18 Años de mal humor

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¿Qué es un sueño? Es la fantasía de nuestro pensamiento...

Hoy el día amaneció nublado. Me puedo dar cuenta de eso gracias a la pequeña ventanilla que está en lo alto, en una de las cuatro paredes blancas; blancas como la nieve que solía caer escasa en el mes de diciembre. O, más blanca aún, que el alma de un infante. Esta habitación en la que me encuentro ahora, es fría; pero no tan fría como lo es esa mujer a la cual por obligación tengo que llamar "Mamá". Sólo ella es la culpable que yo me encuentre solo, abandonado entre estas cuatro paredes; sintiéndome como un pajarillo encerrado en una jaula sin la libertad de poder volar, a merced de su dueña quien lo alimenta y piensa que eso es suficiente mientras, por dentro, el pensamiento destruye y en ocasiones hiere el alma. Aún puedo recordar, cómo es que hizo mi madre para que yo llegara hasta aquí. Quería protegerse de mí y que, haciéndolo de esa manera, me protegería también a mí. Pero: ¡qué tontería! A una persona no se le puede proteger de sus pensamientos y, mucho menos, dejándolos a los dos solos. El pensamiento, cuando una persona se encuentra en soledad, puede destruir; puede seducir a hacer cosas de las cuales te puedes arrepentir.

Hace una semana yo me encontraba en casa, un lugar en el que no me gustaba mucho estar. Para mí, era un sitio hostil, a diferencia de un hogar cálido, rodeado de amor y lleno de paz. Cinco días bastaron para querer asesinar a mi mamá. No hace falta mencionar fechas ni decir nombres, así que prepárense para lo que les voy a contar.

Día 1.

Llegué un poco tarde a casa después de la escuela. Mi hora de salida es a las 7:30 y yo, como mala persona, de esas que abusan del tiempo, tuve que llegar tarde a mi hostil morada. 7:40. Ya habían pasado terribles diez minutos y sabía lo que me esperaba; pero de vez en cuando me gusta hacerme el tonto y fingir que no hay problema, y así me quedo platicando más cómodo con los excesos; así es como suelo llamar a mis amigos. Cuando voy de camino a casa después de desobedecer, el pensamiento nubla mi mente como una cámara de humo, a un cuarto lleno de espacio, y comienzo a imaginar cómo es que va a reaccionar mi madre. Y es que la conozco tan bien, viviendo 18 años con ella; 18 años de mala suerte; 18 años de mal humor. Cuando estoy a punto de entrar por esa puerta blanca, un poco despintada y llena de manchas oxidadas, me sudan las manos; como si hubiera estado dentro de un sauna; como un rayo, comienzan sus alaridos...

— ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Ya viste qué hora es?

— Sólo son 10 minutos tarde, no pasa nada.

— Pero me dijiste que llegarías a tiempo hoy, ¿que no sabes cumplir lo que prometes? De seguro te quedas platicando con toda esa bola de inútiles, buenos para nada, que a sus papás no les importan.

—Creo que te está sangrando la boca, madre.

          

No lo pensó más. Comprendió mi sarcástica frase y dejó caer su pesada mano contra mi mejilla. Me llevé la mano a la mejilla y le lancé una mirada de odio; y un rencor más se acumuló en mi corazón. Otro ya, de tantos. Pensando lo peor, me largué a mi habitación. Por más que la mejilla me ardía de dolor, las lágrimas nunca fluyeron. Y es que tal vez antes, de tanto llorar, mis ojos se habían secado. Tirado en la angosta cama, el sueño me había vencido ya.

Me levanté de la angosta cama a mitad de la noche, con una almohada en mis manos, y me dirigí a paso lento a la habitación de mi madre. Me paré a su puerta, que siempre la dejaba abierta de par en par, y ahí la vi, tirada en su ancha y cómoda cama, soñando quién sabe qué. La luz de la luna entraba por el ventanal. Yo, algo desconcertado, me preguntaba ¿cómo es que podía dormir tan tranquila después de lo que le había hecho a su hijo; después de la humillación tan grande que le causó? Qué hermosa luz producía la luna. Era sorprendente que brillara para todos, sin importarle quien fuera malo y quien fuera bueno. Ella estaba allá en lo alto, como una madre que te cuida por la noche. Mamá no merecía su hermoso brillo. Así que, no lo pensé más. Me acerqué a la cama y me lancé contra ella, dejando su rostro bajo la almohada. Ella manoteaba; pero mis rencores habían salido y me hicieron fuerte. Después de tanto forcejear, me pareció que mi madre se había rendido ya. Me aparté, con el almohadón que había sido testigo de cómo se veían sus cristalizados ojos; mi almohada favorita, que tengo desde hace unos años, con una linda frase que dice: "Dulces Sueños ". Y la observé. Estaba boca arriba, con los ojos abiertos y sus labios torcidos. Era una imagen hermosa, gracias a la luna quien reflejaba su luz a través de los ojos ya vacíos de mi madre. Pero no sólo sus ojos; toda ella siempre fue hermosa, aunque haya sido como haya sido. Con su cabellera, del color de mi odio hacia su actitud; sus labios tan hermosos, del color del líquido que esa fría y cálida noche no emanó. ¡Ay, mi madre tan mala! ¡Si todo hubiera sido diferente! ¡Si ella me hubiera dado cariño, tal vez seríamos una familia de verdad, y no sólo de papel! Sonó el despertador y, del susto, me caí de la cama. Después del sueño de hace unas horas, a cualquiera le hubiera pasado lo mismo.

Día 2.

Cuando le conté a mi madre sobre el sueño que había consentido, ella me miró con extrema estupefacción. En sus ojos yo miraba la locura que creaba sobre mi persona. No lo entendía. Para ella, esas eran fantasías de una persona desquiciada, y comenzó a temerle a su propio hijo. Se paró el tiempo un momento y la mente de mi madre comenzó a divagar. No sé lo que ella escondía en sus pensamientos en ese instante. ¡Oh sí! Era obvio: pensaba lo peor de mí...

— ¡Vete a tu habitación! ¡Necesito pensar; estar sola!

— Aunque esa no me parece buena idea, madre, respeto tu temor hacia mí.

Cuando me tiré en mi angosta cama otra vez, pude escuchar a mi madre llorar, y yo me sentí algo desconcertado. Y me cuestionaba a mí mismo: ¿por qué? ¿Por qué sus bellos ojos se han inundado en lágrimas? ¿Por qué teme? ¿Por qué le teme a un sueño? Si los sueños sólo son fantasías que el mismo pensamiento va tejiendo con sentimientos, dichas y tonterías. Sentía una necesidad de decirle que no se preocupara; que todo estaría bien; que todo era sólo una etapa; que no estaba loco. Pero cuando me levanté y quise abrir la puerta, ésta estaba cerrada bajo llave. Mi madre me había encerrado. Y creo que era de pensarse. Su miedo ya era grande pero, ¿tan rápido? Y pensé: "quizás se imagine que así no podré levantarme a mitad de la noche y hacerle algún daño"; o bien aún, "que cumpla mi tétrico sueño."

Todo lo que somos ( Todos llevamos más de cinco demonios dentro.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora