Al otro día, Margarita parpadeó suavemente, sintiendo el calor del sol acariciar su rostro. Se movió ligeramente, notando la calidez de un cuerpo bajo ella.
De repente, se despertó de golpe, el corazón acelerado y una sensación de pánico invadiéndola.
Miró rápidamente a su alrededor, asustada, pero el alma le volvió al cuerpo en cuanto vio de quién se trataba.
Era Rey, que dormía profundamente, con su brazo rodeándola de manera protectora.
La sensación de calma la invadió de inmediato, aunque su mente seguía llena de preguntas sin respuestas.
Lo vio parpadear lentamente, aún adormilado, y sin pensarlo demasiado, le depositó un suave beso en la mejilla.
-Hola -le susurró al oído.
Rey sonrió con los ojos entrecerrados y, sin dudarlo, dejó un beso ligero en sus labios.
-Hola, bonita.
Margarita sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo. Rey la miraba con esa calidez que tanto la desarmaba.
-¿Pudiste descansar? -preguntó él, acariciándole el cabello.
-Sí, por suerte sí -respondió, su voz todavía un poco dormida-. Gracias por quedarte.
Rey deslizó los dedos por su espalda en una caricia distraída, disfrutando de la cercanía.
-Siempre.
-Escuchame -murmuró Rey, acariciándole la espalda con suavidad-. Hoy vamos a ir a lo de Daisy y vas a distraer esa cabecita que tenés.
Margarita dejó escapar una risa suave contra su cuello.
-es justo lo que necesito..
-yo sé, bonita -respondió él con una sonrisa-. Te prometo que, aunque sea por un rato, no vas a pensar en nada de esto.
Margarita se separó apenas, lo miró a los ojos y asintió.
-Está bien -susurró-. Pero solo si te quedás conmigo todo el tiempo.
Rey alzó una ceja, divertido.
-No sé, no sé... -fingió pensarlo, llevándose un dedo al mentón-. Tengo una reputación que mantener, viste... como dice tu amigo... "hombre trola".
Margarita le dio un leve empujón, conteniendo una sonrisa.
-Sí, hacete el chistoso... Ya vamos a ver quién ruega por besitos.
Antes de que Rey pudiera reaccionar, ella se soltó de su agarre y se levantó de la cama con rapidez, escapando hacia el baño.
Rey se quedó inmóvil por un segundo, parpadeando con incredulidad.
-¿Pero qué...? -murmuró, mirando hacia la puerta que ahora estaba cerrada.
Una sonrisa lenta, llena de diversión, se dibujó en su rostro.
-¿Así que ahora me vas a hacer rogar por besitos, eh? -alzó la voz, asegurándose de que ella lo escuchara.
Del otro lado, Margarita soltó una risita traviesa mientras abría la canilla.
-Ya veremos, Reychu... ya veremos.
Él negó con la cabeza, riendo por lo bajo. Se dejó caer sobre la cama, con los brazos detrás de la cabeza, sintiendo cómo la ligereza de ese momento le inundaba el pecho.
Entre tanta tormenta, todavía podían robarle instantes a la felicidad.
La noche había llegado. Otto y Mei pasaron a buscar a Jano y Mar, mientras que Rey y Pipe se habían adelantado para ayudar a Daisy.
Margarita tenía una sensación extraña en el cuerpo, un peso que no la dejaba tranquila. Pero le había prometido a Rey que intentaría relajarse, despejar la cabeza.
Cuando llegaron, Rey la vio bajar del auto y quedó completamente eclipsado.
Margarita llevaba un conjunto de falda y blusa con un delicado estampado floral en tonos claros. La tela ligera se movía con cada uno de sus pasos, dándole un aire etéreo. La blusa, con un escote pronunciado y mangas largas, lograba el equilibrio perfecto entre sensualidad y romanticismo. Sus rulos bien definidos caían hasta su cintura, enmarcando su rostro con una naturalidad casi hipnótica, mientras un pequeño adorno en su cabello acentuaba su dulzura innata.
Rey se acercó a ella con una sonrisa encantada. Los demás entraron, dejándolos solos.
-Mi gran debilidad es su carita de princesa... -canturreó, con los ojos brillando de amor y ternura-. No me quisiste dar besos en todo el día, así que... vengo a reclamar lo que es mío.
No le dio tiempo a reaccionar. Se inclinó y la besó con amor, pero también con deseo, con hambre.
Margarita sintió el calor de su cuerpo antes de que sus labios se encontraran. Rey la tomó con firmeza, como si hubiera estado esperando ese momento toda la vida.
El aire se volvió espeso entre ellos. No fue un beso fugaz ni tímido. Fue un reclamo, una declaración silenciosa, un roce cargado de ternura, de urgencia y de algo más profundo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar en voz alta.
Margarita tardó un segundo en reaccionar, pero cuando lo hizo, no fue para apartarlo. Se dejó llevar, sintiendo cómo el mundo a su alrededor desaparecía. Su mano se aferró a su camisa, sosteniéndose de él como si fuera su única ancla en medio de la tormenta que llevaba dentro.
Cuando Rey se separó apenas, su aliento seguía rozándole los labios.
-Ahora sí -murmuró con una sonrisa satisfecha-. Ya me puedo quedar tranquilo.
Margarita parpadeó, aturdida, con el corazón golpeándole el pecho.
-Sos un descarado -susurró, pero sin verdadera convicción.
Rey soltó una risa baja y se inclinó para rozarle la mejilla con los labios.
-Sí, pero soy tu descarado.
Margarita resopló, intentando ocultar la sonrisa que amenazaba con delatarla. Pero Rey no la dejó escapar. Volvió a besarla, esta vez con más intensidad, con más pasión, sin dejarle espacio para dudar.
-Ju... Juani... -logró decir ella entre beso y beso, tratando de tomar el control.
-¿Qué? -murmuró él, sin dejar de repartir pequeños besos por su rostro.
-Tenemos que parar. Hay gente mirando... me da vergüenza.
Rey apoyó la frente contra la de ella, su sonrisa pícara iluminando su rostro.
-¿Querés que le pida el cuarto a Daisy?
Margarita lo miró con los ojos grandes, completamente sorprendida. Él también estaba igual de deseoso que ella.
-O... -se inclinó hasta su oído y susurró con voz traviesa- podemos ir un ratito a tu auto.
Rey se quedó inmóvil por un segundo. Luego, sin decir palabra, entrelazó sus dedos con los de ella y la guió hacia su auto.
Ella pasó por delante de él, dejando a su paso una estela de su perfume, suave y dulce.
-Vainilla... -susurró Rey, casi sin darse cuenta.