I - Un torbellino rosa

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El despertador sonó muy temprano en mi teléfono. Eran las siete en punto y salté de la cama con unas energías insólitas en mí. Decidí dedicar la mañana a tener la casa decente para la llegada de mi nueva compañera. Según me había dicho Josep, la chica llegaría durante la mañana, temprano, así que no tenía tiempo que perder. Sin poder desayunar, hice mi cama y recogí todas mis cosas, guardándolas en los cajones y armarios. Dejé el estuche vacío de mi guitarra en uno de los cajones bajo la cama, mirándolo con añoranza. Pasé prácticamente una hora limpiándolo todo: polvo, suelo, cristales... Todo tenía que estar perfecto. Salí a la calle, esperando que la chica no se presentase justo en ese momento. Busqué el supermercado más cercano para hacer algo de compra. Café, pasta, cereales, hamburguesas, pasta, y demás. Intenté comprar únicamente artículos que supiera, mínimamente, cómo cocinar. Cuando regresé al piso habían pasado las nueve y media. No había ni rastro de mi nueva compañera.

Con todo ya hecho, decidí desayunar. Tal vez la chica llegaría y se encontraría con el café servido y un surtido de pastas exquisitas esperándola en la mesa. Seguramente eso la impresionaría. Eso esperaba yo. Serví el café y cogí una de las pastas. Desayuné con tranquilidad, mirando la televisión. Miraba constantemente el reloj. Las horas pasaban lentamente y pronto se hicieron las once. Empezaba a estar algo preocupado. Tal vez la muchacha se había perdido o le había ocurrido algo en el camino. Decidí intentar evadirme un poco jugando a la consola. Cuando quise darme cuenta apenas faltaban unos minutos para que fuera la una. Bastante irritado, cogí el móvil y comencé a darle vueltas, pensando si llamar a Josep para confirmar la llegada de la chica o saber si le había pasado algo. Pero no hizo falta ninguna llamada, porque justo entonces alguien llamó a la puerta.

― Dime que estás ahí dentro, por favor, que no tengo las llaves -escuché murmurar al otro lado.

El corazón se me había parado en seco. Un cosquilleo frío y húmedo me recorría el cuerpo entero, especialmente en las manos, que me temblaban ligeramente. Detrás de esa puerta se ocultaba la mujer con la que iba a pasar parte de mi vida a partir de ese momento. ¿Y si no nos llevábamos bien? ¿Y si era una harpía? ¿Y si me juzgaba o se reía de mí? ¿Y si me enamoraba de ella? De golpe mi cabeza se convirtió en un hervidero de terrores y estuve tentado de hacerme el loco. Pero no había escapatoria. Tenía que aprender a afrontar los miedos por mí mismo, y aquel no iba a ser sino el primer reto a superar. Me planté delante de la puerta, inspiré profundamente, y abrí sin pensar.

Un torbellino rosa se abalanzó sobre mí, apartándome con cierta brusquedad. Unas cuantas bolsas cayeron de sopetón sobre el suelo del comedor y otras tantas se quedaron, solitarias, en el pasillo. Tenía el pelo teñido de rosa chillón, con las puntas lilas. La cabellera, larga y ondulada, le caía sobre los hombros cubriendo parte de su cuello. Su manera de vestir me recordaba a la moda de las chicas jóvenes de las revistas o de internet. Tenía una cara muy curiosa; no era para nada fea, pero no cumplía con los estandartes de belleza comunes. Su cuerpo, de hecho, tampoco lo hacía. Tenía la cadera bastante ancha y unos muslos más gruesos de lo que la televisión nos hace creer que es lo normal. La chica, una vez dentro, me miró con cara apurada

― ¿El baño?

Mudo de asombro, señalé la primera puerta a la derecha. Ella entró sin decir nada más. Sin saber muy bien qué hacer decidí recoger las maletas que se habían quedado fuera. Me apoyé sobre el brazo del sofá, incómodo. Un rato después, Avril salió del baño con las manos húmedas.

― Uff, menos mal que estabas en casa. Se me ha ido el santo al cielo y he venido corriendo, sin pasar por el baño. ¡Pensaba que iba a explotar! Por cierto -dijo, acercándose y dándome dos sonoros besos-, mi nombre es Avril Fiore, mucho gusto. Tú eres Noel, ¿verdad?

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