Hermanastro

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Antes de poder contarles bien cómo fue ese horripilante momento, tengo que explicarles algunos datos sobre mi vida, para que puedan entender bien mi historia.

Resulta que soy hija única, vivo con mi madre y por el contrario, mi padre nos dejó cuando tenía solo cuatro años. Nunca le dio una explicación a mi madre del porqué, solo se marchó sin más. Ahora tengo diecisiete años y mi madre está de novio con un hombre. Esta persona, de nombre Gonzalo, parece ser una buena persona y siempre se supo comportar muy bien con mi familia. Solía traer a su familia consigo cada vez que venía de visita a nuestra casa. Él tenía dos hijos, el menor se llama Martín y el mayor se llamaba Gabriel.

Un día, a Gonzalo y a su familia les ocurrió una horrible tragedia. La casa en donde vivían fue víctima de un gran incendio y uno de sus hijos, Gabriel, se vio envuelto en las llamas. A pesar de los esfuerzos de más de cinco médicos, no fueron capaces de salvarle la vida. Los médicos no pudieron determinar la causa de su muerte, así que lo atribuyeron a lo más lógico: las quemaduras causadas por el fuego. Fue una terrible y devastadora tragedia para Gonzalo, nunca vi a un hombre tan destruido y abatido. Como solía decir mi madre: «Si un hombre llora, es porque le han roto el corazón».

La cuestión es que mi madre le ofreció quedarse en nuestra casa a Gonzalo y a su hijo, hasta que pudieran conseguir un lugar nuevo donde vivir. Mi madre era de esos ángeles que viven en nuestro planeta y que de ser posible, daba todo lo suyo para ayudar a alguien querido. Yo, por mi parte, no me molestaba en ayudar a esa familia, porque ellos eran buenas personas y sé que si a mí me ocurriera algo parecido, ellos harían lo mismo por mí. Pero Martín, su hijo, no me caía muy bien. Sobre todo porque yo no sé cómo manejarme con los niños, y también porque soy hija única y estoy acostumbrada a no tener que compartir mis cosas con alguien.

En los primeros días de la estadía de la familia, Martín se mantenía muy reservado y siempre se lo veía con un aire triste y melancólico. Cada vez que intentaba establecer una charla, él me respondía por compromiso, haciendo una sonrisa forzada y sin ánimos. No me molestaba, al contrario, me daba cierta pena. Los primeros días, Martin dormía con su padre y mi madre. A pesar de ser un niño, ya estaba demasiado grande como para dormir con ellos. Además, mi madre y su padre querían tener un poco de intimidad, cosa que era imposible con Martín. Lo dejaron algunos días. Debido a que como ya no tenía a su hermano mayor, le era casi imposible conciliar el sueño, cosa que me daba mucha pena.

Luego de unos días, su padre y mi madre tuvieron una «fantástica» idea, mandar a Martín a dormir en mi dormitorio junto a mí. Situación que no me parecería molesta, si no fuera porque eso significaba un adiós a mi intimidad y espacio personal. Entonces, me dije a mí misma: «Si voy a compartir mi dormitorio con un niño, tendré que llevarme bien con él». Así que platiqué con él un buen tiempo, hablando sobre gustos y cosas diversas, logrando que simpatizara más conmigo. Mi dormitorio era una habitación ni muy pequeña ni muy grande. Estaba pintada de un color amarillo claro, tenía un ropero en la parte izquierda y tenía un escritorio en la pared superior. El piso era de madera y mi cama estaba contra la pared derecha. La primera noche, habían acomodado la cama donde Martin dormiría en paralelo a la mía, de tal modo, que nuestras camas estuvieran cerca una de la otra, permitiendo que nos pudiéramos ver mientras dormíamos.

Cuando llegó la hora de dormir es cuando se complicó un poco. Estaba durmiendo lo más plácidamente, hasta que algo me despertó. Miré mi reloj y marcaba las 2:40 a.m. Yo estaba acostada mirando la pared, de forma que le daba la espalda a la cama en donde dormía Martin. Al abrir bien los ojos, me quedé pensando en el porqué de mi desvelo, y en ese preciso instante sentí como si alguien me estuviera viendo. Sentía esa sensación punzante en mi espalda, quería ignorarla, pero sentía cómo se aceleraba mi corazón y se me iba la respiración de la intranquilidad que sentía. Quería tomar coraje para darme la vuelta y ver si realmente había algo observándome. En ese momento, escucho el ruido de madera crujir, como si algo se estuviera moviendo detrás de mí. Estaba paralizada, el terror de pensar que algo desconocido y, quién sabe si no, peligroso, se estaba moviendo detrás de mí. El sonido no solo no cesó, sino que iba en aumento. Escuchaba pequeños pasos detrás de mí, aumentando cada vez más y más de volumen, indicando que lo que sea que había detrás de mí, se estaba acercando. Quería moverme, quería ver qué era lo que me causaba tal espanto e intranquilidad, pero no podía hacerlo, estaba crispada. En un momento dejó de haber ruido, justo cuando el sonido de los pasos era muy cercano. Habría pensado que seguro esa cosa se había detenido o se había ido, de no ser porque sentí la respiración de alguien chocar contra mi espalda. Para este punto, estaba aterrada, el corazón me latía demasiado rápido y el cuerpo me sudaba frío. En un arranque de valor, me di la vuelta para enfrentar a lo que sea que causaba mi terror. Mi sorpresa fue grande al ver que solo era Martín, parado delante de mi cama. Recuerdo que sentí cierta irritación, pero me sentía muy aliviada de que no fuera algo extraño.

          

«No puedo dormir», me dijo. A lo que respondí, muy aliviada: «Si quieres, puedes dormir conmigo», mientras movía mi cuerpo para dejarle un espacio en el colchón. El chico asintió con la cabeza y se recostó al lado mío. En cierta forma, quería que durmiera conmigo, porque estaba un poco alterada y la presencia de alguien conocido me relajaba bastante.

Al día siguiente volvió a pedirme si podía dormir conmigo y así ocurrió varias noches seguidas. Yo no soy una persona egoísta, pero ya empezaba a extrañar la comodidad de mi cama. Así que en una de las tantas charlas, le pedí que si podía, no durmiera conmigo a menos de que tuviera un motivo importante.

Esa misma noche, volví a despertarme y nuevamente pude escuchar ruidos de como si algo se estuviera moviendo detrás de mí. De todos modos, ya sabía o al menos creía que sabía de quién se trataba. Recuerdo que tuve muchos pensamientos, pensamientos de enojo porque no quería que Martín volviera a dormir junto a mí. Ya venía pasando muchos días y no quería que volviera a pasar, quería poder relajarme en mi cama. Un poco enojada, simplemente hice un espacio en mi cama y se recostó al lado mío. En ese momento, sentí algo extraño, algo que no estaba bien. Era una sensación inusual, pero no sabía bien por qué me sentía intranquila. Me puse a pensar qué era lo que me causaba esa incomodidad. Después de un rato me di cuenta de que «Martín» ocupaba más espacio de lo habitual en mi cama. También, recuerdo que sentía la cama más fría de lo normal y con un olor extraño. En eso le pregunto a Martin: «¿No sientes la cama un poco fría?». No se me pasó por la cabeza ni por la más pura casualidad que me podría arrepentir el resto de mi vida de haber hecho una pregunta tan simple. Debido a que escucho a Martín preguntar: «¿Qué?», en tono extrañado. Esto no sería nada extraño, si no fuera porque la voz de Martín provino del otro extremo del dormitorio.

Mi respiración empezó a aumentar eufóricamente, mi corazón parecía que se me iba a salir del pecho y sentí mucho, muchísimo pánico. Algo o alguien, se había acostado al lado mío y no era Martín. Temblaba, temblaba mucho y no quería, porque no quería que ese monstruo o cosa se molestara. ¿Alguna vez sintieron tanto miedo, al punto de sentir dolor físico?

Eso sentía, estaba más que aterrada, estaba muy asustada. Pero lo peor vino después. Esa cosa... me abrazó con sus brazos helados, haciendo una gran presión en mí. Un fuerte escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Podía sentir su respiración helada en mi nuca y sentía sus dedos helados clavarse en mi cuerpo. No podía pensar del terror que tenía, no podía hacer nada. Quería gritar, quería salir corriendo de la habitación, de la casa, de todo. Lloraba en silencio, apretando los dientes para no sollozar. Sinceramente, no sé cómo hice para no orinarme encima, porque nunca estuve tan aterrada en mi vida. Trataba de tranquilizarme pero me era imposible, ya que podía sentir su respiración en mi nuca.

Quería evitar moverme a toda costa, no quería causar que esa cosa se molestara, quién sabe qué podía hacerme. Sus uñas me provocaban mucho dolor, se clavaban fuertemente en mi carne y esa cosa iba de a poco cerrando su mano. Cada segundo que pasaba, parecía interminable, solo era capaz de pensar en el dolor que sentía. En cierto momento, sentí cómo su mano iba perdiendo fuerza e iba deslizándose poco a poco hacia atrás. Esto sucedió hasta que su mano dejó de presionar mi cuerpo. Es ahí cuando me di cuenta de que ese ser se había tranquilizado, debido a que su respiración se había vuelto más leve. No puedo decir que me sentía tranquila, pero pude sentir cierto alivio. Con el tiempo, la cama se volvía un poco más caliente, y para cuando me di cuenta, ya había amanecido. Traté de mirar de reojo para ver si la criatura seguía en mi cama y para mi alivio, ya no estaba. Después, simplemente me desmayé del sueño y me quedé en la cama un buen rato.

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