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Alas de luz y sombra
- "¿Qué fue todo eso, Larry?", cuestionó su creador con un dejo de decepción, mirando al angelito que mostraba estar avergonzado por sus acciones. La desaprobación era palpable en el tono de su voz.
Después de la celebración y la escandalosa escena que protagonizaron dos serafines, fueron llevados ante la presencia de su rey para rendir cuentas. Larry, cada vez más, sentía una extraña sensación, una inquietud inexplicable en su interior, una disonancia celestial. Su naturaleza angelical parecía estar en conflicto.
- "Mi señor, y-yo no sé cómo explicarlo. Sentí... una ira, una frustración abrumadora al ser constantemente provocado...", confesó en voz baja, incapaz de sostener la mirada de su rey por el error cometido, un error sin precedentes en su existencia. "Eso no es verdad, todos vimos que tú iniciaste la pelea", replicó el serafín con armadura, defendiéndose con vehemencia. "Deja de mentir, Larry", lo reprendió severamente. El ángel de ojos celestes frunció el ceño, su rostro reflejando indignación. "¡Yo jamás miento!", exclamó, golpeando la mesa con fuerza, sorprendiendo a los presentes con su arrebato.
- "¡Ves! ¡Siempre empiezas tú! ¡Eres un maldito error, una aberración!", exclamó Surge, clavando su mirada penetrante en el ángel de una sola alá. La acusación resonó con amargura en la sala. "¡Basta! ¡No deberían comportarse de esa manera!", gritó con furia el ser luminoso, su ira palpable, imponiendo silencio y avergonzando a los dos ángeles. Su autoridad era indiscutible.
- "Pídanse disculpas", ordenó, observando los gestos de desprecio mutuo. "¡Les he dicho que se disculpen!", elevó la voz, su tono dejando claro que no toleraría más desobediencia. Larry suspiró, resignado. "Perdón, Surge... No medí mis acciones", dijo, agachando la cabeza en señal de arrepentimiento sincero. El arrepentimiento era visible en su postura. Surge asintió con la cabeza, un gesto mínimo pero suficiente. "Perdóname también por provocarte." La disculpa, aunque breve, parecía genuina.
- "Ahora, para finalizar, dense un abrazo", ordenó el Señor Señor Star, observando la resistencia de ambos serafines. "Vamos, no sean tímidos", dijo, usando sus grandes manos para acercar a los dos ángeles a regañadientes. "Padre, yo no...", comenzó Larry, pero no pudo terminar la frase al sentir el abrazo de Surge, un abrazo fuerte e inesperado. "Perdóname, Larry...", murmuró Surge, su voz apenas audible. Larry sonrió con incomodidad, sintiendo las palmadas en su espalda. "Está bien, está bien... Te perdono", aceptó, aunque sus palabras sonaban vacías, un gesto de reconciliación superficial. La tensión aún flotaba en el aire.
Era un nuevo día en el cielo celestial. Como siempre, los ángeles entonaban sus cánticos matutinos, llenando el paraíso con melodías celestiales. Larry se levantó de su lecho de nubes suaves y esponjosas para buscar a su mascota, quien ya estaba despierto.
- "Buenos días, panquecitó", dijo Larry, acercándose para acariciar la cabeza de su pequeño compañero. Al hacerlo, notó algo extraño: sus dedos estaban cubiertos por unas extrañas líneas de un color morado intenso. Frunció el ceño, parpadeando varias veces para asegurarse de lo que veía. Acercó sus dedos a sus ojos, examinándolos con detalle. Sus finas manos estaban marcadas con intrincadas venas moradas "¡Aaaaaaah!", gritó, un grito de sorpresa y terror que resonó por todo el palacio celestial.
- "¿¡Qué pasó?!", exclamó Max, su amiga, pateando la puerta con fuerza y entrando rápidamente. Llevaba una de sus armas celestiales apuntando hacia Larry, quien escondió instintivamente sus manos detrás de su espalda. "¿¡Te encuentras bien, Larry?! ¿¡Te pasó algo malo?!", preguntó Max, acercándose con preocupación para examinarlo.
- "E-estoy bien... ¿Qué haces despierta tan temprano?", preguntó Larry, con los ojos celestes llenos de inquietud, evitando que Max le tocara las manos. "¿No lo sabías? El nuevo ángel, el 'moradito', como le llaman, parece ser toda una sensación. Dicen que es un ser de belleza excepcional, debido a su peculiar color. ¿Puedes creerlo? Voy a ir a verlo para comprobarlo por mí misma", dijo Max, alejándose para observar la expresión de enojo y confusión en el rostro de Larry. La noticia del nuevo ángel había generado una gran expectación en el cielo.
- "Es más que un idio-... Impetuoso, alguien irrespetuoso. Lo único que hace es molestar a los demás", dijo Larry, sentándose en su cama de nubes, ocultando sus manos tras su espalda. La irritación era evidente en su voz. "Hablando de eso... aún no me dijiste qué sucedió en la cena santa", dijo Max, sentándose a su lado con una expresión preocupada. "Larry, tú nunca te comportarías así." La incredulidad era palpable en sus palabras.
El ángel de una sola alá apartó la mirada, evitando el contacto visual. Él tampoco entendía lo que le había ocurrido. "Solo... me dejé llevar por la ira", se encogió de hombros, intentando minimizar el incidente. "Larry, ningún ángel se deja llevar por la ira de esa manera, a menos que... seas un demonio. Todos sabemos eso", dijo Max, observando cómo Larry fruncía el ceño ante la insinuación. La acusación, aunque velada, era hiriente.
- "Será mejor que te vayas a ver al nuevo ángel", dijo Larry, levantándose de un salto. "Necesito cambiarme. ¿Podrías irte?". Su tono era inusualmente frío y seco, un cambio radical en su comportamiento habitual. Max, sorprendida por la brusquedad de su amigo, asintió. "Está bien, te veo luego", dijo, saliendo de la habitación confundida y dejando a Larry solo.
El ángel de ojos celestes miró de nuevo sus manos, observando las extrañas venas moradas que se extendían por sus dedos. "Demonio... No, yo no soy como ellos, soy diferente, no soy ningún demonio... Fui creado por mí padre, es imposible ser uno...", murmuró para sí mismo. Se acercó a su placar, abrió un cajón y buscó unos guantes blancos, con la esperanza de ocultar las marcas que lo inquietaban profundamente. La posibilidad de que algo maligno lo afectara lo aterraba.
Desde una nube etérea, el ángel morado, Lawrie, se encontraba rodeado de una multitud de ángeles que lo admiraban con una intensidad casi abrumadora. Él anhelaba la soledad, un momento de paz para trazar un plan, pero la inusual atención de los demás lo impedía. Su nueva condición parecía haber alterado el comportamiento de los ángeles a su alrededor.
- "Mi señor, esto no es normal", susurró su fiel servidora, posicionándose discretamente a su lado. La preocupación se reflejaba en su voz. "Lo sé... Es... incómodo", respondió Lawrie, observando cómo se acercaba una pequeña angelita con una expresión de admiración casi fanática. "¿Puedo tocar sus alas? Son tan hermosas", dijo la angelita, dirigiendo su mirada a Lawrie, quien negó con la cabeza, un gesto sutil que la pequeña ángel pareció ignorar por completo. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
- "¡Hay!, pequeña, él está encantado de que toques sus alas", intervino rápidamente la servidora, guiando las manos de la angelita hacia las alas de Lawrie. "¡Oye, no! Podrí...", comenzó Lawrie, su voz cargada de advertencia, pero nada sucedió. La angelita estaba acariciando las plumas de Lawrie sin ningún efecto aparente.
- "Sus plumas son bastante diferentes a las de los demás ángeles, me gusta el colorcito", dijo Jessie, soltando una pequeña risa. Lawrie se quedó atónito. Se suponía que si un ángel tocaba sus alas, estas se desvanecerían, o al menos, eso era lo que le habían advertido. ¿Era un ángel en particular que provocaba ese efecto? La confusión lo invadió. ¿Habría malinterpretado la advertencia de su padre? La incertidumbre lo carcomía.
[ ... ]
Gritos desgarradores resonaban a través del infernal paisaje. El ángel caído, Edgar, observaba junto a su amiga, Emz, cómo, Mortis, se reía con crueldad ante el sufrimiento de uno de sus enemigos. Levantó una copa de cristal, conteniendo la sangre recién extraída del demonio derrotado. El ambiente era denso, saturado de violencia y oscuridad.