Capítulo III

34 2 1
                                    

SEBASTIÁN

La pelirroja abrió sus ojos lentamente para encontrarse a su lado al pelinegro que había conocido en la cafetería. Se sentía mareada, pero su preocupación fué rápidamente hacia otro detalle de la habitación; ¿habían usado condón?, ¡¿lo habían hecho?!, se preguntaba histérica por la peligrosa incertidumbre.

—¿Usamos condón?—preguntó asustada, tapándose el cuerpo con las sábanas.

—Sí...—respondió la somnolienta voz de Sebastián.

—Uff...—suspiró aliviada Karla- Soy una zorra...—dijo tomando tequila barato de la botella, con un tono autodespreciado pero divertido ante su supuesta desgracia.

—Ya somos dos —comentó Alexander, a lo que la pelirroja rió.—Por cierto... —se lo pensó detenidamente—Seguiré yendo al café, espero que no te moleste.

—Para nada—sonrió.

—Bien, me cambiaré de ropa y me iré.

Sebastián se desperezó tozudamente y caminó desnudo al baño. Tras estar bañado y vestido, salió en camino a su detestable antiguo hogar, después de haber dado ticto a más de cinco llamadas de esa mujer.

—¿Qué demonios quieres?—preguntó cuando Elizabeth respondió al primer tono.

—Alguien anda de buenas...—el hombre de ojos verdes gruñó ante el descaro de su mención —Bueno, la cosa es que necesito que alguien cuide a Patrick.— una sonrisa se formó en los labios del mayor, el cual iba a aceptar sin dudar, pero ella continuó- Necesito que tú lo cuides...

—Me encantaría.

—Por... un mes...pedí vacaciones... y--

—Saldrás con tu perro faldero.

—Alfredo.

—Faldero, Alfredo; de todas maneras se parecen. Aprovéchalo antes de que encuentres alguien más y lo cambies.

—Ven a buscarlo mañana.

Y cortó, como siempre huyendo de sus responsabilidades; pensó Sebastián, pero a pesar de todo, estaba feliz de que iba a ver a Patrick.

—¿Te sabes el chiste de las uvas?-preguntó el pequeño niño en la mesa de la heladería.

—¿El de las uvas?—preguntó en cambio su padre con una sonrisa.

—Sí—firmó alegre con un cabeceo horizontal de su cabeza en señal de afirmación.

—Pues no, no me lo sé.

—¿Qué le dijo una uva verde a una morada?

—¿Hola?

—Noo—rió aún más —no, papá—se tomó su pancita— respira.

Y Sebastián rió como un loco, ambos se regalaron sonrisas, aunque ese chiste no tenía gracia.

Aunque inconcientemente rió también por esa inocencia y pudor, uno que vió más allá de los ojos de su hijo, porque inconcientemente pudo distinguir ese rubor, y no fué el de Patrick el que vió.

JEAN

El castaño se desperezó cansado, había estado triste toda la noche desde que Tai se había ido a dejarlo en la estación, lo cual en parte le molestó.

No le había dicho que no tomaba la estación porque sabía que no le dejaría llevarlo, pero una vez el rubio se fué al verlo tomar el tren sano y salvo se sintió sólo. Si bien había pasado una tarde perfectamente afable, seguía con un vacío en el pecho, el rechazo del pelinegro que aún desconocía el nombre le carcomía la piel por dentro.

Musa MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora