"Una manzana al día mantiene al médico alejado"
Hay historias que se narran desde dentro mientras que otras, al contrario, se narran desde fuera. Esta historia es ambigua en este aspecto, pero supongo que es algo que entenderéis según avancéis por ella.
Todo empezó con un niño llamado Mikael, o Miki como todos lo solían llamar. Miki era un buen muchacho; feliz y alocado, curioso y vivaracho. Lo que se suele llamar un elemento de cuidado. No es que fuera muy avispado pero lo suplía con una gran dedicación por intentar aprender de todo y de cualquier manera. Él supo que el fuego quemaba el día que puso la mano sobre las llamas; que la nieve es agua el día que se metió un poco en el bolsillo para guardarla en su mesilla de noche o que la lluvia no se debe de beber una vez ha formado un charco. Pero ¿qué más se le puede pedir a un niño de apenas cinco años? A menudo era regañado por colarse donde no debía, y más a menudo acababa cubierto de cortes, rasguños, tiritas y vendas. Si un día la mala suerte le acechaba de cerca lo más probable era que acabara haciéndose un esguince o que pillase un resfriado, pero en alguna que otra ocasión acabó con algún hueso roto o con una infección de caballo. Más de una vez acabó ingresado en el hospital e incluso intervenido de urgencia, pero al cruzar aquellas puertas transparentes y mal limpiadas volvía a hacer de las suyas en cuestión de horas. La verdad es que Miki no escarmentaba lo más mínimo.
De entre todas las personas a las que el pequeño traía de cabeza, Toñi, su madre, era la que más le sufría. No había día en que no gritase su nombre tres o cuatro veces; la mayoría de veces con severa angustia. De no ser por ese amor de madre Miki habría muerto hace ya bastante tiempo; pero a veces ese amor se vuelve sobreprotección, cohibiendo la curiosidad que hace a los niños ser niños. Toñi medía con una vara de medir muy corta cada posibilidad, cada movimiento del niño, pero eso nunca impidió al muchacho experimentar. Su última trastada consistió en saber si era capaz de volar saltando desde lo alto de la mesa del salón. Normalmente una caída así no ocasionaría más que una torcedura o un sencillo moratón, pero el muchacho intentó agarrarse de la estantería que tenía enfrente con tan mala suerte que ésta cayó a plomo sobre su pierna izquierda. El resultado fue un par de huesos rotos y tres meses de escayola. Con un poco de suerte sanaría bien y quedaría en otra de las muchas anécdotas que Miki parecía coleccionar.
El 20 de septiembre de 1997, sábado si mal no recuerdo, Miki se hallaba sentado a la sombra de un manzano en la plaza de su pueblo. No apartaba la mirada del tamagotchi que le había comprado su madre intentando que el muchacho estuviese entretenido mientras ella hacía sus tareas. Como el pequeño no podía moverse por la escayola era fácil vigilarlo, y con un estímulo como el que daba aquel juguete evitaba que empezase a lamer piedras o que se pusiera a gritar como un descosido en búsqueda de atención. Aún así Toñi no le quitaba el ojo de encima, cosa que parecía molestar a su vecina la cual no paraba de hacer aspavientos intentando reclamar su atención como si se tratase de un bebé celoso.
— ¿Me escuchas o no? — preguntaba muy molesta.
— Ay sí... perdona. No sé dónde tengo la cabeza.
— Yo sí que lo sé, Toñi. yo sí que lo sé.
El reloj dió las seis de la tarde. Cómo un cantar misterioso, un rumor ascendió por la carretera acompañado de lo que parecía ser una furgoneta blanca y azul. El rumor pronto se volvió ruido y el ruido, estruendo. El motor de aquel vehículo rugía con fuerza junto a una especie de hilo musical que salía por los altavoces que la furgoneta portaba en su techo. La gente del pueblo empezó a salir de sus casas o dejaban lo que estuvieran haciendo en aquel momento para dirigirse a la plaza como si hubiesen sido hipnotizados.
De aquella furgoneta bajó un hombre bajito y regordete, lampiño como un reptil salvo por unas espesas cejas que iban a juego con un espeso bigote de color platino. Parecía agradable y tranquilo, y digo parecía porque todo cambió cuando abrió la boca y empezó a bramar con fuerza.
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Aquel que nos Observa
HorrorCuando los Hijos de Agnun cruzaron el umbral se llevaron consigo unos misteriosos artículos. Éstos desencadenaran una serie de historias aparentemente inconexas en las que sus protagonistas acabarán cuestionandose si lo que están viviendo es real o...