𝗖𝗢𝗡𝗦𝗧𝗔𝗡𝗧𝗜𝗡𝗢𝗩𝗔
El viento golpeó con fuerza su rostro, soltando los mechones más cortos de su cabello del recogido que llevaba, el mudo sonido de la naturaleza al aproximarse el atardecer susurraba al aire como cada día que el tiempo se agotaba.
Sus pasos sobre el césped crujían advirtiendo su presencia, el nudo en su estómago se tensaba al avanzar, sosteniendo el mango de la daga que colgaba de su cintillo. El tiempo parecía una burla, llevando cerca de 7 meses residiendo completamente en el campamento mestizo, nada había cambiado en lo absoluto, las moiras se las habían arreglado para hacerle saber día con día que la oscuridad en su destino se aproximaba.
No podía decir con exactitud cuánto tiempo le llevó encontrar a su hermana, Annabeth permanecía de pie observando el horizonte, mientras el sol anaranjado bañaba el mar como señal de que la noche pronto tomaría su lugar. Se encontraba descalza, permitiendo a las olas mojar sus pies, sus mejillas se encontraban ligeramente sonrosadas, indicando que antes debió haber llorado o como mínimo gritado a los dioses como muchas otras veces había hecho.
Se aclaró la garganta trayendo su vista hacia ella, los ojos grises entonces ausentes, adquirieron un aire nostálgico, sonrió débilmente asintiendo a modo de saludo. Las palabras no hacían falta, cada una había sobrellevado ese tiempo a su propia manera, pero ambas entendían lo que pasaba cada una.
Constantinova no sabía cuando habían cesado las disputas silenciosas y las miradas retadores volviéndose silencios comprensivos, de alguna manera, habían encontrado el apoyo que necesitaban en la otra. Tal vez fue la pérdida en común, lo que formó aquella inesperada unión, ocupándose como ese refugio necesario al que acudir, cuando el escudo creado para contener el mar de sentimientos que las gobernaba se fracturaba. Seguían siendo los polos opuestos de una misma moneda, salvo que entonces buscaban encontrar el equilibrio con la comprensión de la otra.
Por varios minutos, ambas permanecieron sentadas en la arena bañadas por el agua salada cuando las olas las alcanzaban, la brisa fresca erizaba sus vellos recordándoles que la noche caía y debían volver.
—Debo irme —murmuró apenas siendo perceptible.
Annabeth la observó, frunciendo los labios como si reprimiera las palabras que verdaderamente estuvieran pasando por su mente, dejó escapar un suspiró hondo volviendo su vista al mar, ahora con una luz plateada.
—Lo sé.
Las moiras acudían con la misma advertencia, los sueños proféticos a menudo solían ser una representación de lo que el futuro deparaba, vistazos inciertos y poco fiables, pero en cada uno que había tenido siempre existía la misma imagen.
—Debes ver a Rachel.
—No, Annabeth, no..
—Debes verla —enfatizó con un tono mucho mucho más severo—. No pienso dejarte ir así —Su voz era tranquila, pero sus ojos revelaban su preocupación—. Iré contigo.
—No. —Si pensaba interrumpirla, Annabeth no tuvo oportunidad ante la mirada que mandó—. El Argo estará listo en al menos dos o tres semanas, si entonces tenemos alguna respuesta de Percy... debes quedarte.
—De acuerdo. —Asintió, levantándose y limpiando la arena que había quedado en sus shorts—, pero debes visitar a Rachel mañana.
Constantinova tuvó intención de interrumpirla, pero el dedo indice de Annabeth señalandola incriminatoriamente le hizo retractarse.
—Se que no te gusta hablar con ella, creo tener una idea del porque, no te pido que me lo confirmes, pero aún así deberías ir.
—Apolo no ha respondido, ni siquiera a las oraciones de sus hijos —recordó con un gesto indescriptible—, el oráculo tampoco ha podido profetizar. La comunicación con los dioses sigue siendo nula y creeme que no estoy tan desesperada para orar a Hera o a... nuestra madre.
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𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ² | HoO
FanfictionLas moiras finalmente han hablado, el preludio de su destrucción se aproxima. ❝Con sangre divina y maldita, el derrocamiento a manos de su linaje reclamará.❞