8- Sabrina: Desacuerdos

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Universidad de Toronto, Canadá, 2009.

¿Alguna vez destaqué cuan sola me sentía en la Universidad?, hasta hace poco tiempo, claro. Unos meses antes de salir a vacaciones la triste sombra de la soledad y melancolía habían llegado a mi vida. Las cosas no eran del todo claras en ese tiempo y hoy mucho menos. En todo éste tiempo nunca hice una amiga íntima aquí, ni con mi antigua compañera de habitación, de hecho raramente la veía deambular en la pieza y si lo hacía era por cosas personales. Nunca pasamos de un hola de cortesía, luego no la volví a ver. Lucía era la razón, yo hablé con los agentes de las instalaciones para poder mudarme a la habitación donde ella estaba, ya que sí, ella residía sola allí. Luego tampoco volví a verla. ¿Ironía?, llámenle como quieran, pero estaba segura que nunca me fue bien en ser amistosa con mis compañeras de habitación y ésta vez no era la excepción. Pocas veces me habían pasado coincidencias raras. Como la vez que leía un libro y estaba segura nadie sabía de él o mejor dicho a nadie le interesaba, pero a excepción de ese día vi como a tres personas más leerlo; coincidencias, qué más da. Ésta vez era más raro, había visto a aquella elegante chica en el avión, miraba su sinceridad en sus ojos, miedo y a la misma vez frialdad. Su manera de ser me llamó la atención, más cuando fue bondadosa al ayudarme con mi maleta y un tanto testaruda al no corresponder mis agradecimientos. Cuando la vi en la Universidad con su amiga me sorprendió —demasiado, diría yo—; pero, cuando la vi en mi habitación, por una extraña razón sentí que no iba a estar tan sola, que de una u otra manera íbamos a tener que charlar de algo —esto lo creí antes de haber discutido con ella, claro—; cuando la vi, cometí un error del cual no estaba tan orgullosa, antes de saber quién era la había tratado como si hubiese tratado a cualquier particular—no, ese no era mi error—pero luego de saber quién era la susodicha, me dio un ataque de amabilidad, que dio a demostrar lo débil que podía ser—sí, ahí estaba el maldito error, llámenlo tonto o como quieran, se trataba más de orgullo y dignidad, algo que cuidaba demasiado— lo peor es que ella se dio cuenta de la situación, y se aprovechó, sí, hasta ignoró el hecho de que me había visto antes; tuve que reaccionar y defenderme—tal como un perrito ladra para defenderse, sale corriendo y luego donde nadie lo vea, aprovecha a lamerse sus heridas— lamentable comparación, pero era idéntica a ello, salí de la habitación no sin antes dar un portazo y miradme aquí, pensando en lo ocurrido. No entendía porque demostraba preocupación por alguien que solo había visto un par de veces, pero tampoco quería cuestionármelo. Primero Davenport y ahora ésta tía—perfecto—, mi día sin duda había sido espectacular, sin quitarle el sarcasmo de encima, por supuesto. Después de haber terminado mi cigarrillo con una calada larga, decidí regresar a la habitación y comer un poco.                    

Entré sigilosamente, como si llegase tarde a casa con miedo a que mis padres me pillaran, luego de ver por todos lados, pude darme cuenta de que la pieza estaba vacía, así que me sentí más aliviada. Decidí por hacerme algo rápido, hace tres horas que estaba fuera y mi estómago estaba vacío, un sándwich de pavo y un zumo de naranja lo arreglarían todo. Me senté en el sofá con un libro, sí, después de un largo día, pude sentir tranquilidad solo con tres cosas, comida, bebida y un buen libro. En silencio pude escuchar más detenidamente, y era algo parecido a —mierda— la ducha. Tenía la puerta en frente de donde estaba sentada, ya que el apartamento se dividía en sala, los dos baños juntos en la pared frontal, la cocina a la izquierda y la pieza de dos acompañantes, era pequeño pero bien distribuido y que daba oportunidades a momentos incomodos. Escuché que la ducha se detuvo, no iba a moverme, claro que no; es más, le di el primer mordisco al sándwich, dándome el tiempo de saborearlo y luego dando sorbos a mi zumo de naranja, entonces salió y la vi. La cubría solo una toalla, dando la oportunidad de ver su clavícula, su pecho y parte de sus piernas. Su cabellera larga y hermosa despedía gotas que recorrían todo su pecho—sin duda era hermosa—a todo esto estaba aún mordisqueando mi sándwich, pero a un ritmo lento, como si no quisiese que se acabara nunca—como si estuviese devorando el cuerpo de la bella silueta que tenía enfrente—Cuando por fin subí mi mirada me encontré con unos ojos hermosos, que a la vez despedían nerviosismo, noté que sus mejillas estaban sonrojadas—Oh Dios, me ha descubierto—cuando desvié mi mirada al libro, escuché las pisadas al lado mío, parecía que iba corriendo, no solo eso, mis latidos también iban a mil por hora.                                                                                                                

Luz de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora