Noche de estrellas y promesas

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La noche llegó rápidamente esa misma tarde, y el aire se había vuelto aún más frío, a pesar de que el día había sido bastante agradable. Las luces de Navidad seguían brillando en las calles de Monteluz, reflejándose en el hielo que ya comenzaba a cubrir algunos rincones del pueblo. Thomas y Dylan habían paseado durante horas, riendo, charlando sobre todo y nada, pero al final, sin querer, el tema más importante de todos había quedado en silencio.

Ambos sabían que algo estaba cambiando entre ellos. El acercamiento se hacía más palpable, pero también más confuso. Thomas, aunque disfrutaba de la compañía de Dylan, no podía evitar sentirse algo perdido. Había algo en su interior que lo mantenía cauteloso, algo que lo instaba a dar un paso atrás. Pero, a su vez, no quería dejar ir lo que estaba viviendo con él.

“¿Te gustaría ver el cielo desde el mirador?” preguntó Dylan con una sonrisa, como si intuyera que ambos necesitaban un respiro después de tantas horas caminando por las calles del pueblo.

Thomas miró hacia el horizonte, donde las luces de la ciudad parecían estar atrapadas entre la nieve y las estrellas. Algo en esa vista parecía calmante, como si todo se pudiera reducir a ese simple paisaje. “Claro, suena bien,” respondió con un suspiro, un poco cansado pero sin querer rechazar la idea de estar más tiempo con Dylan.

El mirador no estaba lejos. Era un pequeño espacio elevado en las afueras del pueblo, donde las vistas se extendían sobre las casas cubiertas de nieve, con la oscuridad de la noche acompañada por el resplandor suave de las estrellas. Había un banco de madera en el centro, y algunas veces, cuando el clima lo permitía, los habitantes de Monteluz venían aquí a pasar un rato tranquilo, a observar la belleza del paisaje nocturno.

Cuando llegaron, el aire estaba nítido y frío, y la nieve caía en pequeñas partículas brillantes que cubrían todo a su paso. La vista desde el mirador era aún más impresionante de cerca. Las luces del pueblo formaban un río dorado a lo lejos, y las estrellas se asomaban como puntos diminutos en el vasto cielo.

“Es impresionante, ¿verdad?” dijo Dylan, señalando las estrellas. “A veces, cuando me siento aquí, me olvido de todo lo demás. Es como si el mundo se detuviera por un segundo.”

Thomas no dijo nada al principio. Solo observó, sumido en la quietud del lugar. Durante tanto tiempo había sentido que su vida estaba fuera de su control, como si los eventos de su vida lo hubieran arrastrado sin su consentimiento. Pero aquí, en este momento, sentado junto a Dylan bajo el manto estrellado de la noche, todo parecía calmarse.

“Es bonito,” dijo finalmente Thomas, rompiendo el silencio. “No solía venir mucho aquí. Pero… ahora que lo mencionas, tiene algo especial.”

Dylan se sentó en el banco, extendiendo sus piernas hacia adelante y mirando al frente, mientras la fría brisa del invierno movía las ramas de los árboles cercanos. “A veces solo necesitamos un lugar tranquilo para respirar. Y lo bueno de Monteluz es que siempre tiene estos rincones tranquilos, como si nos diera un descanso de todo.”

Thomas se sentó junto a él, cruzando los brazos para intentar protegerse del frío, pero sin apartar la vista del cielo. Sentía que algo importante estaba a punto de suceder, algo que había estado esperando, aunque no sabía cómo ponerlo en palabras.

“Dylan,” dijo, con voz baja, casi como si estuviera hablando consigo mismo. “Creo que te debo una disculpa. He sido algo distante últimamente. Como si tuviera miedo de acercarme a las personas. Pero, la verdad es que… nunca me había sentido tan cómodo con alguien en mucho tiempo. Y no sé qué hacer con eso.”

Dylan lo miró por un momento, y su rostro se suavizó al escuchar las palabras de Thomas. “No tienes que disculparte, Thomas,” respondió, su voz cálida y tranquila. “Entiendo más de lo que crees. A veces, las personas se cierran, no porque no quieran, sino porque tienen miedo de que les hagan daño. Yo tampoco siempre he sido fácil de tratar.”

Thomas se giró para mirarlo, notando por primera vez la sinceridad y vulnerabilidad en los ojos de Dylan. Había algo tan honesto en su mirada, algo que lo hizo sentirse menos solo, menos atrapado en su propia confusión.

“Lo sé,” dijo Thomas, sus ojos bajando hacia el suelo cubierto de nieve. “Es solo que… a veces me siento como si todo fuera demasiado. Como si mi vida no tuviera espacio para algo más, y siempre he tenido miedo de que cualquier cosa que intente, termine perdiéndose. Pero… no sé, no sé si es la Navidad, o tú, o lo que sea, pero algo me dice que no tengo que seguir con esa carga solo.”

Dylan asintió lentamente, entendiendo lo que Thomas quería decir. Se acercó un poco más a él y, sin pensarlo demasiado, le puso una mano en el hombro. “No tienes que seguir con eso solo. Si alguna vez necesitas hablar o si las cosas se ponen demasiado pesadas, yo estaré aquí, Thomas. Lo que sea que pase, siempre puedes contar conmigo.”

Thomas lo miró fijamente, sintiendo una mezcla de gratitud y emoción. Nadie, desde la muerte de su madre, le había ofrecido tal apoyo. La idea de que Dylan estuviera allí, dispuesto a ser parte de su vida sin presiones, lo conmovió profundamente.

“Gracias, Dylan,” susurró, sintiendo que las palabras no eran suficientes para expresar todo lo que realmente quería decir.

Dylan sonrió, pero algo en sus ojos brilló con una intensidad diferente. “De nada,” respondió con calma. “Y si algún día te atreves a ver las cosas de una manera diferente, yo estaré aquí para acompañarte. Si quieres que sigamos como amigos o si quieres que esto sea algo más… lo que sea, Thomas, pero lo que quiero es que seas tú mismo.”

El aire frío envolvía sus cuerpos, pero dentro de él, Thomas sentía un calor que no podía explicar. Durante mucho tiempo había tenido miedo de estar cerca de alguien, de abrir su corazón, pero ahí estaba Dylan, hablándole con tanta sinceridad que no podía evitar sentirse profundamente conmovido.

“Quizá no lo sé todo,” dijo Thomas, “pero, ¿puedo intentar ver qué pasa entre nosotros? No quiero que sea algo que me cueste tanto entender, pero tal vez esta Navidad me ayude a descubrirlo.”

Dylan lo miró con una sonrisa que llenó el aire frío de la noche. “Por supuesto. Lo descubriremos juntos, Thomas. Y no tienes que hacerlo solo. Yo estaré aquí, como siempre.”

Ambos se quedaron allí, en silencio, mirando las estrellas. La noche era fría, pero el calor de sus palabras y la conexión que sentían parecía derretir el hielo entre ellos. Mientras la nieve seguía cayendo suavemente sobre Monteluz, Thomas sintió que algo había cambiado, algo que no podría volver a ser ignorado.

Esa noche, bajo las estrellas, prometieron no rendirse, prometieron descubrir lo que el destino les tenía reservado. Juntos, por primera vez, sentían que el futuro no estaba tan oscuro como antes. Y en sus corazones, una nueva esperanza, más cálida que cualquier otra cosa, comenzó a nacer.

Un beso de navidad (dylmas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora