Visión

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12 de diciembre

Benjamín

Nunca me gustó demasiado el silencio. Esa quietud incómoda que parece llenar los espacios cuando nadie tiene nada que decir. Por eso, siempre busco ruido. Hablar, hacer algo, moverme. No soy como Federico, que puede quedarse horas quieto sin hacer nada ni sentirse incómodo. A veces pienso que disfruta del vacío, mientras yo, en cambio, necesito llenarlo.

Esa tarde, mientras volvía a casa después de un recado rápido, sentía que el día no era como cualquier otro. Quizá porque Luana estaba ahí otra vez. Se había vuelto costumbre verla en la casa. Había prometido volver después de aquella primera visita, y desde ahí no deja de hacerlo. Me alegraba.

Entré por la puerta principal y escuché apenas unos murmullos provenientes del living. Dejé las llaves en la mesa y caminé hacia allí. Lo primero que vi fue a Luana sentada en el sofá, con el cuerpo ligeramente encorvado hacia adelante, como si no supiera qué hacer con sus manos. Y enfrente, a mi hermano Federico, con un libro abierto en el regazo y una taza de té humeante en la mesa de al lado.

La imagen me detuvo en seco.

No porque estuvieran hablando —porque, claramente, no lo hacían— sino por la atmósfera. Algo invisible flotaba entre ellos, como si el aire tuviera más peso. Él no la miraba directamente, pero sus dedos jugaban con la esquina de la página, una y otra vez, como si intentara distraerse a propósito. Y Luana... bueno, ella tenía una mirada diferente. Era apenas un segundo, como un pestañeo largo, pero noté cómo sus ojos se desviaban hacia él cuando pensaba que nadie la veía.

Me quedé allí, en el umbral, observando sin que ellos lo notaran por unos segundos más. Algo en mi interior se retorció. No puedo explicar qué fue.

—¡Luana! —dije al fin, rompiendo el silencio.

Ambos levantaron la mirada al mismo tiempo, como si los hubiera sacado de un trance. Ella sonrió de inmediato, devolviéndome el gesto, y mi hermano, apenas sabe lo que es saludar.

—Volviste antes —respondió la chica de ojos verdes mientras me incorporaba a la escena.

—Sí, terminé rápido lo que tenía que hacer. ¿Todo bien?

—Todo bien —respondió ella.

Caminé hacia el sillón y me senté junto a Luana, dejando la mochila a un lado. Federico seguía en su libro, o al menos pretendía hacerlo, porque pasaba las páginas sin demasiada atención.

—¿Te gustan los libros? —escuché que preguntaba Luana, dirigiéndose a él.

Me giré con sorpresa. Esa no me la esperaba. Ellos, ¿interactuando? No podía ser verdad. Quiso romper el silencio haber si este le respondía. No funciono, no se que quiere realmente, pero no va a ser fácil para una chica con Luana hacerse "amiga" de él.
Federico levantó la vista despacio, como si la pregunta lo hubiera tomado desprevenido. Y fue así.

—Algunos —respondió, con su tono seco de siempre.

—¿Cuál es ese? —insistió ella, ladeando la cabeza para ver la tapa del libro.

Fernando dudó un segundo, y entonces hizo algo que jamás habría creído posible: estiró el libro hacia ella, mostrando la portada. Fue un pequeño gesto, apenas un movimiento, pero verlo compartir algo suyo, aunque fuera tan mínimo, era como presenciar un eclipse. MUY raro.

Luana sonrió suavemente, y pude ver algo brillar en sus ojos mientras observaba el título.

—Parece interesante —comentó.

—Lo es —respondió Fernando, cerrando el libro y apoyándolo sobre la mesa.

Silencio otra vez.

¿Qué está pasando acá? No era como esas escenas incómodas que había vivido antes; esto era otra cosa. Era como si el tiempo entre ellos se hubiera parado y se comunicaran en un lenguaje que solo ellos comprenden, del cual yo no entendía ni una palabra. Fue... seco. Bastante.

—¿Qué tal si salimos a dar una vuelta? —dije finalmente, intentando romper esa atmósfera que no me gustaba nada—. Hace rato que no hacemos nada interesante.

Luana pareció aligerarse un poco y asintió con rapidez.

—Sí, me vendría bien el aire.

Miré a mi hermano casi por inercia.

—¿Vienes?

—Paso.

Obvio. Obvio. Obvio.

¿Cómo no me di cuenta antes?

Me levanté junto a Luana, que tomó su abrigo, y cuando nos dirigíamos hacia la puerta, vimos a Federico comenzar a acercarse a nosotros. Venía firme, enojado, sin expresión. Este le extendió la mano a la chica a mi lado y le entregó unos guantes. Se le había olvidado a Luana recogerlos. Cuando ambos estrecharon su mano para hacer el intercambio sus miradas se encontraron rápidamente, se mantuvieron la mirada por anda a saber cuanto tiempo, lo sentí infinito. Fue un instante, apenas un parpadeo de tiempo. Lo vi todo.

Federico la miraba, sin frialdad esta vez. Había algo diferente en sus ojos oscuros, algo que rara vez había visto en él: curiosidad. Ella por su parte no apartó la mirada de inmediato. Fue como si ambos estuvieran midiendo algo invisible entre ellos, un hilo delgado que los conectaba sin que ninguno lo admitiera.

Finalmente, Luana pestañeó y giró la cabeza, apresurándose a seguirme.

Mientras caminábamos pasando la entrada llegando por fin a la calle, el aire fresco de la tarde me golpeó el rostro. Sentí alivio, aunque también un peso extraño que no podía quitarme de encima. Me sentí incómodo.

—¿Todo bien? —le pregunté a Luana mientras caminábamos.

—Sí —respondió ella, sonriendo un poco más de lo normal, como si intentara disimular algo.

No quise preguntarle más. Lo que sea que acababa de pasar en ese salón era algo que no quería entender. No todavía.

El silencio entre nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora