Veintidós.

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—Si me amas deberías escucharme —dijo Alex apareciendo detrás de ellos.

Miles se dio vuelta y lo vio. Su cabello perfectamente arreglado ahora era un caos, llevaba la misma ropa que el día anterior y dos grandes ojeras decoraban sus enormes ojos. Pero por algún motivo, no le importó siquiera, le correspondía sentirse culpable después de todo lo que había hecho, se merecía no dormir por la culpabilidad...

—Sí, te amo, pero eso no quiere decir que sea un tonto y perdone todo lo que haces, así no funciona, Alex, y no hay nada que yo deba oír...

—Sólo quiero que me escuches, Miles —dijo él y pudo ver como sus ojos se cristalizaban.

—Los dejaré solos, hay cosas que tienen que hablar —habló América, mirando a Miles en las últimas palabras. Subió las escaleras y segundos después ambos oyeron la puerta cerrarse.

—No quise hacerlo en ningún momento, pero sé por qué lo hice...—Miles evitó mirarlo a los ojos a pesar que sabía que Alex detestaba que no lo miraran cuando hablaba. —Nunca tomé en serio lo nuestro, por eso lo hice. Y me di cuenta que  te quiero muchísimo, quiero lo mejor para ti, y yo no lo soy.

Cada palabra hacía que su corazón se estrujara, y quería largarse a llorar y decirle que parara ya, que lo había lastimado mucho y no podría resistirlo más. Recordó que debía ser valiente frente a él, o por lo menos parecer, entonces, en vez de decirle que parara de lastimarlo con palabras, tomó coraje y dijo: — ¿Estás terminando conmigo cuando yo lo hice ayer? —una risa sarcástica brotó de sus labios, pero en realidad tenía un nudo en la garganta y sentía muchísimas ganas de llorar. —Eres un maldito enfermo, Alex.

Se levantó del sofá, tomó su abrigo y salió de la casa de América dando un portazo. Tan pronto como azotó la puerta comenzó a llorar. De nuevo le dolía el pecho y pensar era lo único que podía hacer, aunque solamente lograba torturarse más. No sólo había perdido a Alex, sino que también había perdido a América, porque veía como una traición haber dejado dormir en su casa a Alex, y no tenía dudas de que ella sabía lo que había hecho.

—¡Miles! —exclamó la inconfundible voz de Alex detrás suyo, una vez más. No quiso voltearse, simplemente siguió caminando mientras sus lágrimas caían a raudales por sus mejillas. —¡Miles por favor, espera!

Miles se detuvo, limpió sus lágrimas y oyó los pasos acelerados de Alex acercándose a él. —Lo siento, no me dejaste terminar de hablar, no quiero terminar contigo, no quiero soltarte jamás, Miles... Sólo... Vamos a casa y deja que termine de explicarte.

—No, es demasiado tarde... Solía decirte que nunca era tarde para nada, pero ahora sí lo es —murmuró y volvió a limpiarse las lágrimas que comenzaban a caer nuevamente—. He esperado mucho, Alex, realmente tuve que aprender a esperar, esperé que cambiaras, te vi cambiar año tras año, y lamento decir que nunca fueron cambios para bien.

—Podemos comenzar a tomar todo esto en serio, quizás aclarar lo nuestro en todos lados, besarnos en la calle, dejar de ocultarnos... O si tú no quieres eso, yo me ocuparé de hablar con mis padres para decirles que estoy saliendo contigo, que eres mi novio y que comenzaremos a proyectar nuestra vida juntos —dijo rápidamente, pero Miles le regaló una sonrisa rota y negó.

—Yo te tomé en serio desde el principio, y he esperado por años a que me tomaras del mismo modo, pero no todo el mundo obtiene lo que quiere, ¿verdad?

—Miles, por favor, no cometas un error... —suplicó y las primeras lágrimas cayeron de sus ojos. Suspiró con frustración consigo mismo y pasó sus manos por su cabello.

Era la primera vez, desde que todo comenzó, que Alex lloraba por Miles. —El error lo cometiste tú, y lo entiendo, para ti fui... Placer, diversión, ¿qué más fui para ti? —preguntó y luego de un minuto en el que Alex no dijo nada, comenzó a caminar rumbo a su casa. —Procura estar en mi casa en una hora para sacar tus cosas.

Llegó a una calle transitada y se subió al primer taxi que pasó frente a sus ojos. Mantuvo la vista fija en la ventana en lo que duró el viaje, intentando no pensar en nada, y lo único que pudo hacer fue pedirle al hombre que conducía el taxi que subiera un poco el volumen del estéreo.

Se sentía vacío, sentía que la gran parte de su corazón en donde vivía Alex había sido desalojada se sentía realmente mal y solo. Necesitaba cigarrillos, necesitaba alcohol que le quemara la garganta. Y cuando llegó a su casa sacó un vaso y comenzó cargando hasta el tope el vaso con whisky. Más tarde, sacó vodka, y repitió el proceso varias veces hasta que se sintió tan ahogado en su tristeza que comenzó a llorar, lloraba con fuerza y sólo podía repetir el nombre de Alex Turner una y otra vez.

Sólo quedan un par de capítulos para el final. </3

-elizabeth

00:35 a.m › milex Donde viven las historias. Descúbrelo ahora