Quantico, Virginia, 17:00 pm del 3 de octubre de 2016
En su tarjeta de bienvenida se podía leer perfectamente su nombre y todo lo que hacía. Anthony Yellow, mayor experto del mundo en prótesis y maquillaje. Sin duda alguna toda una eminencia mundial a la que había conseguido contactar gracias a mi viejo amigo Arthur McAllen, quién tenía más contactos que la reina de Inglaterra, como a él mismo le gustaba decir. Me había reunido con él en un café cercano a Quantico. Anthony Yellow parecía una persona profesional, pero necesitaba cerciorarme de que lo fuera.
- Bueno, señor Yellow, espero que entienda usted que tenga una ligera renuencia hacia su trabajo, pues como usted ya sabe, necesito lo mejor de lo mejor y espero que usted sepa proporcionármelo.
- Bueno, señor Black, entiendo perfectamente su desconfianza, pero le puedo asegurar de que mis prótesis son las mejores del mundo entero. Solo necesito saber exactamente para que las quiere.
- Es un tema privado. Dije de manera cortante.
- Entienda usted que necesito saber exactamente para qué quiere usted estas prótesis y la sangre falsa...
- Bueno, usted ya sabe que yo soy un agente del FBI –dije mientras arqueaba una ceja en señal de pregunta. El señor Yellow asintió con firmeza y proseguí con mi explicación-. Entonces usted sabrá que es un trabajo extremadamente complicado que en ocasiones requiere de mucha astucia. En el caso que estoy actualmente llevando necesito engañar a un peligrosísimo asesino que ha matado a muchas personas, así que necesito fingir varias muertes.
- Lo entiendo, lo entiendo... Entonces, ¿sabe usted quién es el asesino?
- Desgraciadamente no, pero espero averiguarlo gracias a este engaño. Ahora respóndame a una sola pregunta, ¿puede usted hacerlo?
El señor Yellow se quedó pensando unos segundos, examinando las fotos de las personas para las que eran las prótesis, y no vaciló cuando dijo:
- ¡Por supuesto que puedo hacerlo! ¡En una semana lo tendrá hecho!
Nos dimos la mano y ambos salimos de café. Yo me dirigí hacia Quantico, pues tenía que mirar unos ciertos papeles. Cuando llegué, me sorprendí al ver a Aria Manson, mi jefa, hablando con un joven de pelo castaño largo y gafas. Tendría unos veinte y pocos años, y llevaba unas carpetas al hombro. Por su postura y su modo de actuar estaba seguro de que no se trataba de ninguna clase de agente de la ley. En cuanto me vio, Aria me llamó para que fuera con ella.
- Gracias por venir, Tom. Quiero presentarle a Vincent Poirot. Es un joven productor de televisión al que le gustaría realizar una serie sobre Quantico, y ha venido aquí para informarse. Vincent, este es uno de nuestros mejores agentes, el señor Tom Black.
- Encantado de conocerle, señor Black –dijo Vincent Poirot con una sonrisa un tanto falsa en la cara.
- Igualmente. Tengo curiosidad por su apellido. ¿Es exactamente el mismo que el del famoso detective Hércules Poirot?
- Sí, sí –dijo Vincent un tanto incómodo.
- Es curioso, es usted la segunda persona que conozco en tres días que tiene el mismo apellido que un personaje de Agatha Christie...
El resto de la conversación consistió básicamente en preguntas de Vincent sobre el funcionamiento de Quantico. Cuando por fin se marchó, volví a mi despacho.
Solo faltaba un mes para la noche que podría dar con la identidad del Asesino de Bywater, por lo que me había propuesto investigar sobre cada asesinato con el fin de buscar alguna pista que pudiera ayudarme a formular, por lo menos, una teoría sobre cuál de los once de la muerte era el asesino, pero mientras más archivos sobre el caso revisaba más aumentaba mi frustración. El Asesino de Bywater no dejaba pruebas, no dejaba testigos, y su comportamiento era imposible de analizar. Los criminólogos habíamos llegado a la conclusión de que solo le movía la sed de sangre. Aun así, había que admitir que era una de las personas más inteligentes del siglo XXI.
Ya iba por la muerte número 90 cuando vi un archivo que no era sobre ningún asesinato. Y al abrirlo me quedé muy sorprendido. ¡Se trataba de un archivo que hablaba sobre Eduard Silver y su participación en un juicio contra la mafia rusa! Al parecer, Eduard había visto unos terribles asesinatos, y después de testificar le habían dado una nueva identidad en Estados Unidos. Ni su mujer ni sus hijos sabían nada sobre la verdadera identidad de Eduard Silver. Era perfecto: ahora ya podría chantajearlo. Poco a poco, mi plan iba tomando forma. Rápidamente dejé los archivos a un lado y me puse a escribir una carta dirigida al señor Silver en la que le pedía 5000 dólares por un mes de mi silencio. Fue muy fácil. Iba a volver a casa ya cuando mi secretaria abrió la puerta y dijo:
- Señor, hay alguien que quiere verle.
Preguntándome quién sería, la acompañé hasta la recepción, donde me llevé la mayor sorpresa de mi vida. Fernand Green estaba allí, vestido de paisano.
- Me alegra verle, señor Green –le dije al párroco.
- Oh, creo que me confunde con alguien más, señor Black. No nos conocemos.
Al oír su voz, mucho más aguda que la de Fernand Green reparé en mi error. Aunque era muy parecido al padre de la iglesia anglicana, había sutiles diferencias. La mayor, el color de sus ojos, un marrón mucho más claro. ¿Y si no era Fernand Green, quién era ese hombre? No tenía constancia de ningún hermano de Fernand, así que le pregunté:
- Perdone mi pregunta, pero, ¿tiene usted algo que ver con Fernand Green?
- Se podría decir que somos viejos conocidos separados por el flujo de la vida. Pero no he venido a hablarle sobre Fernand. Usted y yo tenemos asuntos muy serios que discutir, asuntos sobre el Asesino de Bywater...
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Cluedo: La fiesta del asesinato
Mystery / Thriller11 personas sin aparente relación alguna son invitadas a una cena organizada por un misterioso hombre llamado Mr. Black. Las dos únicas cosas que los 11 tienen en común son que todos ellos estaban siendo chantajeados por su anfitrión... Y que ellos...