Capítulo 20

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Durante el camino escaleras arriba yo no podía dejar de temblar. Necesitaba pedir ayuda, pero parecía que todos en la casa habían desaparecido.

Intenté suplicar, aunque era claro que él me estaba ignorando por completo. El miedo me agobiaba tanto que sentía que pronto rompería en llanto.

Al llegar a la que suponía que era su habitación, me arrojó a la cama y se quedó observándome desde el otro extremo.

Las cortinas estaban cerradas y no permitían la entrada de la luz. A obscuras el lucía aún más aterrador. Permaneció unos minutos sin decir nada, solo me observaba. La presión era tanta que sentía como mi labio temblaba y finalmente las lágrimas salieron de mí. Pronto no podía dejar de soltar hipidos encogiéndome en donde estaba, a la espera de lo que fuera a suceder.

Finalmente habló.

- ¿Qué estabas buscando? - preguntó de una manera tan calmada que asustaba.

- Yo... solo quería saber.

- ¿Qué cosa Daia?

- Saber quién es usted, maldita sea -grité sin poder controlarme- me tienes aquí a la fuerza y no sé quién eres. Jamás he visto tu rostro. No sé nada de ti, ni siquiera porque me tienes aquí.

- Esos asuntos no son de tu incumbencia Daia.

- ¿Es todo lo que vas a decir?

- Yo decido que necesitas saber, y esto no es algo de ello. - dijo finalmente, y salió.

Tardé unos minutos en recomponerme. Entré al baño de su habitación a limpiarme la cara y rociar agua en mis hinchados ojos.

Después de todo no había logrado conseguir nada.

Recorrí su habitación a tientas, y resultó que era idéntica a la mía, pero con tonos más obscuros. Era tan fría, sin decoraciones ni color.

Su armario estaba lleno de trajes en los mismos tonos y su ropa informal era escasa. Parecía de esos hombres que casi viven en su oficina.

Revisé cada cajón y compartimiento de su habitación, pero no encontré nada relevante. Intenté abrir la puerta de salida, pero por supuesto que estaba cerrada.

Me rendí después de un rato y me recosté en la cama que aún estaba destendida. Ellas ni siquiera habían estado aquí. ¿A dónde habían ido?

No pude evitar sentirme traicionada. ¿acaso me habían dejado a solas con el apropósito?

Me abracé de una almohada y esperé en la obscuridad mientras los minutos pasaban, pero no había ningún ruido afuera. Después de una hora o más me quedé profundamente dormida.


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