Venenos

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Milo admiraba la naturalidad con la cual la mujer desenfundaba y, saltando la roca por encima, se dejaba al descubierto dispuesta a atacar a aquellas dos personas que se habían presentado. Por unos momentos pensó con esperanza que podrían tratarse de Kenugi y Balderic pero, como siempre, se había equivocado.

Soltó un suspiro cansado y dejó que su collar volviera a su lugar, inundando la oscuridad de un rojo intenso, antes de tomar Sinbringer con ambas manos y rodear las rocas tras su compañera en un ataque improvisado. ¿Por qué siempre las cosas acababan de esa manera? ¿Estaban obligados a luchar sólo por ser mercenarios? Las convicciones del muchacho se encontraban tambaleantes y temía que eso afectara su efectividad en la batalla.

Ambos rivales los notaron y, aunque al principio parecieron sorprendidos, se prepararon con una velocidad que sólo significaba que estaban listos para encontrar esta clase de inconveniente. En los pocos pasos que los separaron Milo supo que su compañera había elegido a la elegante mujer en tacones como objetivo, por lo que posicionó su cuerpo listo para azotar al hombre, el cual portaba un gran abrigo de piel y era tan escuálido que parecía que dándole de lleno con la parte roma de su arma lo cortaría a la mitad de igual manera.

Kaelin se lanzó hacia delante, hizo contacto y sus espadas fueron desviadas con dificultad, Milo elevó el mandoble por sobre su cabeza, pero fue esquivado por el hombre por sólo unos milímetros dando un giro. Un segundo y tercer corte fueron también evadidos con movimientos flexibles y esos mismos movimientos fueron los que hicieron que ambos grupos se distanciaran.

El enemigo continuó alejándose de él, sabía que quería separarlo de su compañera, pero eso también era una desventaja para sí mismo ya que sin tener a la mujer de tacones a su lado estaba desprotegido. Kaelin, por el contrario, podía cuidarse sola y estaba seguro de que su contrincante no tendría la más mínima oportunidad.

Sintiéndose confiado al pensar eso dio un nuevo corte en un momento que el escuálido mostró una abertura. Giró la espada y golpeó su pecho con la parte plana pero para su sorpresa el filo atravesó aquello que creía corpóreo y chocó contra la piedra detrás.

—¿Pero qué...?

Como una ilusión la figura se desvaneció. ¡Ese debía ser el usuario del arma maldita! Si era una copia entonces el original tenía que estar oculto en alguna parte.

Se dio la vuelta con rapidez y al hacerlo se sorprendió de notar que el suelo delante de él estaba lleno de enormes arañas negras y peludas con franjas anaranjadas. ¿Dé donde habían salido? Una saltó a su bota y se la quitó de encima de una patada con repugnancia. Dejó escapar una maldición y encendió su espada en llamas con intenciones de asustarlas. Funcionó un poco, pero no lo suficiente. Con los pocos segundos que había ganado inspeccionó la cueva abovedada una vez más, el hombre se encontraba cerca de la entrada por la que había aparecido su doble segundos atrás y se encontraba haciendo algún tipo de encantamiento en el aire con los ojos cerrados, en una de sus manos portaba un cetro cuya piedra decorativa brillaba tan roja como el collar en el cuerpo del muchacho.

—¡Kaelin! ¡¿Puedes encargarte de esto?! ¡Iré a por el arma!

Como respuesta tras un breve contacto visual, la mujer extendió una mano y varios rayos rebotaron contra las paredes y el suelo. Pensando que usaría su magia natural de fuego el joven se vio tomado por sorpresa y se cubrió el rostro con ambos brazos a la vez que un sonido atronador paralizaba a todos los presentes. Entremedio se escuchó el chillido de quien parecía ser la mujer desconocida, una mezcla de horror y rabia. Aquello podía ser porque le tenía terror a los rayos o porque los arácnidos eran controlados por ella pero ¿cómo podía ser eso posible? No, ese no era el momento de hacer preguntas, estaban en una situación de vida o muerte y él no quería perecer en ese lugar ni mucho menos que mataran a Kaelin por su culpa.

SinbringerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora