Había memorizado uno a uno los carteles decorativos de la avenida que me llevaba hacia el edificio en donde aún y muy a mi pesar continuaba laborando. No es que tuviera una clase de trabajo indeseado, era simplemente el recordatorio que había fracasado una vez más en mi sueño todavía frustrado. El recorrido matutino hacia la oficina me recordaba que aún no había firmado en alguna agencia importante, y que mi rostro mantenía su lugar permanente en el olvido.
Por las mañanas me gustaba caminar y ver a la gente huir del sol como si se tratase de un enemigo personal, yo en cambio disfrutaba de sus rayos como si fuesen los últimos de la temporada, como si de pronto al invierno se le ocurriera robarlos para siempre. Casandra contaba siempre que de niña, durante las temporadas frías preguntaba constantemente cuándo aparecería de nuevo el sol, que cada mañana despertaba ilusionada y miraba por la ventana hacia el cielo, esperando ver ese anhelado e impaciente fenómeno que ocurría periodicamente sin necesidad de avisar. Esperaba al sol y a su calor, y con ello todas las comodidades que el verano representaba. Me gustaba andar por las calles con ropa cómoda y ligera, sin que el frío del viento dificultara mis movimientos, madrugar y tomar duchas heladas, tomar cualquier bebida con cubos de hielo y acampar en cualquier lugar que se me permitiese, mamá me describía como un animalito inquieto y salvaje que únicamente sobrevivía a temperaturas moderadamente altas, e incluso le tocaba lidiar con los berrinches que le hacía por mantenerme protegida de las quemaduras que el sol pudiese dejar en mi piel pálida y sensible, siempre cubierta con capas gruesas de bloqueador solar y debajo de alguna sombra protectora. Esa vez nada era diferente, me sentía como aquella niña que disfrutaba los últimos días del verano y anticipaba la llegada de un otoño menos hostil, la emoción que me provocaba era similar, octubre y noviembre eran mis meses favoritos del año, tibios, coloridos, risueños, y apacibles para empezar a tomar el café muy caliente.
El recorrido se volvía más corto mientras disfrutaba del sol y sus beneficios, pero continuaba ese pequeño malestar alojado justo debajo de mi abdomen. Había sido rechazada y mi sueño se aplazaba por un periodo indeterminado, estaba en ese dilema de comenzar a emplear la energía y motivación que me quedaban en algo con la suficiente solidez y seguridad para mantenerme firme. Aunque Henry insistiera, no sabía si podía lidiar con un par de intentos más. ¿Valía la pena? Bien, cómo tampoco puedo simplemente guardar en el bolsillo una cuestión sin responder, tomé la espontánea decisión de dar un paso inseguro, solamente porque sí, porque sentía que ya no tenía más que perder, y porque no estaba dispuesta a tener más recorridos en que los carteles decorativos fuesen la distracción hacia ese insistente dolor en el abdomen bajo que dejaba el fracaso. Tomé la tarjetilla que el hombre extrañamente atractivo y desconocido había puesto en mis manos la tarde anterior. Coloqué los números en el marcador y con un poco de certeza comencé a llamar.
-Ricartti. -Pronunció una voz firme y gruesa. Podía reconocer el asento de aquel hombre tras el móvil, aunque no estaba muy segura de haber escuchado antes su nombre.
-Amanda Monroy. ¿Será que podemos reunirnos? -Dije finalmente sin titubear, saltandome todos los protocolos de amabilidad y esperé atenta una respuesta.
Despues de un silencio intermitente entre balbuceos arrepentidos y nerviosos finalmente la voz se aclaró y se dirigió a mí con la misma firmeza inicial.
-Por supuesto, ya esperaba que llamara.
Lo siguiente fue un intercambio de cortesías para acordar el lugar de nuestro próximo encuentro. Algo cambió inmediatamente después de colgar el teléfono y regresarlo al bolsillo. El recorrido ya no era el mismo, y los carteles que decoraban uniformemente el trecho habían cambiado sus colores, no podría asegurar que eran más jocosos, pero sí que habían cambiado. Podía ser una buena señal avistar un cambio, por más tenue que pareciera, pero también podía ser la esperanza acuchillándome con nuevas ilusiones, y todos sabemos cómo acaba todo eso. De igual manera, me permití disfrutar lo último que restaba de mi camino a la oficina.
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La hora de salida se volvía incierta cuando escuchaba el sonido de los pequeños zapatos de Nayla golpeando el suelo mientras atravesaba sin preguntar la puerta de la oficina, en cada viaje traía hasta mi escritorio un par de carpetas que prometían ser las últimas, pero el sonido intermitente de su recorrido de regreso me hacía perder la cuenta de aquella lista interminable. Entre firmas y papeleo, registré mi salida de la oficina a las siete menos cinco. La ciudad estaba decorada de todo ese montón de luces artificiales que envestían la noche como una serie de diamantes parpadeantes, me gustaba aún más la ciudad de noche, y en ese momento caminar hacia mi próximo encuentro resultaba una opción reconfortante. Estaba a treinta minutos de la cita y me permití caminar despacio mientras acomodaba la bata que torpemente había olvidado encargar. La había usado durante los últimos quince minutos de la jornada en una de las breves supervisiones hacia el laboratorio de calidad, había tenido que entrar y salir impoluta, pero aún y con la bata, mi atuendo había capturado una mancha color marrón, se había depositado justo por debajo de la V que formaba el cuello de la camisa lila, no pude evitar reír al darme cuenta, pues parecía imposible que una mancha pudiera registrarse ahí, todo estaba envasado y no tuve contacto con nada con esa apariencia, por suerte y tenía a mi lado un hombre que me conocía a la perfección y que con facilidad cumplía todas las tareas maternales que Cassandra en su ausencia me negó. Aún de lejos Henry me protegía, había guardado dentro de mi bolsillo una blusa de repuesto, nada formal desde luego, una simple licra de dos tirantes que podía burlar la plancha y permanecer intacta en cualquier rincón del bolsillo.
En quince minutos ya esperaba al extraño hombre con un camisón nuevo y el cabello recogido, en la misma cafetería en donde hizo su "extraña" aparición. No era muy consciente de la hora exacta en la que lo tendría nuevamente frente a mi, pero esperaba paciente y un tanto adormilada.
-Buenas noches.
Escuché entre el silencio que ocupaba una cafetería formal a las 7 y algo de la noche, no habia mas personas, salvo un par de personas en reuniones que no duraban mas de 5 minutos, y si había mas fui incapaz de notarlas, debo admitir que la presencia del hombre frente a mi era demasiado acaparadora, demasiado para un hombre de su edad, porque dudo mucho que tuviera mas de 33 o menos de 28, era muy confuso saberlo. Permanecí un rato mas en silencio mientras observaba su apariencia un poco mas relajada que la primera vez, no vestía traje formal, sino un atuendo mas juvenil y entallado.
-Hola.
Dije finalmente y con una sonrisa tomó mi saludo como una invitación a la mesa. Había algo extraño en su mirada, un brillo nuevo que parecía jugar con el análisis descriptivo que solía tomar durante la primera impresión, ya no era del todo el hombre rígido y nervioso que había hilvanado entre pausas una frase medio completa, había una extraña y nueva seguridad en el que ponía en juego la mía.
-Debo admitir que hoy me siento genuinamente feliz por haber recibido su llamada. Sinceramente era algo que no esperaba, pero que sin duda ansiaba recibir.
-Tengo muchas preguntas ahora.
-Por supuesto, y si todo sale bien hoy habrá tiempo de sobra para resolverlas.
Su sonrisa mas que de satisfacción ya alertaba un triunfo desconocido. Había algo en ella que me dejaba fuera de contexto, una felicidad incluso abrumadora. ¿Por que resultaba tan importante para el tenerme ahí?
-Trabajo en la dirección de un estudio cinematográfico, y como tal es mi deber estar al tanto de muchas de las novedades en ese entorno, y para mi y mi equipo fuiste una novedad muy interesante. No pude entender el por que tu retiro tan repentino y anticipado, había todavía una carrera larga por recorrer.