Capítulo 4: la Secta de la Luna

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—Buen trabajo una vez más, amigos —alabó una joven pero cansada voz ahí dentro.

—¿Hemos terminado por hoy? —preguntó otra persona.

—Sí, Crystalblue es mañana.

¿Crystalblue? —me extrañé—. ¿No es esa la sirena? —recordé que en el Astral Arcana mencionaban a ese ser como uno especialmente poderoso y benigno.

Después de lo vivido, y teniendo en cuenta que a pesar de seguir a los brujos por el bosque y de encaramarme al templo aún no había aparecido ningún monstruo a comerme... Bueno, como poco podía asegurar que no había ninguno vigilando en los alrededores, al menos contaba con que no. Entonces, ¿dónde estaban los guardianes de la piedra?

La puerta principal del complejo se abrió y oí los pasos de los brujos encaminarse a la salida. Susurraban entre sí, pero no le di importancia. Me asomé por el tragaluz con cuidado y comprobé que no hubiera nadie.

Estaba despejado, o eso me pareció. De hecho el templo estaba casi completamente vacío. Solo había bancos en las alas laterales de la cruz. En el centro, en el suelo, lo que pude ver era una deslumbrante baldosa circular de mármol: una imitación de la Luna y una especie de espiral, también de mármol, que caía en ella.

Habría unos cinco metros de altura, sería una caída difícil, pero no por nada era un buen atleta. Me descolgué con las manos y quedé colgando de los dedos. Me preparé para la caída, cogí aire, me balanceé y me solté. Al tocar el suelo rodé para liberar la energía cinética. Apenas un rasguño en la pierna.

Me levanté para descubrir ante mí una gran sombra negra. La impresión me hizo retroceder un paso. En la oscuridad del complejo no noté que estuviera ahí antes de tirarme. La observé con desconfianza. A estas alturas ya no podía fiarme de nada, y menos con una cosa así. ¿Qué era?

Parecía la estatua de un hombre calvo y barbudo vestido con una túnica negra como la de aquellos brujos. Y en la mano tenía algo: una piedra gris.

—¡SÍ! —mascullé apretando los puños. No era la piedra de verdad, sino parte de la estatua. Se suponía que la de verdad era morada—. Este es el sitio.

Miré al rededor. Estaba muy oscuro pero distinguí que las paredes estaban cubiertas de relieves. En la aquella penumbra resultaban inquietantes pero mi vista estaba ya acostumbrada desde hacía rato y no pudieron engañarme. Solo por seguridad, porque sabía que había cosas protegiendo la piedra, desenvainé mi espada y recelé de todo. Algo me decía que no estaba solo, era un silencio inquietante.

Antes que nada, la estatua: bajo ella había un altar con incienso. Detrás no había nada, pero en la base del altar sí. Era un disco de bronce. Me acuclillé tras revisar mis espaldas y apretar el colgante de que llevaba bajo la sudadera, confiando en que funcionara contra cualquier ser que habitara allí dentro.

El disco mostraba a los 3 guardianes: un pez bajo el árbol gigante, un lobo al pie, un búho en lo alto y encima la Luna. Definitivamente: ese era el sitio. Acaricié el grabado con cuidado, perfilando las figuras... ¡y volví la vista atrás!

No había nada pero juraría que oí algo... Una respiración agitada, un jadeo. Alcé la vista a la claraboya y en todas direcciones. Estaba solo, pero mi corazón latía muy rápido. Apreté mejor mi espada y volví a acariciar el colgante. Ojalá funcionara como con aquellos espectros del mes anterior.

De cualquier modo, volví a mirar el círculo de bronce, pero lo di por inútil y me levanté para revisar mejor el templo. Recorrí las paredes con atención, sin olvidar tampoco el techo. Mis pasos resonaban por el suelo de piedra más de lo debido. Bajo mi sudadera y con la mano libre apretaba el colgante.

El primer relieve, a la derecha de la entrada al templo, mostraba al hombre de la estatua del fondo peregrinando con la piedra.

—Es el cuento —hablé en voz alta para matar ese silencio, que ya me oprimía el corazón. Tragué saliva y pasé al siguiente. Gracias al mármol del suelo justo bajo la claraboya, la luz espacial se reflejaba tenuemente en aquellas formas—. Aquí está llegando al Valle de la Luna —la forma del valle asemejaba a la Luna en cuarto creciente—. Aquí encuentra la entrada a la cueva —musité asombrado: ¡era la cascada de ahí afuera! Luego el hechicero entraba en...

Volví la vista atrás y seguí la sombra con la punta del estoque girando a toda velocidad hasta dar con el mismo mural... Parpadeé confundido: ¿mi imaginación? Tragué saliva y pegué la espalda a la pared desconfiando de todo, apretando el colgante. Luego recordé que era una estupidez protegerse las espaldas. Cerré los ojos con frustración: un fantasma o un espectro podría fácilmente salir por la pared y sorprenderme.

Me alejé rápidamente y me forcé a guardar el estoque. Me hacía sentir seguro pero era inútil contra fantasmas. Para enfrentar a uno de ellos debería emplear los puños. Tensé los nudillos y giré rápidamente, con el oído atento. Nada sucedió, y un fantasma normal ya habría actuado. Volví a tragar saliva, cambiando rápidamente la posición de mis pies para evitar que me atrapara por debajo.

Fue entonces cuando reparé en los relieves del otro lado, en la pared de enfrente. En el más cercano vi a un hombre de larga barba y melena decapitando a un niño de pelo encrespado. Luego cogía su cabeza, y la enterraba en el suelo. En el siguiente el mismo viejo decapitaba a una niña de larga melena lisa, cogía su cabeza y la hundía en el agua. Finalmente decapitaba a otra niña de orejas puntiagudas, cogía su cabeza y la escondía en el agujero de un árbol.

A continuación había escenas de muerte, pero no de personas sino de animales: peces, búhos, osos, perros... Luego ardía el bosque y los relieves acababan. La última escena era la de veinte personas cogidas de la mano formando un círculo entorno a la Luna. ¿Eso era lo que había sucedido antes de que entrara? ¿Entorno al círculo de mármol...?

Al girarme para mirar el círculo descubrí una cosa flotando justo en medio del templo, sobre la Luna de mármol. Una cosa plateada e informe que hondeaba en silencio con dos deslumbrantes ojos amarillos clavados directamente en mí. Temblé y retrocedí levantando los puños: esa cosa tenía colmillos. El ser alzó algo parecido a una garra y separó las fauces, paralizándome: ¿eso era Whitehowl?

—Qué pequeño —lo imaginaba enorme. El ser crujió los dientes indignado y estiró la zarpa hacia mí. Salté asombrado para esquivarla: ¡por poco no me alcanza! No se movió del círculo pero la pata resultó inusitadamente larga. Al levantarme con los puños en alto el espectro retrajo el brazo muy lentamente, sin perderme de vista. Decidí hablar con él, ya que podía entenderme—. ¿Eres Whitehowl?

Torció el gesto entornando esos ojos deslumbrantes.

¿Quien osa preguntar?

Astral Arcana: MoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora