El encuentro

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¿Qué se supone le diré cuando lo vea? Me he hecho esa pregunta mil veces, pero nunca he podido encontrar la respuesta, supongo que uno nunca sabe lo que haría hasta que se ve en la situación.
No puedo decir que quedamos mal, pero tampoco podría decirse que todo terminó bien. ¿Cómo puedes amar a alguien que te ha hecho tanto daño?
Nunca comprendí qué fue lo que hice que arruinó todo, ¿fue algo que dije? Porque de un día a otro simplemente dejó de quererme. «No es verdad, siempre te he querido y siempre te querré» me aseguró cuando hablamos por teléfono, justo antes de que me pidiera vernos. Si es así, ¿por qué irse? Uno no deja a las personas porque las quiere, las dejas porque ya no toleras estar más con ellas.

Mamá dice que debería dejar de darle tantas vueltas al asunto, que sería mejor simplemente ir, ver que quiere y terminar con esto de una vez. Mis amigas dicen que no debería haber aceptado. «¿No te ha hecho ya suficiente daño? ¿Qué tiene que decir que cambie el hecho de que te ha dejado? No puede borrar el pasado.» fue su respuesta inmediata en cuanto les conté y sólo pude limitarme a decir «Tengo que escuchar lo que tiene que decir, necesito su disculpa. No quiero ser como él».

Perdonar, es una palabra tan fácil de decir, tan sencilla... ¿si la palabra fuera más complicada haría más fácil el hacerlo?
Perdonar. Me he tardado mucho en entender lo que implica hacerlo, pero finalmente creo que estoy lista. Necesito un cierre y realmente espero conseguirlo hoy, no puedo seguir jugando al gato y al ratón con él, ya no más.

Mis manos tiemblan incontrolables mientras camino al lugar de reunión; al lugar donde todo comenzó, así que las aprieto y las meto a las bolsas de mi chaqueta; es la única forma de evitar que parezca que sufro de Parkinson. Le pedí a mi madre venir sola, no quería que se pusiera sensiblera.
¿Qué se supone que le diré cuando lo vea? Levanto la vista del piso, dejando de ponerle atención a mis botines de frío para centrarme en el vaho que escapa de mi boca. Me arrepiento al instante al ver su silueta a lo lejos y a medida que me acerco empiezo a notar más cosas: es tan alto como lo recuerdo, no ha cambiado mucho; o tal vez lo ha hecho pero mi memoria no tiene registros claros así que difícilmente me doy cuenta.
Estoy a veinte metros, quince, diez, cinco... Ya no lleva barba, se la ha quitado y en su lugar sólo se ven esos pequeños puntos negros que indican el nacimiento de una nueva.

—Hola pequeña —me saluda, como siempre lo ha hecho desde que tengo memoria y antes de poder responderle continúa hablando—. Gracias por venir, yo... necesitaba hablar contigo. Sé que no es justo para ti, y esa mirada en tu cara me dice que no es nada fácil, pero tenía que explicarte.

Ahora mis manos se han quedado congeladas en puños dentro de mi chaqueta, tengo el ceño fruncido y los dientes apretados. Este es el momento que he imaginado tantas veces y ahora que por fin está aquí no sé cómo reaccionar. Supongo que la respuesta a la pregunta que ha rondado mil veces mi cabeza es: nada. Pero no puedo permitir que sea así. Necesito un cierre, así que encuentro mi voz en algún lugar muy adentro del nudo en mi garganta y el dolor en mi pecho y la obligo a salir.

—Hola papá —digo, sintiendo como las palabras que llevo años sin pronunciar salen de mi boca, y me sorprende que sean firmes y roncas.

Podría haberlo llamado por su nombre, pero de alguna manera no se siente correcto, de alguna forma siento que es lo que debo decir y lo confirmo al ver como su expresión se encoge al escucharme llamarlo así y me da la fuerza para seguir.

"Explícame entonces. Explícame como una persona puede ser capaz de dejar a su hija de cuatro años sola, en un parque, en este parque, asumiendo que su madre eventualmente vendrá a recogerla. Explícame como desaparecer durante años solo para regresar en una llamada telefónica dando vagas excusas para encontrarse con la persona que más ha lastimado".

Y este punto no puedo evitar alzar la voz y notar como los padres en las bancas empiezan a levantarse para llevarse a sus hijos. No quieren que ellos presencien esto.

Oh, créanme señores, es mejor verlo que vivirlo.

—Hija... —empieza mi padre y estira su mano para tomar la mía.

—¡No! —respondo retrocediendo—. ¿Cómo desapareces así, dejándome sola y regresas después como si solo hubieras ido a la farmacia? —y entonces me rompo y lloro y él se acerca a mí, me abraza y yo sólo no tengo más fuerza para intentar alejarme de nuevo, así que le permito hacerlo.

—No quería dejarte, nunca lo quise. Perdóname, había problemas que debía solucionar antes de poder verte, no quería ponerte en peligro. No podía ponerte en peligro. No eras capaz de entenderlo en ese entonces, pero ahora es diferente; has crecido. Y no puedo demostrarte lo mucho que lamento no haber estado ahí para verte hacerlo, pero nunca he estado lejos.

Alejándome un poco saca de su bolsillo un pequeño reloj. Lo abre y me muestra dos pequeñas fotos mías: En la primera de ellas debí tener unos nueve años y estaba en un columpio, en lo alto. La segunda era de mí en mi graduación de la secundaria y al observarme viéndolas suelta:

—Nunca he estado lejos. Siempre te he querido... y siempre te querré. —me abraza más fuerte y elijo creerle abrazándolo de vuelta.

Y la respuesta a la pregunta del ¿Por qué? Es porque se siente correcto, porque provoca que las piezas rotas dentro de mí empiecen a estar menos separadas, porque quizá esto es perdonar; así, tan simple como suena y tan complicado como es... Y decido que tal vez este encuentro no sea un cierre después de todo, tal vez sea un nuevo inicio.

Relatos de una dramática Donde viven las historias. Descúbrelo ahora