26-27

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Lali sólo había visto a la mujer una vez, pero le había bastado para decidir que no le gustaba en absoluto. En su opinión, la señorita Rillouso pasaba más tiempo flirteando descaradamente con Peter que preocupándose por Dylan. Además, lo máximo que había conseguido sacarle a Dylan con su sistema habían sido un gruñido o dos, y sólo porque le había prometido alguna golosina.

—Si ganas al menos veinte de las pegatinas que le dejo a tu niñera para que las vaya poniendo en esta tabla —le había prometido al pequeño en la última visita—, la próxima vez que vengas te sorprenderé con algo especial.

Dylan no había mostrado el más mínimo entusiasmo ante la idea, y Lali, a la que le había parecido una supina estupidez, tiró la tabla a una papelera en cuanto salieron del edificio.

—¿Qué haces? —la increpó Peter furioso, sacándola.

Lali no se amilanó.

—Sí a ti te parece que esa chorrada que se le ha ocurrido puede funcionar, hazlo tú mismo —le dijo tendiéndole la hoja con las pegatinas—. Intentar hacer hablar a Dylan mediante sobornos me parece una pérdida de tiempo además de una soberana estupidez, y va contra los principios de lo que considero una buena educación.

—Por si lo has olvidado —le dijo Peter entornándolos ojos—, te recuerdo que te pago para que cuides de mi hijo, y eso incluye seguir las indicaciones de la terapeuta. Si te ves incapaz de hacer lo que hay que hacer por el bien de Dylan, quizá debería buscar otra niñera.

Lali no se arredró:

—Si quieres despedirme, hazlo, pero te advierto que si te descuidas acabarás convirtiendo a un niño que es bueno y cariñoso en un monstruo, un monstruo que cuando llegue a la adolescencia no querrá sacar la basura por menos de un dólar, y no se preocupará por sacar buenas notas a menos que le prometas una bicicleta de montaña o un video-juego nuevo para su consola.

Por el entorno en el que había crecido, en el que muchos padres malcriaban a sus hijos dándoles todo lo que querían con tal de que los dejaran tranquilos, Peter sabía que tenía razón en lo que estaba diciendo, pero, cabezota como era, se obstinó en insistir en su punto de vista:

—Helen Rillouso es una profesional cualificada —protestó.

—Y yo no lo discuto —replicó ella—, pero me parece que se equivoca. Hay que darle tiempo a Dylan para que vuelva a hablar por su propia voluntad. Estoy convencida de que antes o después lo hará, y no le resultará tan traumático como que intentemos forzarlo poniéndole delante un caramelo o una galleta.

Peter no podía negar que su manera de acercarse al pequeño, sin agobiarlo, había dado mejores resultados que las tácticas de la logopeda, ni que Dylan parecía más feliz, pero no veía razón para interrumpir el tratamiento indicado por una persona que se suponía entendía más del tema que él ó ella.

—Lo único que te pido es un poco de apoyo —insistió—. Si no te ves capaz de aplicar el programa de la logopeda, al menos podrías no intentar sabotearlo.

Lali consideró sus palabras en silencio y finalmente asintió con la cabeza.

—Está bien; por respeto a ti no volveré a meterme en si los métodos de la doctora son buenos o no, y no interferiré si tú quieres probarlos con Dylan, pero creo que deberías pensar lo que te he dicho: intentar obligarle a hablar es tan malo como intentar forzar una relación antes de que la persona se sienta preparada.

Peter suponía que aquella era su manera sutil de decirle que la dejara tranquila, que le dejara espacio. Aquello reforzaba la impresión que había tenido tras la noche de la fiesta, pero aparte de dormir en el establo, no se le ocurría qué otra cosa podría hacer para dejarle espacio sin distanciarse aún más de Dylan. Desde que había empezado a evitar a Lali echaba muchísimo de menos pasar tiempo con su hijo, como hacía antes.

"NIÑERA" TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora