Capítulo 11

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Día dos:

Elisabeth despierta de su sueño. La luz del sol entra por el ventanuco e ilumina el zulo. Recuerda donde está. Mira a su derecha y ve comida en la mesita. Hay un plato con arroz en blanco y pequeños trozos de pollo.

-Al menos el tenedor está limpio.- piensa Eli en voz alta.

Empieza a comer poco a poco, luego bebe y vuelve a comer. No sabe demasiado bien, pero es comida y tiene hambre.
Cuando acaba se acuesta en la cama y se queda allí hasta que el hombre entra.

-Buenos días Elisabeth.- la saluda con su asquerosa sonrisa.

Ella no responde y tras unos minutos él habla de nuevo.

-Te he dicho buenos días.- en su voz puede notarse que empieza a enojarse.

-Lo serán para ti pero no lo son para mí.- contesta, tosca.

-Limítate a saludar, no necesito saber tu opinión.

-Buenos días.

El hombre la observa no demasiado convencido.

-Bien, veo que has comido todo. No preguntaré si te ha gustado, me importa muy poco.

La joven se arrincona en la esquina izquierda de la cama, lo más lejos posible del secuestrador.

-No te alejes de mí. Acércate.

Eli duda un poco, sabe que debe obedecer en todo pero le cuesta actuar como si ella hubiese elegido estar en ese lugar.
Él se impacienta, su rostro se enfurece.

-¡Te he dicho que te acerques! ¡¿O es que no me escuchas estúpida zorra?!

Ella se arrincona aún más por el miedo que le causa, entonces el hombre da la vuelta a la cama y la sujeta del pelo. Tira fuerte de su cabellera y hace que se mueva al lugar que antes le había ordenado.

-Veo que eres una niña consentida, malcriada y rebelde. Yo te enseñaré a hacer lo que se te ordena.

Al escuchar sus amenazas la joven empieza a temblar, él se desabrocha el cinturón y ella se teme lo peor. Pero se equivocaba en su presagios. El hombre no continúa quitándose el pantalón y sólo sujeta el cinturón de cuero, duro y fuerte.
Elisabeth entiende lo que significa. Su secuestrador le da la vuelta y la empuja boca abajo.

-¡Ni te muevas! -la chica cierra los ojos y los aprieta fuerte esperando el primer golpe.

Aquel "ser" se prepara: arremanga su camisa y sujeta el cinturón como un látigo. Lleva su brazo atrás y en un rápido movimiento impacta sobre la espalda de Eli. Ella no puede evitar un grito de dolor.
Otro golpe, otro grito, otro golpe y otro grito. Golpes y gritos se suceden hasta que el brazo del secuestrador no puede más. Su cara está roja de ira, pero no más que la espalda de Elisabeth que arde en carne viva.

El hombre no dice nada más, se pone el cinturón y sale de la habitación.

...

No sabe cuánto tiempo lleva allí tumbada. La espalda le duele como si mil toros pasasen por encima de ella, igual que si hubiese estado mucho tiempo con la espalda pegada a un horno.
No sabe como describir lo que siente, desearía estar muerta.

De pronto la puerta se abre y el secuestrador entra. La joven ni siquiera vuelve la mirada, continúa tumbada hacia abajo.
Él se sienta en la silla, cerca de ella.

¡Oye imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora