Un lobo llamado Kiba (parte II)

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»Al enterarse de la reacción de su líder, algunos se tomaron la libertad de perseguirlo con el fin de expulsarlo. Unos le mordieron las patas; otros, furiosos por lo que habían oído, tiraban a morderle el cuello. Ninguno de ellos perdonó su ofensa; ninguno de ellos fue capaz de comprenderlo. Se lanzaron contra él como si fuera un intruso, y lo único que logró hacer Kiba fue correr.

»La caza cesó cuando los perseguidores percibieron un aroma que los alarmó. Se detuvieron y dieron la vuelta, dejando al joven lobo atrás. Habían llegado al sitio en donde la humana había colocado la manta para que él durmiera. Para ellos, su perfume no significaba más que peligro. A Kiba, en cambio, le agradaba. Le hizo sentir que por fin estaba en casa. Ilusionado, se echó a esperar a su amiga como había hecho todos los días desde que cayera en la trampa del cazador, sin saber que esta vez ella no se presentaría.

»La noche cayó y la humana no fue a su encuentro. Con el deseo de verla, se puso a buscar su rastro por los alrededores. Pronto, dio con una cabaña en cuyo interior se hallaba ella. Reconoció su voz inmediatamente. ¡La había encontrado!

»Se acercó, feliz, a la casa sin el menor temor y emitió un aullido para anunciar su presencia. La puerta se abrió de golpe y Kiba vislumbró una silueta que no reconoció. Avanzó con curiosidad, para verlo de cerca. Se trataba de un hombre viejo, que sostenía algo extraño entre sus manos.

»Un estruendo hizo temblar los árboles, pero el animal no se movió. Supuso que debía ser un trueno. El hombre dio unos pasos hacia él y le apuntó con el objeto a su cabeza, pero el lobo permaneció quieto en su lugar. No se imaginó lo planeaba hacerle. No sabía lo que era una escopeta. Estaba feliz porque amaba a los humanos y deseaba vivir con ellos... y también anhelaba ser uno. No tenía idea de que aquél que tenía enfrente era el cazador que había estado colocando trampas a lo largo del bosque. Ni siquiera lo sospechó, hasta que la muchacha gritó, desde el interior de la casa: ¡No lo mates, papá! Es mi amigo.

»Ella salió de la cabaña y, para detenerlo, se interpuso entre él y el animal antes de que disparara el arma.

»Enfurecido, el hombre golpeó con fuerza a su hija y la hizo caer contra una pila de leños apilados en un rincón. ¿Pero quién te crees que eres? ¡Niña estúpida!

»Kiba, al ver que la única persona que había sido buena con él estaba siendo atacada, experimentó una rara sensación de enojo, muy superior a la que conocía. Y al sentir el olor de la sangre de la joven manando de la herida en su frente, se llenó de ira. Deseó matar a ese hombre; sin embargo, no pudo hacerlo. Algo en su interior lo detuvo. No era su intención lastimar a nadie.

»El hombre aprovechó que su hija estaba en el suelo, y volvió a apuntarle en la cabeza al animal. Iba a disparar. Bueno, lo hubiera hecho si la muchacha no lo hubiese tirado al suelo. Lo sujetó de una pierna y lo hizo caer. Estaba empecinada en salvarle la vida a ese lobo, sin importar las consecuencias.

»El cazador se irritó tanto, que volvió a golpearla; La dejó inconsciente.

»Kiba detestaba la violencia. A pesar de ello, la muchacha estaba en peligro; así que no dudó en actuar, antes de que el cazador la asesinara. Sabía que la ira fuera de control era peligrosa.

»Sin dudarlo y sin sentir el menor remordimiento, se abalanzó hacia el humano y mordió su cuello hasta que dejó de moverse; hasta que dejó de respirar. Después, totalmente bañado de rojo, se aproximó a la chica y se quedó tendido allí, junto a ella, con la cabeza apoyada en su regazo.

»La protegió porque la amaba; más que al bosque, más que a su manada, más que a cualquier otra cosa en el mundo.

»La joven despertó a la mañana siguiente, en su cama. Se sentó, desorientada, y enseguida recordó lo que había pasado. Salió afuera y no vio rastros del lobo o de su padre. Habían desaparecido. Desesperada, los llamó repetidas veces sin obtener respuesta de ninguno. ¿Qué habría pasado? No quería pensarlo. Quizás, era una de esas veces en las que su padre desaparecía por un día o dos, y luego regresaba oliendo a licor. Siempre sucedía cuando un animal así se le escapaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar su reflejo en el vidrio de la ventana y ver las marcas de los fracasos de su padre por todo su rostro. ¡Cómo deseaba que jamás volviera! ¡Cómo deseaba que después de desmayarse, el lobo lo hubiera matado!

Noche de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora