Las leyendas de Afrobos dicen que un Dragón Negro protege a la ciudad a un precio caro. Nadie en los últimos cien años ha visto a Alkor, el guardián, volar sobre el pueblo. Tal vez, solo sean leyendas para Eve, una pueblerina que está comprometida a...
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Llevó el cuerpo de Eve a la cama con suma fragilidad sin romper el beso que los había unido hace algunos segundos. La intensidad de ambos les había nublado el juicio. No podían pensar en otra cosa más que en seguir besándose y fundirse en la pasión que se estaban dejando llevar. La sangre llamaba al temible Alkor, atormentando a su cabeza y su garganta. Era como si le estuviese gritando que la tomara, que se saciara en todo sentido de Eve justo en ese momento. La quería para él, la quería poseer. Necesitaba sentirla. Y de solo pensarlo, enloquecía el poco buen juicio de Alkor. Eve se sentía perdida, estar en los brazos de alguien como Alkor era algo impensable, pero le agradaba estar retozando en él, todo era nuevo y jamás en la vida había sentido esa necesidad, ese deseo descontrolado como en esos momentos. Alkor era inexperto en todo esto al igual que ella, eso podía sentirlo claramente, pero eso no impedía que la fuerza y la manera en que la tocaba fuera disminuyendo, todo lo contrario. No existía nada en el mundo que no quisiera para ella que no fuera Alkor.
¿Cómo es que ella acababa de llegar a ese punto? Podía recordar como la odiaba, como incluso la agredió, pero en esos momentos no podía tan siquiera separarlo. Había notado que conforme a los días que pasaba junto al Dragón algo le atraía terriblemente y no comprendía del porqué. Sabía que bajo esa faceta de odio que Alkor profesaba, existía alguien que deseaba amar y ser amado. Y ella quería conocer todo sobre él, no solo por la curiosidad que sentía, sino su atrayente ser. Las manos de Alkor comenzaron a subir su vestido, acariciando lentamente las piernas de Eve. Ella se estremeció cuando sus largas uñas tocaron su suave piel.
Alkor por otra parte, seguía debatiéndose internamente entre separarse o seguir besándola, continuar con ese cortejo. Aunque para ser sinceros, estaba más allá de ser un cortejo, y él lo sabía. Estaba algo pasado de copas, tenía que admitirlo, pero quizás había sido la excusa perfecta para que se hubiera atrevido si quiera a probar de ella. No cómo él lo pensó en su momento, en su cabeza, el imaginarlo había sido muy diferente, esto sin duda alguna superaba la expectativa y cualquier placer por sangre que se veía envuelto cuando ella estaba a su alrededor. Era mucho más que eso. El besarla, fue una idea que no se le cruzó por la cabeza, simplemente su cuerpo respondió a ese deseo oculto. Cuando se dio cuenta de ello, pensó torpemente, por unos instantes alejarse de ella. Pero ¿cómo podría? ¿cómo podría alejarse del calmante que ahora era Eve? Bien podría ser la causa de sus dolores de su cabeza, pero también su medicina. Había anhelado hacerlo, que casi el abstenerse corroía cada fibra de su ser. Se odió por sentirse atraído de esa forma.
Dejó caer un poco de su peso sobre ella mientras hacía los holanes de su vestido de manera en qué no le estorbara para colocarse en medio de sus piernas. Jamás en su vida había besado a alguien y mucho menos reproducirse por increíble que pareciese. En Draconian todo era sencillo. Únicamente podían reproducirse cuando encontraras a tu alma gemela. Al menos en el caso de los Dragones y otras criaturas, pero de todas maneras el código se respetaba al encontrar tu otra mitad. Eve soltó un pequeño y casi inaudible gemido cuando sentía un poco las uñas de Alkor rozarle más arriba de la pierna, justo en un lugar que alertaba peligro. Lo estaba necesitando más de lo que ella misma pudo haberlo imaginado. Alkor mordió un poco el labio de la humana, estaba tan cercas y tan lejos de probar aunque sea una gota de su sangre.
—Alkor... —Eve lo llamó, con sus labios aún pegados.
Deliraba tan solo con pronunciar su nombre. Escucharla pronunciar su nombre de manera extasiada, anhelante, hizo que el pulso de Alkor se disparara. Abrió sus ojos, aun sin despegarse de ella. Podía ver como las mejillas de Eve estaban rosadas. Como el sudor de ella comenzaba a emanar de su frente y de su pecho. Su respiración entrecortada era una suave melodía que podía calmarlo y alterarlo por igual. No podía de dejar de observar esos pequeños detalles, como sus cejas se contraían cada vez que éste dejaba de ser tan suave, para ser un poco más brusco. Sí dejaba el ritmo, veía como apretaba sus ojos cerrados y los relajaba. ¿Porqué? Era lo único que Alkor se preguntaba.
El Dragón se reprendió a sí mismo. La parte de su cabeza que llevaba buen rato molestándolo al fin lo alcanzó. Cuando se hayo sobrio, por decirlo de alguna manera, se sintió decepcionado de él mismo. No podía seguir con esto, él se estaba guardando para su compañera cuando la encontrara. ¡Era insultante para él mismo querer enredarse en las sabanas de una humana! ¿Dónde había dejado su odio por los humanos? ¿Sus ideales eran ahora basura? Quería alejarse, pero a la vez no. ¿Por qué demonios era tan difícil tomar una jodida decisión? Tenía que echarle la culpa al alcohol de este comportamiento tan estúpido y tan extraño hasta para él. Debían de partir en unas horas de todas formas. Lo que le recordaba que necesitaba ir a partirle la cara a Grek. Debía salir de Draconian lo más rápido posible. Pero no se iría sin probar su sangre.
Mordió su labio inferior un poco más fuerte de lo que él quería y le arrebató algunas gotas de sangre de éste. Eve gimió de dolor y placer. Alkor no podía seguir torturándose de aquella manera. Al sentir como el líquido rojo estaba dentro de él, una sensación de adormecimiento presenció en su lengua. Su sangre no es ni lo que pensó que sabría, era sumamente deliciosa, no era tan dulce como lo pensó que sería. Era agridulce, algo que nunca antes había probado en alguien. Y con todo el autocontrol que pudo tomar, tomó su decisión.
—Tengo sueño, te dejaré descansar. —. Le dio una última lamida a su labio.
Se apartó de ella de manera fría y su mirada viajó hacia el rostro de la humana, quién toda ella expresaba una clara cara de confusión. Y, aun así, se sentía cautivado por su belleza. Era hermosa, ¡por todos los infiernos! Era tan bella. Su piel blanca era perfecta, sus cabellos dorados eran preciosos como las mismas estrellas o incluso el sol, y cuando ella abrió sus ojos se quedó helado. Esos ojos eran como los mismísimos zafiros incluso más preciosos, dos luceros. Bellas pestañas negras y el delicado rubor que cubría sus mejillas la hacían más irresistibles.
Con un gruñido se obligó a alejarse de ella. Cortando en el momento antes de que ella hablara. Alkor salió de su habitación como alma que lleva al diablo. Sintiéndose temeroso, confundido y, sobre todo, realmente aturdido por todo lo que le había hecho a ella. Pero nada comparado, con lo que ella le estaba haciendo a él.
Eve se quedó con la palabra en la boca, de un momento a otro pálida, un tanto herida y humillada. Seguía en la cama acostada con un fuerte aceleramiento de su corazón, tratando de recuperar el aliento que ni ella misma se había dado cuenta, había retenido. ¿Cómo pasó eso? Se había dejado llevar por sus hormonas y estuvieron a punto de hacer algo que ningún humano y ningún ser sobrenatural habían hecho antes. Sus lágrimas comenzaron a bajar. ¿No había significado nada para Alkor? Tan solo la había usado a medias. Llevó una de sus manos hacia sus labios, se tocó suavemente en dónde Alkor había hecho de las suyas y éstos se encontraban hinchados.
— ¿Qué me estás haciendo, Alkor? ¿Por qué me dejas con el corazón tan errático? —Se decía a sí misma.
Alkor se encontraba cercas de la puerta de Eve, con su espalda recargada en la pared, su cabeza descansando en ésta, intentó irse, pero algo invisible lo ancló a quedarse afuera de la habitación, y se sorprendió cuando Eve comenzó hablar con ella misma en voz alta. Al parecer, ambos estaban arriba del mismo barco. Se hallaban confundidos. Pero, no lo entendía ¿Qué estaba haciendo él en ella? A veces, solo a veces, si se podía ser muy ingenuo.