Juliana tomó aire antes de girar la llave. La persiana de la tienda comenzó a subir lentamente, dejando entrar el sol en su interior. Se quedó embobada unos segundos viendo cómo las motas de polvo jugueteaban con la luz de la mañana.
Soltó el aire que había estado conteniendo, y entró.
Echó un vistazo a la tienda. Había pasado muchos años allí. La nostalgia invadió su pecho y le costó caminar erguida. Los hombros y las comisuras de los labios dibujaron un arco invertido, evidenciando la tristeza que la embargaba. Se paseó por la tienda como un alma en pena, acariciando los vestidos que encontraba a su paso.
Minutos después la campanilla de la puerta sonó y Juliana giró sobre sus tacones. Su compañera apareció con el rostro igual de triste.
Sin mediar palabra, corrió hacia su jefa y se fundieron en un abrazo.
—Te voy a extrañar mucho Juli —dijo Renata con la voz temblorosa.
—¡Claro que no! Si soy una enojona que no te deja mascar chicle —contestó Juliana reprimiendo las lágrimas.
Renata respondió con un nuevo abrazo, más fuerte que el anterior.
—Eres una enojona —dijo—. Pero eres mi enojona preferida. Las chicas se separaron y se secaron las lágrimas.
—Vamos, que aunque sea mi último día en la tienda, tenemos que trabajar. Su compañera asintió mientras se sonaba los mocos con un pañuelo de papel.
—Oye, ¿y quién vendrá a sustituirte? —preguntó Renata una vez que despachó a una clienta. Estaba apoyada con una mano sobre el mostrador y con la otra se sacudió la melena.
—No lo sé. Quizá traigan alguna de las chicas nuevas y tú te conviertes en encargada —dijo Juliana moviendo las cejas de arriba abajo. Renata le golpeó en el hombro.
—No me digas eso, que me lo voy a creer.
—¿Por qué no? Así empecé yo —dijo Juliana—. Pero en realidad no lo sé. No me han dicho nada. Sólo me dijeron que mañana tengo que ir a la Central a que me den alguna información y algo así como un curso intensivo.
—¿Y luego te lanzarán así, a los leones, a la nueva división? Juliana se encogió de hombros.
—Prefiero no pensar en eso o estaré estresada antes de tiempo. Voy paso a paso y, si tengo alguna duda...
—Llama a la Central —dijeron al unísono. Las dos se rieron ante la coincidencia.
—Espero que te vaya muy bien, Juli, has trabajado muy duro y te lo mereces.
—Gracias Reni.
Renata se disculpó para ir al baño y recoger sus cosas, porque el día estaba por terminar.
La tarde languidecía y las calles se teñían de un color rojizo. En ese momento, Juliana observó por el escaparate cómo el sol se filtraba por los edificios para dibujar estelas doradas sobre los coches.
Tardó en ver que una señora estaba parada frente a la tienda. Era la madre de Valentina. Llevaba sus grandes gafas de sol puestas. De uno de sus brazos colgaba, como en un perchero, un enorme bolso. Con la mano que le quedaba libre, la madre de la ojiazul se bajó las gafas hasta el puente de la nariz y la miró.
Juliana hizo ademán de saludarla con la mano, pero aquella mirada fría y amenazante la disuadió de hacerlo.
La madre de Valentina, la miró altiva y volvió a colocarse las gafas, dió un golpe hacia atrás con la cabeza para despejar su cara de algún pelo rebelde y siguió su camino calle abajo.