Euríale llora.
Llora el dolor, la pérdida, la despedida que nunca ocurrió.
A sus pies se pudre un amasijo de escamas verdes y carne roja. Un cuerpo mancillado. Su cabeza, robada. Ella no puede apartar la vista nublada de aquella masacre que una vez fue su hermana.
Medusa.
Su pequeña hermana. Tan joven y frágil. La única mortal de las tres gorgonas. Perseguida, cazada y asesinada por un monstruo humano. Perseo el asesino, el ladrón de cabezas.
Euríale llora el odio. La rabia.
No basta con una eternidad manteniendo el caos lejos del reino mortal. No es suficiente. Esos ignorantes no cambiarán nunca. Alguien les dijo que ellas eran bestias, y desde entonces, bestias se quedaron. Poco saben que sin su protección no habrían llegado a nada. Sin la eterna lucha por mantener confinados los horrores previos al humano, previos incluso a los dioses y su Olimpo.
Sus hermanas y ella lo han dado todo por los mortales. Y este es el agradecimiento que reciben. Dioses y humanos, todos iguales. Viven sus vidas como si no importase nada más. Alguna vez ella y sus hermanas han sucumbido a aquella atractiva existencia, pero de manera puntual. Ellas son más viejas y sabias que todos ellos. Ignorantes, egoístas, vanidosos.
Desagradecidos.
Creen ser soberanos de un mundo que ni siquiera entienden. Creen que pueden usar la cabeza de su hermana como trofeo en sus festejos y credos.
Esta afrenta será respondida.
Perseo sufrirá todo el dolor que él y sus semejantes han causado, y solo hay una forma de conseguirlo. Euríale lo sabe. También llora por eso.
La Segunda Gorgona respira hondo, y comienza. Se arranca las serpientes de la cabeza. Una a una. El dolor es terrible, pero no grita. Aprieta los dientes afilados y sigue tirando. Es necesario.
Es la única manera.
Las serpientes sí que gritan de dolor, sin comprender el por qué.
Sus pequeñas y viejas compañeras, que han estado con ella desde hace tanto tiempo como sus hermanas. Se justifica en silencio mientras sigue mutilando. Les dice que, cuando encuentre al asesino, no permitirá que una de ellas lo envenene y muera. No le brindará una muerte tan sencilla.
Oh no.
Euríale lo quiere vivo durante mucho tiempo, para devolverle el dolor de ahora, pero también el de toda una eternidad de horror y desprecio.
Las serpientes se retuercen y agonizan en el suelo mientras pierden la vida tras separarse de su madre. El llanto continúa, añadiendo ahora lágrimas por un sacrificio necesario.
Adiós, hijas mías.
Una vez ha terminado con su cabello, solo queda una cosa. Observa sus garras de bronce. Por un momento cree que no es capaz, que quizás no es necesario. Pero es el temor el que habla y ella, preternatural antes que cualquier otra cosa, es más antigua que el miedo.
Coge aire. Se prepara.
Vacila de nuevo, no es de extrañar. Tiene que repetir para sí, de nuevo, su objetivo.
No permitirá que el ladrón se convierta en piedra al verla. Eso sí que no. Se mantendrá de carne para que ella pueda lacerar y cortar a placer durante el tiempo que haga falta.
Así que mira una última vez a lo que había sido su hermana.
Y luego, golpea.
Duele más que arrancarse el cabello. Mucho más.
Euríale, ciega, llora sangre.
Pero es necesario.
Ahora todo está listo.
Que comience la venganza.
***
Espero que te haya gustado el relato. Puedes escuchar este y muchos más en "De historias y Voces":
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Nos leemos.
Mario Carballo

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La gorgona
FantasyEuríale, la Segunda Gorgona, llora la pérdida de su hermana Medusa, asesinada por el héroe Perseo. La tristeza se convierte en rabia cuando decide tomar una medida desesperada: sacrificar su propia esencia para llevar a cabo una venganza implacable.