Parte 2

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Al principio pensé que todo había vuelto a la normalidad. El bar parecía un poco más tranquilo la noche siguiente. Sam estaba de nuevo en su puesto, relajado y alegre. Nada parecía irritarle, y cuando le conté lo que había sucedido con la traficante la noche anterior, me felicitó por mi sutileza.

Tara no apareció, por lo que no pude preguntarle acerca de Mickey. ¿Tenía que meterme en ello, de todos modos? Seguramente no era asunto mío, aunque me preocupaba, eso lo tenía claro. Jeff LaBeff había vuelto al bar y estaba abochornado por su comportamiento con aquel chaval la noche anterior. Sam se había enterado del incidente a través de una llamada telefónica que había recibido de Terry y le hizo una advertencia a Jeff para que aquello no se repitiera.

Andy Bellefleur, detective del condado de Renard y hermano de Portia, estaba en el bar con la chica con la que salía, Halleigh Robinson. Andy era mayor que yo, que tengo veintiséis años. Halleigh tenía veintiuno, edad suficiente para estar en el Merlotte's. Halleigh daba clases en la escuela de enseñanza primaria, acababa de finalizar sus estudios y era realmente atractiva; tenía el cabello castaño y peinado con una melenita que acababa justo por debajo de la oreja, unos ojos marrones enormes y una agradable figura curvilínea. Andy llevaba un par de meses saliendo con Halleigh y, por lo poco que veía de la pareja, parecían avanzar a muy buen ritmo en su relación.

El pensaba que ella le gustaba mucho (a pesar de ser un poco aburrida)

y estaba realmente dispuesto a hacer

cualquier cosa por ella. Halleigh

consideraba a Andy muy sexy y un

hombre de mundo y le encantaba la

recientemente restaurada mansión

familiar de los Bellefleur, pero no creía

que fueran a durar mucho después de

que se acostase con él. No me gustaba

nada conocer detalles sobre las

relaciones de los demás que ni siquiera

ellos mismos sabían, pero por mucho

que tenga la antena bajada, sigo

captando pequeñas cantidades de

pensamientos.

Claudine se presentó en el bar

aquella noche, casi a la hora de cerrar.

Claudine mide un metro ochenta, tiene

una melena oscura y ondulada y una tez

blanca inmaculada, fina y brillante como

la piel de una ciruela. Claudine se viste

para llamar la atención. Aquella noche

llevaba un traje pantalón de color

terracota, muy ceñido a su cuerpo de

amazona. Durante el día trabaja en el

departamento de reclamaciones de un

establecimiento importante del centro

comercial de Ruston. Me habría gustado

que hubiese venido acompañada por su

hermano, Claude. No es que él me haga

mucho caso, pero siempre es un regalo

para la vista.

Es un duende, pero de los de verdad.

Y Claudine es su equivalente en

femenino, un hada.

          

Ella me saludó con la mano por

encima de las cabezas de la clientela.

Yo le devolví el gesto, sonriéndole.

Todo el mundo se siente feliz cuando

aparece Claudine, que siempre está

alegre cuando no hay vampiros a su

alrededor. Es impredecible y muy

divertida, aunque, como todas las hadas,

cuando se enfada es peligrosa como un

tigre. Por suerte, eso no sucede muy a

menudo.

Las hadas ocupan un lugar especial

en la jerarquía de las criaturas mágicas.

Aún no sé exactamente cuál, pero tarde

o temprano acabaré atando cabos.

A todos los hombres presentes en el

bar se les caía la baba con Claudine, y

ella se aprovechaba de ello. Le lanzó

una larga mirada a Andy Bellefleur y

Halleigh Robinson le devolvió a su vez

una furiosa y a punto estuvo de

escupirle, hasta que recordó que era una

dulce chica sureña. Pero Claudine se

olvidó de todo el interés que sentía

hacia Andy cuando vio que estaba

bebiendo té helado con limón. Las hadas

son aún más alérgicas al limón que los

vampiros al ajo.

Claudine se abrió paso hasta llegar a

mí y, para la envidia de todos los

hombres del bar, me dio un enorme

abrazo. Me cogió de la mano para tirar

de mí y entrar en el despacho de Sam.

La acompañé por pura curiosidad.

—Querida amiga —dijo Claudine

—, te traigo malas noticias.

—¿Qué? —En un abrir y cerrar de

ojos, pasé de estar contenta a estar

asustada.

—Esta mañana se ha producido un

tiroteo. Uno de los hombres pantera ha

resultado herido.

—¡Oh, no! ¡Jason! —Pero enseguida

pensé que alguno de sus amigos me

habría llamado si no se hubiese

presentado al trabajo.

—No, tu hermano está bien, Sookie.

Pero Calvin Norris recibió un disparo.

Me quedé perpleja. ¿Y Jason no me

había llamado para contármelo? ¿Tenía

que enterarme por otra persona?

—¿Un disparo mortal? —pregunté, dándome cuenta de que me temblaba la voz. No es que Calvin y yo fuéramos

íntimos, ni mucho menos, pero estaba

Más muerto que nunca Donde viven las historias. Descúbrelo ahora