon, quien también se desvaneció al quebrarse por completo la burbuja. Fue entonces, cuando, presa del pánico, Cho·Hakkaimon estiró su brazo derecho para intentar aferrarse al plumaje del hipogrifo, logrando acariciar el colgante dorado que éste portaba antes de que su cuerpo se descompusiera en datos.

—¡Ayu...! —El grito incompleto se perdió en el estruendo que eclipsaba cualquier sonido.

Un escalofrío recorrió de pies a cabeza el cuerpo de la cerda, erizándole el vello y provocándole un sudor frío que humedeció el interior de su armadura y le empapó el body. Una respiración entrecortada acompañaba a su ritmo acelerado y frenético. Casi podía notar cómo las venas de su corazón bombeaban la sangre al borde del estallido, bajo una mueca de dolor y estremecimiento propia de aquel que aguardaba a la misma muerte.

El choque de mundos, desconocidos e inherentes al mismo tiempo, concluyó a mayor celeridad de la que sintieron todos los seres vivos que sobrevivieron. Lo que parecieron minutos, en realidad fueron segundos, intensos, pero segundos... Atrás quedaban años de historia, evolución y millares de vidas que jamás serían olvidadas.

—¡Hippogriffomon!

Cho·Hakkaimon cayó de rodillas al áspero suelo bajo ella. No quedaba rastro alguno de Ciudad Larc. Ni un solo cascote o tramo de acera. Sin embargo, un tumulto de cubitos de datos que fluctuaban y cambiaban de color giraban en rededor, cristalizando lo que tocaban en el acto.

—Tened cuidado —gimió Cherubimon, magullado por doquier, exhalando el que sería su último aliento, allí, en tierra de nadie—. Siento no poder ser... de más ayuda.

Ante la impotente mirada de las dos únicas supervivientes, el querubín se desvaneció en una llamarada que dejó tras de sí una forma ovalada que contenía los datos del Gran Ángel. El rostro de la cerda palideció más, notando cómo se formaba un nudo en su garganta con los restos de comida que aún no se habían digerido en su estómago. A su vez, Shakamon se tambaleaba frente a ella, aquejada de dolor y con la joyería cubierta de la arena que era arrastrada por el viento y que, de forma involuntaria, deslucía su habitual brillo.

 A su vez, Shakamon se tambaleaba frente a ella, aquejada de dolor y con la joyería cubierta de la arena que era arrastrada por el viento y que, de forma involuntaria, deslucía su habitual brillo

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La sacerdotisa estaba perdida en sus pensamientos mientras intentaba dilucidar dónde se encontraban. En los días previos a su desconexión, Yggdrasil había analizado una serie de algoritmos que arrojaban algo de luz de ese otro lado, ese mundo que conectaba con el digital, hallando en él infinitas referencias que daban respuestas al propio origen del Mundo Digital. Pese a ello, no pudo aseverarlo fehacientemente, pero dilucidó que los organismos conocidos como digimon habían tenido su origen primigenio por el continuo flujo de datos que, pasando inadvertido hasta el inicio del Apocalipsis, alimentaba sus funciones básicas y le brindó la información esencial que originó la evolución desde el mismo digihuevo.

Digimon: Dawn KnightsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora