Remiendos

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– Me dijiste que eran sólo unas pocas piezas, Loki – observó Hades al ver las cuatro bolsas de ropa que llevaba el dios nórdico.

– He aprovechado para revisar el armario – intentó explicarse Loki.

– Ya, claro... Como si no te conociera. ¿Llevas más ropa en la mochila?

– Poca cosa...

Hades no creyó la palabra de Loki, y aún menos cuando vio lo pesadamente que caía dicha mochila en el suelo de su taller. Le conocía desde hacía demasiados siglos como para conocer su lenguaje corporal y sus acciones extrañas. Si había recopilado absolutamente cada pieza de ropa de su colección que necesitara un arreglo, era porque necesitaba una excusa para hablar con él de forma privada y sin que nadie se diera cuenta.

– A ver... ¿Qué me has traído? – preguntó Hades mientras se sentaba en su silla de siempre y empezaba a revisar las bolsas.

– Un poco de todo – contestó Loki mientras pillaba otra silla y se sentaba cerca de Hades.

– Tendrás que ayudarme con todo esto. Es demasiado.

– Ya lo sé.

Hades observó como Loki miraba hacia otro lado, con algo rondándole la mente, procurando no hacer contacto visual con él. El dios nórdico sabía que el dios griego era capaz de leerle como a un libro abierto, cosa que muy pocos podían hacer. Cogió uno de los vestidos azules, el cuál tenía algunos desgarros en la falda y un corte bajo la axila, y tiró de su inmenso costurero para ponerlo entre ambos, siempre dejando un buen espacio para ver a Loki.

Empezó a coser con sumo cuidado, procurando que no se notaran los arreglos en las piezas que llegaban a sus manos, mientras esperaba a que Loki hablara. Sabía que forzarle a hacerlo sólo haría que se cerrara por completo y no dijera ni una palabra de lo que necesitara contarle.

Por su parte, Loki cogió lo primero que pilló de la bolsa que tenía más cerca para arreglarlo, la armilla morada de uno de sus trajes favoritos, buscó en el costurero de Hades lo que necesitaba para ello y se puso a coser en silencio. Fue medianamente consciente de que Hades esperaba a que él hablara cuando este empezó a tararear lo primero que se le pasó por la cabeza. Algo tan imprevisible como el propio Loki, Love of my life de Queen.

– ¿Querrás que lo planche luego también? – preguntó Hades cuando terminó con el primer vestido.

– No, no hace falta. Ya lo haré en casa cuando vuelva.

– Vale, entonces lo pliego. Este llevaba un tiempo así, ¿verdad?

– Pues... unos cincuenta años. ¿Te acuerdas de esa vez en los setenta que me metí con la mafia irlandesa en Estados Unidos?

– Sí, te apuñalaron. ¿Es este vestido?

– El mismo.

– ¿Cómo le quitaste las manchas de sangre? Sé que aprovechaste para clavarle una daga a la yugular a ese tío.

– Magia. Y que lo metí en agua helada de Jotunheim.

– Ah, ya decía yo.

– Hace maravillas con la sangre. Por eso los gigantes de hielo van siempre tan limpios.

– ¿También usas magia para conservar los tejidos? Porque sé que la mayoría de estos son hechos por mortales.

– Es lo más práctico. Y así puedo ponérmelos las veces que quiera sin preocuparme del desgaste.

– Sí, yo también tengo ropa de hace siglos que aún me pongo.

– Hades.

– Dime.

– Podrías... ¿Podrías hacer la ropa de la mochila primero? Tengo cierta prisa con ella.

– Claro. ¿La necesitas para tu siguiente engaño?

– Algo así...

Sólo coger la mochila, Hades se dio cuenta de que estaba peor que la mayoría de las piezas de las bolsas. También de que no le pertenecía a Loki. Alguien la había pintarrajeado con típex y rotulador, poniéndole todo tipo de simbología de la mitología nórdica. Incluso tenía escrito Ragnarök en rúnico.

La cremallera se atascaba, pero Hades consiguió abrirla sin dañar su contenido, que estaba igual o peor que la propia mochila. Ninguna de esas piezas de ropa estaba encantada para que no se desgastara y, aunque sabía que Loki podía adquirir cualquier forma y altura, no eran de la talla del dios nórdico.

– Loki, esto no es tuyo, ¿verdad? – preguntó Hades, conociendo la respuesta.

– No, no lo es.

– ¿Y de quién es?

– ¿Te... acuerdas de que en uno de mis engaños más recientes ayudé a un chico llamado Erik?

– Sí...

– Es su ropa. Toda la que tiene.

– Creí que lo tenía en acogida... Es uno de tus álter-egos, ¿a que sí?

– Sí, esa duquesa soy yo.

– ¿No ibas a buscar a su familia?

– Lo hice. Y la encontré. Le queda su abuela.

– Eso es bueno.

– Es Anna.

– ¿Anna? ¿La psicóloga que dices que es medio bruja porque diseñó tu medicación después de calcular las inmensas dosis que necesitas para que te haga efecto?

– La misma. Ya sabes que no está muy bien de salud, así que... hice efectiva la adopción por parte de la duquesa hacia Erik con su bendición.

– Vaya...

– N-no sé muy bien cómo tratar con el chico, ¿sabes? H-ha sufrido mucho. Demasiado... Quería que el Ragnarök llegara y lo destruyera todo para así dejar de sufrir al mismo tiempo que veía cómo sus padres lo hacían.

– Y el Ragnarök nunca llegará... porque tú estás libre y te cargaste a Surtr.

– Exactamente. No lo verbaliza, pero creo que está decepcionado por ello.

– ¿Sus padres están en la cárcel?

– Dos de ellos. Falta el biológico, que entrará en breves.

– Y tú le ayudaste con eso. Fuiste tú el que investigó y los mandó a la cárcel.

– ¿Y?

– Loki, eres el dios que debía destruir el mundo en el Ragnarök. Que le hayas ayudado a deshacerse de los tres debe hacer sido como tener su Ragnarök particular. Quería que el Ragnarök llegara para, por fin, deshacerse de sus padres, y llegó algo mejor que el Ragnarök. Llegaste tú, y te deshiciste de ellos sin destruir el mundo. Le estás permitiendo vivir una vida que de otra forma no hubiera podido tener.

– Puede ser...

– Puede no, Loki. Es así. Y mira esto.

Hades le mostró a Loki la parte de atrás de la mochila. Pintado únicamente con rotulador, casi invisible a simple vista, había un pequeño dibujo suyo. Loki ni se había dado cuenta de que estaba ahí.

– Yo creo que no está decepcionado contigo. A veces no puedes darle a la gente lo que quiere, pero sí algo mejor, y eso es lo que hiciste tú.

– Ah...

– ¿Me permites hacerle un pequeño regalo al chico? Quiero restaurar la mochila y conservarla con magia, pero manteniendo todo su arte. Lo bordaré. ¿Te parece bien?

– Sí, claro...

– Pero antes haré su ropa. Porque no tiene más, ¿verdad?

– Un amigo suyo le ha prestado algo de ropa, es la que lleva ahora. Le llevaré de compras en cuanto pueda.

– Vale. Vaya, este calcetín tiene un agujero tan grande como los que dejan las garras de Cerberus.

Ese comentario hizo reír a Loki, provocando que empezara a tranquilizarse. Y una vez estuvo tranquilo, fue el Loki hablador de siempre que no se callaba ni una, ni siquiera las que debían ser un secreto y que le contaba a Hades sin ningún tipo de filtro deteniéndole para que no se fuera de la lengua.

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