XLIX

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Un día, tus dedos buscaron el calor de mis mejillas. Cuando encontraron la piel de mis mejillas, éstas se encendieron. Una sonrisa nació en tus labios y provocó que mis labios se curvasen en otra.

El plan había surgido espontáneamente.

Habíamos salido del colegio. Acostumbrada a lo consentida que me tenías en cuanto a la confianza que había entre nosotros, de mis labios había escapado el deseo de ver por última vez las luces de Navidad.

Al oír mi deseo tú me lo concediste sin apenas pensarlo. Cambiaste tu tarde de Play Box y fiesta por un paseo por la ciudad, conmigo. Según Europa, eso era tan extraño en un chico como verme sin chocolate. Creía que ella exageraba. Resultó ser que no lo hacía.

Eros, la búsqueda de DeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora