Parte única.

59 4 3
                                    


Minho siempre había amado la Navidad. Desde pequeño, sus padres lo habían inculcado a seguir las tradiciones con entusiasmo: decorar el árbol juntos, preparar galletas mientras escuchaban villancicos y colgar luces en cada rincón de la casa. Para él, esta época del año era sinónimo de calidez, unión y momentos especiales en familia. Pero este año, las cosas habían sido diferentes. El trabajo se había vuelto agotador y absorbente, dejándole poco tiempo para sí mismo, mucho menos para mantener las tradiciones que tanto significaban para él. Aunque las cajas con los adornos navideños llevaban semanas en un rincón de la sala, todavía sin desempacar, Minho no podía permitirse romper con algo que lo conectaba tan profundamente con su hogar y sus recuerdos. Esa noche, después de un mes agotador, decidió que era momento de hacerle justicia a su Navidad, aunque fuera a solas.

La luz del atardecer se filtraba tenuemente por las cortinas de la sala, bañando todo con un cálido resplandor anaranjado. Minho estaba sentado en el suelo, frente a las cajas abiertas llena de adornos navideños. Vestía un boxer cómodo, una blusa holgada que parecía demasiado grande para él, y unos calcetines de lana adornados con pequeños renos que hacían juego con la temporada. El aire tenía un aroma acogedor, una mezcla de pino del árbol que esperaba ser decorado y el té que había dejado enfriarse en la mesa baja.

El silencio de su hogar era roto solo por el suave crujir de las ramas del árbol artificial que ajustaba de manera cuidadosa.  Decorar su árbol en soledad no le molestaba; de hecho, le daba tiempo para reflexionar. Sin embargo, su mente vagaba, más allá de las luces y los adornos. Vagaba hacia alguien.

Justo cuando estaba colocando un pequeño lazo rojo en una de las ramas, el timbre de la puerta sonó. Minho se detuvo en seco, extrañado. No esperaba visitas. Frunció el ceño mientras se levantaba con cuidado, asegurándose de no tropezar con las cajas.

Al abrir la puerta, allí estaba Christopher. De pie, con una sonrisa que parecía iluminar incluso más que la luz del atardecer. Llevaba una chaqueta de cuero negra que contrastaba con su camiseta blanca ajustada, y unos jeans que acentuaban perfectamente su figura. El cabello ligeramente despeinado le daba un aire despreocupado, pero sus ojos transmitían algo más cálido, casi íntimo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Minho, intentando sonar neutral, aunque no podía evitar que una ligera sonrisa se formara en sus labios.

—Quería verte —respondió Christopher con simpleza, como si fuera lo más natural del mundo. Luego miró detrás de Minho y vio el árbol a medio decorar—. Y parece que llegué justo a tiempo. Necesitas ayuda con eso.

—¿Quién dice que necesito ayuda? —replicó Minho, entrecerrando los ojos con una mezcla de diversión y desafío.

—Bueno, no creo que esos lazos se coloquen solos —bromeó Christopher mientras se escurría dentro de la casa sin esperar una invitación formal.

Minho dejó escapar una risa, resignado. No le molestaba la espontaneidad de Christopher; de hecho, había empezado a disfrutar esos momentos imprevistos. Cerró la puerta y se giró para encontrar a Christopher inspeccionando el árbol como si estuviera evaluando una obra de arte.

—Está... decente —comentó Christopher con una mueca exagerada, lo que hizo que Minho soltara una carcajada.

—Hazlo mejor si puedes —desafió Minho, cruzando los brazos mientras lo observaba.

Christopher aceptó el reto con una sonrisa pícara. Se quitó la chaqueta, dejándola caer sobre el sofá, y se arrodilló junto a las cajas. Minho no pudo evitar mirarlo por un momento, notando cómo sus movimientos eran fluidos pero llenos de energía. Había algo magnético en él, algo que hacía que Minho se sintiera... diferente.

También te gustarán

          

Ambos trabajaron en el árbol, colocando luces y adornos mientras intercambiaban bromas. Christopher encontraba cualquier excusa para rozar la mano de Minho o acercarse más de lo necesario. Minho intentaba disimular cómo esos pequeños gestos lo afectaban, pero su corazón traicionaba su calma aparente con latidos acelerados.

—Oye, esto no va ahí —dijo Minho, señalando un adorno que Christopher había colocado en una rama demasiado baja.

—¿Ah, no? —Christopher se giró, mirándolo directamente a los ojos con una sonrisa que parecía desafiarlo. Estaban tan cerca que Minho pudo sentir su respiración.

—No, se supone que... —Las palabras de Minho se apagaron cuando se dio cuenta de la poca distancia que los separaba. Sus miradas se encontraron, y por un momento, el mundo pareció detenerse.

—Se supone que... ¿qué? —susurró Christopher, su tono suave pero cargado de intención.

Minho se aclaró la garganta, apartando la vista rápidamente.

—Se supone que va más arriba, pero olvídalo —respondió, fingiendo una indiferencia que estaba lejos de sentir.

Christopher sonrió, pero no insistió. Volvió a centrarse en el árbol, aunque Minho pudo notar que su atención estaba dividida.

Cuando terminaron, el árbol brillaba con luces cálidas y adornos cuidadosamente distribuidos. Se recostaron en el sofá, observando su trabajo con satisfacción. Christopher, sin embargo, no dejó de mirarlo a él.

—¿Qué? —preguntó Minho, sintiendo el peso de su mirada.

—Nada, solo que... creo que el árbol no es lo único que brilla en esta sala —respondió Christopher con una sonrisa ladeada.

Minho se rió nerviosamente, golpeándolo suavemente en el brazo.

—Cállate, eres demasiado cursi.

—Solo digo la verdad —replicó Christopher, acercándose un poco más.

La conversación continuó mientras el ambiente se volvía más relajado. Decidieron pedir comida, y mientras esperaban, Christopher propuso ver una película.

—¿Terror? —sugirió Christopher, claramente disfrutando de la idea de asustarlo.

—¿Por qué no? —aceptó Minho, aunque en el fondo sabía que probablemente se arrepentiría.

Cuando la comida llegó, se acomodaron en el sofá, compartiendo las cajas de pizza mientras la película comenzaba. Sin embargo, ninguno de los dos prestó demasiada atención a lo que pasaba en la pantalla. Cada pequeño roce accidental, cada mirada furtiva, se sentía más intenso que cualquier escena de terror que la película pudiera ofrecer.

En un momento, Christopher dejó la pizza a un lado y se giró hacia Minho, quien lo miró confundido.

—¿Qué pasa?

—Nada, solo pensaba que... —Christopher hizo una pausa, como si estuviera considerando sus palabras cuidadosamente. Luego, sin previo aviso, se inclinó y plantó un beso suave en los labios de Minho.

El contacto fue breve, pero suficiente para que Minho sintiera un hormigueo recorrer su cuerpo. Lo miró, sorprendido, y Christopher sonrió.

—Tenía que hacerlo.

Minho, todavía procesando lo que había pasado, se inclinó hacia él, esta vez tomando la iniciativa. Sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez el beso fue más profundo, más sincero.











El árbol brillaba suavemente en la esquina, y el resto de la sala estaba iluminada únicamente por las luces parpadeantes y el tenue resplandor de la televisión. La película seguía en marcha, pero ambos habían olvidado completamente su existencia. Minho y Christopher se miraban, aún cercanos tras ese beso que había roto cualquier barrera entre ellos.

Feliz navidad, Minho_Banginho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora