Capitulo XIV: Lazos

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Korra no sabía si mirar el copo de hielo o a Rin. Pero la duda no duró mucho; Rin cerró el puño de forma brusca, destruyendo la delicada figura de hielo.

—Aún no domino por completo este poder —aclaró ella, su voz impregnada de cierta frustración—. Solo puedo controlar una pequeña parte. Hace dos años, en una misión, fuimos atacados en el bosque de Krich. Solo estábamos Adolfo y yo. Él resultó gravemente herido por mi culpa, y mi desesperación me consumió. El odio me llevó al límite y entonces... Shellea se manifestó. —Hizo una pausa, soltando un suspiro mientras desviaba la mirada.

—Entiendo —dijo Korra, casi en un susurro—. ¿El grupo lo sabe?

—No todos —respondió Rin—. Solo Ronny, George, Melly y ahora tú. Alan y Adolfo creen que soy un demonio de hielo.

Los ojos miel de Rin parecían haber perdido el brillo característico de alguien con sueños y entusiasmo. Korra notó su tristeza y, sin pensarlo, levantó una mano para acariciar su mejilla.

—Levanta esa mirada —le dijo con suavidad—. Eres una chica increíble; no mereces torturarte así.

Rin bajó la mirada, con una mezcla de emociones nublando su expresión.

—Temo por todos, por mí, por los nuevos... —confesó con un tono agitado—. Pero sobre todo, temo por ti. Todo este tiempo que hemos pasado juntos aquí, en el gran árbol, he sentido algo especial en ti. Es como si del cielo hubiese bajado una estrella para apiadarse de mí.

Eso provocó que el pulso de Korra aumentará y tratando de evitar sonrojarme rápidamente movió su mano de su mejilla y giró la cabeza hacia el cielo."¿Qué me pasa?", se preguntó a sí mismo. "No es el momento para esto", se reprendió. Rin era todo lo que Korra admiraba: misteriosa, gentil, divertida, serena y segura. No podía negar que, en los dos meses que llevaba con el grupo, había comenzado a desarrollar sentimientos por ella.

Ambos se quedaron en silencio, sumidos en sus pensamientos. Lentamente, Rin apoyó su cabeza en el hombro de Korra, y él, algo nervioso, la miró para darse cuenta de que se había quedado dormida. Rin parecía tan tranquila, tan cansada, que Korra no pudo evitar sonreír. Aprovechó cada segundo para admirarla, hasta que el sueño también lo venció.

Cuando despertó, Korra estaba solo junto al gran árbol. Miró hacia el horizonte y contempló el alba del amanecer, un espectáculo encantador. Después de disfrutar el momento, se levantó y regresó a la base. Como suponía, nadie estaba despierto aún. El día transcurrió con calma, y poco a poco los integrantes del grupo comenzaron a aparecer. Korra, aunque aún sentía algo de dolor, tenía más movilidad y estaba más animado. Mientras tomaba aire en el campo, sintió una presencia detrás de él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Shiina, visiblemente molesta—. ¡Deberías estar descansando!

Su tono de reproche hizo que Korra soltara una risa nerviosa. Adolfo y George, que observaban la escena desde la distancia, no pudieron evitar reírse. Sin esperar respuesta, Shiina tomó a Korra de la mano y lo arrastró de vuelta al cuarto de recuperación.

Al entrar, encontraron a Akie sentado en su cama. Shiina, al verlo, sonrió con alivio.

—Me alegra verlos —dijo Akie, con calma—. Korra, por un momento pensé que te habíamos perdido. Tuve miedo, pensé que sería mi deber cuidar de la roja —Soltó una risa ligera, que hizo que Shiina frunciera el ceño.

—Ja, ja, qué gracioso. Agradece que estás en esa cama —le reprochó Shiina.

Korra observó la escena con una sonrisa. Luego se giró hacia Akie, y las palabras surgieron con naturalidad:

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