Capítulo 2.

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Mi vista comenzó a ser un poco mas clara. Estaba en mi cama aunque no la sentía igual de cómoda, la noche anterior la había pasado muy mal y el sueño que tuve no ayudó en nada.

Había un chico muy guapo que al principio parecía simpático, pero después todo se hizo confuso por un trapo en mi cara. Al menos todo había sido un lindo sueño con un final espeluznante.

Abrí poco a poco mis ojos mientras me sentaba en el borde de la cama a la que se le sentían los resortes. Necesitaba un cambio.

Pero... esa no era mi cama, y no estaba en mi habitación. Comenzaba a asustarme y a respirar sonora y rápidamente.

¿Y si mi pesadilla en realidad había pasado?, ¿Y si el tal Max me había hecho desmayar?, ¿En donde estaba?

Lo único que había era la cama en donde estaba sentada. Ninguna ventana sobre las sucias paredes, la única salida era una puerta que se encontraba en la esquina contraria a donde estaba yo. Debía salir de allí, tenía un mal presentimiento y el olor a sufrimiento, desesperación y llanto no ayudaban.

Corrí hasta la puerta e intenté abrirla girando la perilla y golpeandola, pero como era de esperarse no lo logré.

¿Que me harían? No podía soportar todo ese sentimiento de inseguridad, así que lloré, lloré sólo para sacar la impotencia que me invadía por no poder hacer nada.

No había hecho nada malo, ¿Por que estaba allí?, ¿Qué debía pagar? Siempre había creído en el karma, y claro que había hecho algunas cosas indebidas pero... no tan malas coma para un castigo tan grande.

- ¡Ayuda!- grité aunque sabía que no lograría nada con ello.- ¡No debo estar aquí!- insistí. Estaba llorando y no trataba de ocultarlo, pero de verdad no soportaría estar mas tiempo allí. Sola. Aunque dudaba que la compañía fuera mejor.- ¡Quiero salir!- seguí gritando mientras trataba de abrir la puerta.- ¡Ayúdenme por favor!- sin duda no obtendría resultados. Tal vez fuera no había nadie y si había alguien seguro no me sacarían. Eran parte de todo eso.

Me levanté del suelo pegajoso y me dirigí a la cama. No podía hacer nada para salir y tampoco lo intentaría, debía guardar mis fuerzas por si alguien entraba.

Me coloqué en la esquina de esta para estar lo más lejos posible de la puerta. Si alguien entraba quería que tardará el mayor tiempo posible en acercarse a mi, por que seguro serían personas repugnantes.

Abracé mis rodillas y hundí mi cabeza entre ellas para seguir llorando. Ayer había sido un día estupendo, y todo había dado un giro radical para llegar al punto donde me encontraba.

Debía hacer algo para evitar que esas personas hicieran conmigo lo que querían hacer. No podía sólo ser otra víctima sin luchar antes.

No recuerdo cuanto tiempo estuve así, pero me pareció una eternidad. Tenía hambre, sed, y quería regresar con mis padres, y ver sonreír nuevamente a Javi. Estaba abatida.

La puerta se abrió en un rechinido y yo levanté la vista para ver quien era, al mismo tiempo que me pegaba más a la esquina para sentirme un poco más segura.

Un hombre alto, de piel dorada y sin pelo se abrió paso para entrar. Llevaba un traje de gala negro, con una camisa roja debajo. Parecía una persona muy culta. Tenía un sujeta corbatas sobre ésta en forma de pipa con incrustaciones de lo que a mi me pareció diamantes en ella.

El hombre cerró la puerta tras él y posó sus profundos ojos negros sobre mi. Me estremecí, porque su mirada era como una daga directa hacia el corazón.

- Al fin despiertas, Samantha. - dijo con una voz áspera dando lentos pasos en mi dirección.

- Quién... ¿quién le dijo mi nombre?- tartamudeé.

Prometo hacerte daño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora