Tempestad

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Camelot. Siglos atrás.

Todo sucedía demasiado rápido, era un vértice de colores que me arrastraban, escenarios distintos todos tan vibrantes y llenos de color; los sonidos -las voces, la música de ambiente, los pensamientos-; las personas con sus emociones y sentimientos explotando y creando historia, o mejor dicho historias. Todo estaba ahí. Podía ver el futuro pasar frente a mis ojos.

Y de pronto, después de estar tan inmersa y fascinada con aquel remolino de colores y de lugares me veía forzada a regresar a mi melodramática y oscura realidad, siendo concisos, a la torre en Camelot: la habitación del brujo Merlín. Observé la copia del santo grial, y un segundo después ésta había desaparecido de mis manos en un humo verduzco.

—Pareces molesta con mi presencia. —El tono suave, con un toque inquisitivo y una pizca de intuición vibró en la voz de Michael, el aprendiz de Merlín. —¿Interrumpo algo? —Las pausadas pisadas del niño se podían escuchar por la vieja e hinchada madera del suelo que crujían a su paso. Intuía que él estaba pensando en las posibilidades de acercarse más de lo debido.

Detectaba su miedo y era normal, puedo asegurar que ellos no suelen recibir visitas en aquel lugar y menos a esas horas; había podido acceder a la torre porque derribamos el hechizo de protección del viejo hechicero, si lo hubiera intentado sola no hubiese sido un trabajo fácil, pero con ayuda de Nimue fue una labor casi sencilla.

Miré mi rostro a través del cristal que cubría la superficie de la mesa, mi reflejo me regresó la sonrisa ladina que dibujé en mis facciones -aunque a mi parecer se veía más como una mueca cínica-. —Pues sí. —Solté con una sinceridad aplastante, mi tono de voz fue seco y monótono, casi helado. — He venido a visitar a Merlín y no lo encuentro ¿dónde está?

Hubo un silencio que trepó por las paredes de aquella fría y húmeda habitación. El ambiente se tornó hostil, más provocado por mí culpa que por la del pequeño ¿qué podía sentir sino pavor aquel niño de no más de catorce años? Me relamí los labios al sentirlos resecos; mis manos se volvieron puños de forma brusca al sentir la necesidad de girarme y hacerle hablar a la fuerza, pues obviamente no quería cooperar conmigo, con un desconocido.

Tomé uno de los tubos de cristal que contenían una sustancia fluorescente con tonalidades cálidas. Lo acerqué a mi nariz y dejé que aquel aroma tan particular (a lavanda con un toque de rayos del sol y hojas de menta) inundara mis fosas nasales. —No deberías tocar lo que no es tuyo. — Musitó Michael a la defensiva. Solté una suave risa tras escuchar sus palabras. Que pequeño tan adorable, pensé con sarcasmo y molestia.

—Quizás deberías decirle a tu maestro que no está haciendo la poción de forma adecuada, esta sustancia en particular no debería tener olor alguno. —Tomé el libro abierto que estaba al lado de los tubos de cristal. Pasé mi dedo índice entre los garabatos de Merlín mientras leía en voz baja los ingredientes y su preparación, más no llegué a acabar porque este se cerró con fuerza por acción del aprendiz de brujo. Dejé que se escapara un tenue suspiro por mis labios. El niño abrazó el libro contra su pecho como si su vida dependiera de ello.

—Fuera. — Su orden fue trémula pero bastante directa, noté el retintín de coraje que hacía temblar el pequeño cuerpo del niño y se distinguía con claridad por su larga y holgada túnica carmín. —Ahora. — Agregó al ver que no me movía ni un ápice.

Alcé una ceja. —Lastimosamente, aprendiz, la única persona que puede darme órdenes es Nimue. — El nombre de la Oscura provocó que un brillo de temor y realización fuera visible en el iris de sus ojos. Escuché como sus pasos se alejaban de forma vacilante mientras empezaba a tartamudear. Rodé los ojos con hastío. —Pensé que siendo aprendiz del mayor y poderoso brujo de todos los tiempos hubieras aprendido a ser alguien. Esperaba a alguien inteligente, astuto o mínimo escurridizo para que se le pegara un poco el vasto conocimiento del brujo. — Murmuré sin emoción. Esperaba que él hubiese elegido mejor y no a cualquiera, claramente aquel niño no valía la pena, era un debilucho ¿Qué vio Merlín en Michael?

Rapunzel and the lost demon (Robbie Kay, OUAT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora