CAPÍTULO 45.
En sus oídos aún retumba el sonido de la ambulancia que los trasladó al St. Mary. Está en la terraza de la habitación de lujo del hospital, sentado sólo, a oscuras, contemplando como llueve. Los gritos de Harry habían cesado hace horas, pero sus ecos aún persistían en el silencio exhausto.
Se veía a sí mismo como el héroe de pacotilla de una novela barata que nunca llega a tiempo, que nunca puede llegar a evitar las desgracias, tan sólo consigue ponerles un pequeño parche hasta que vuelven a desencadenarse, una y otra vez. El rescate no es lo suyo y siente que nunca podrá salvarlo del todo.
Entra de nuevo, pese a que el frío lo relaja, no puede permitirse a sí mismo alejarse más de 5 minutos de la cama de Harry. Quiere estar allí cuando despierte, quiere que lo primero que vea sea su mirada, que sepa que no piensa dejarlo escapar, que va a estar a su lado lo quiera él o no.
Los hospitales lo han espantado siempre y no puede ni imaginarse lo que habrá sido la vida de alguien atado a uno. Siempre pendiente de terapeutas y psiquiatras, siempre creyendo que su existencia dependía del fino hilo que lo unía a todos esos doctores que velaban por él y por su débil cordura.
El olor a éter es intenso, pese a las flores que invaden la suite. El pitido constante de la máquina que controla los latidos de su corazón va a acabar volviéndolo completamente loco, sus silencios lo mantienen en vilo.
El diagnóstico ha sido más psiquiátrico que físico, las heridas curarán rápidamente. Son cortes, cortes muy profundos, pero cortes al fin y al cabo. El problema será sanar la mente.
Cuando alguien bordea durante años la locura, con picos de depresión tan agudos como los de Harry, volver a ser capaz de vivir la vida no resulta precisamente sencillo y el riesgo a revivir episodios de autolesión e intento de suicidio es alto.
El médico ha mencionado pesadillas, súbitos accesos de llanto, largos y melancólicos silencios, como posibles secuelas permanentes, siempre y cuando la recuperación fuera completa, omitiendo discretamente en qué podría convertirse el menor si no conseguía salir de aquel pozo en el que había caído.
Louis está abrumado, pero sabe que no es tarde, que ha llegado justo a tiempo y nunca es tarde para empezar de nuevo si realmente se tiene algún tipo de esperanza para lograrlo.
CAPÍTULO 46.
Cuando se despierta Louis está junto a la ventana, contemplando como Londres amanece. Observa su delgada figura, su ropa informal. En su rostro de perfil ve esperanza y muchas, muchas preguntas. Ve al adulto, al hombre atrapado en su telaraña de dolor, una telaraña que él mismo le ha tejido.
Se mueve lentamente y carraspea. Son muchas las cosas que desearía decirle pero está demasiado débil y cansado. Sólo puede gesticular para que se acerque y perderse un su mirada azul…
Vuelve a despertar. Louis está sentado en una silla junto a él escribiendo en una libreta. Le mira y tras un profundo suspiro sonríe.
L: Había olvidado cuanto te necesitaba – dice mientras le acaricia suavemente la mejilla – No hables, descansa Harry – con toda la fuerza que le queda le estrecha la mano.
Una sensación de ridículo y vergüenza lo aplasta. Tiene ganas de marcharse deprisa, de fundirse en el aire. A pesar del dolor físico intenta levantarse y huir, como un animal herido, que busca una madriguera en la que refugiarse. Lo único que puede hacer es darse la vuelta y tumbarse boca abajo y sin llorar, sin hacer ningún ruido, con el rostro hundido en la almohada, aprieta ambos puños con fuerza, hasta que sus nudillos se vuelven completamente blancos. Sintiéndose frustrado y despreciable.
Una caricia tierna y tibia intenta calmar todo ese torbellino que lo está aplastando sin ningún tipo de piedad. Los calmantes se evaporan poco a poco y mientras lo hacen la presión en su pecho se intensifica a pasos agigantados.
Trata de no pensar en su desdicha, en su soledad, en las tinieblas que lo acechan. De no pensar en que aún sigue vivo y de lo perdido que se siente al saberlo.
H: Estás enfadado? – dice en un susurro
L: No, no estoy enfadado, igual decepcionado, molesto y algo cabreado conmigo mismo, pero en ningún caso enfadado contigo – se le nota apesadumbrado. Se sienta a su lado en la cama y lo envuelve y arrulla con sus brazos cálidos, dándole el sustento que necesita en ese preciso instante.
Quiere pensar que Louis estará ahí para siempre, quiere aferrarse a él y no soltarlo jamás, quiere comenzar un nuevo camino a su lado, quiere ser capaz de olvidar sus miserias y ser generoso y tener una vida, la que sea, pero junto a él.