Cicatrices
Tenía el estómago revuelto. Liam me había dado su camiseta para que me limpiara la sangre del animal en mi rostro, pero aún no podía sacarme aquella horrorosa imagen de la cabeza. Habíamos decidido detenernos puesto que todos estábamos cansados y muy pronto comenzaría a oscurecer. Luego de comer la comida enlatada y sin sabor que Becca había guardado en las mochilas, y beber un poco de agua, la pálida luna blanca ya se había alzado en lo más alto del cielo, iluminando la selva con una luz fantasmal. Nos turnamos para hacer guardia por la noche y Silas se ofreció a tomar la primera. Se sentó en un tronco caído que había en el suelo, con la ballesta cargada en el regazo. Me acosté en el suelo, a los pies de un árbol, al lado de Liam. Estaba tan cansado, que se quedó dormido enseguida. Acaricié su rostro unos segundos pensando que, aunque deseaba poder escapar para que no me convirtieran en un monstruo, deseaba más que nada poder protegerlo. Finalmente el cansancio también me superó.
Becca fue quien me despertó en algún momento de la noche, para que hiciera guardia. Ésta vez se aseguró de no tocarme; en vez de eso, me habló al oído hasta que abrí los ojos. Tomé el cuchillo que había dejado a un lado de mi cabeza y me senté en el tronco caído, para asegurarme de no dormirme mientras vigilaba. Becca guardó la katana y se durmió en el suelo en cuestión de segundos, exhausta. Mientras observaba a nuestro al rededor, para que el aburrimiento no se convirtiera en sueño, me di cuenta de que veía en la oscuridad con una claridad impresionante. Oía también el canto de los búhos y el ruido que hacían los insectos. La selva jamás se quedaba en silencio por completo.
Estaba concentrada en el viento que movía las hojas cuando de pronto vi un insecto que volaba entre las ramas, emanando una llamativa luz amarilla. Una luciernaga. Lo supe enseguida, porque solía haber muchas de ellas en las afueras del pueblo. Las veía siempre que paseaba con mi padre por el pueblo y nos dirigimos al bosque, donde se juntaban millones de ellas entre los árboles. La luciernaga voló hacia mi dirección, con la luz amarilla titilando. Pasó muy cerca de mi rostro, hasta finalmente alejarse en la dirección contraria. No supe en que momento me puse de pie y comencé a seguirla entre los arboles, tratando de no perder de vista su brillo. De pronto, me detuve en seco cuando tuve frente a mí millones de luciérnagas, brillando en la copa de los árboles.
Me quedé fascinada, observando las miles de luces titilantes. Eran tantas, que casi parecía un cielo cargado de estrellas color amarillo. Algunas de ellas se encontraban en las cortezas de los árboles, iluminandolos casi por completo, y otras volaban de un lugar a otro, sin parar. Estaba tan concentrada en las luciérnagas, que no noté que algo se acercaba por detrás de mí, hasta estar a apenas unos centímetros de mi cuerpo. Me apresuré a voltearme, con el cuerpo repentinamente cargado de adrenalina y dispuesta a atacar, cuando me topé con unos brillosos ojos negros.
-Lo siento, no quería asustarte.
Solté un profundo suspiro de alivio.
-Casi me matas del susto.
-Lo siento -repitió Silas.
Aunque era una disculpa, su voz sonaba divertida. Rodé los ojos y entonces él observó por encima de mi hombro, hacia las millones de luciérnagas que iluminaban la oscuridad de la noche.
-Es hermoso, ¿no?
Asentí con la cabeza, observando una vez más las luces que emitían. La selva podía ser un lugar mortal, pero a la vez mágico.
-Nunca había visto tantas.
Seguía deleitándome con las luciérnagas que volaban a traves de nosotros, hasta que me di cuenta de que los ojos de Silas ya no las observaban, sino que estaban puestos sobre mí. Por alguna razón, tampoco pude apartar los míos de los suyos por unos cuantos segundos. Descubrí entonces que la luz que emitían sus profundos ojos negros era aún más hermosa que la de los insectos.
Silas se acercó un paso hacia mi, ésta vez sus ojos fijándose en mis labios. Retrocedí hacia atrás, nerviosa.
-Te brillan los ojos -dije.
Él sonrió, pero no volvió a avanzar hacia mí.
-A tí también. Es la luz que se refleja en nuestras pupilas y permite que podamos ver con claridad -explicó-. Es por eso que casi todos los felinos pueden ver en la oscuridad.
Alcé las cejas, mostrando asombro y el sonrió con autosuficiencia.
-También sé que tu eres mucho más especial de lo que aparentas -dijo.
-¿Ah, si?
-Si. Puedes hacer cosas que nosotros no.
Supe entonces a qué se refería y él pareció leerlo en mis ojos.
-¿Es cierto el rumor entonces? -preguntó.
Debatí en mi mente si debía confesarle aquella información. Becca era la única persona que lo sabía, ni siquiera había podido contárselo a Liam. Y entonces estaba Silas, que a pesar de haber demostrado ser impredecible, inmaduro y hasta algo arrogante, había algo en su forma de ser, algo tan genuino, que me causaba una profunda confianza.
-Ya sabes la respuesta -dije finalmente.
Él asintió con la cabeza y sus ojos me observaron entonces con admiración.
-Así que tengo ante mi al Éxito del que todos hablan -murmuró, con su típica sonrisa-. Lo supe desde el principio.
-¿Qué?
-Supe desde el principio que tenías algo especial.
Rodé los ojos.
-No inventes.
-No, hablo en serio. Lo supe desde la primera vez que te vi. Estabas atada al asiento del colectivo, inconsciente. Me pregunté por qué habían tenido que atarte y comprendí que habías sido la única capaz de intentar resistir en cuanto fueron por ti. Te admiro, fuiste muy valiente.
-Vaya... -murmuré, sin saber como contestar a eso.
-Y luego, cuando te vi debajo de ese animal en la isla, a punto de matarte... Dios, ni siquiera lo pensé dos veces antes de arrojarmele encima.
-Gracias, Silas -dije, con toda sinceridad.
Él sonrió. Una sonrisa hermosa, que iluminó la noche aún más que las luciérnagas. Nos quedamos en silencio unos largos minutos, sin nada más que decir, hasta que finalmente noté que su mirada se dirigía hacia mi pecho.
Las cicatrices.
Las odio, pensé, mientras me subía el escote de la remera para taparlas, en un movimiento casi instintivo. Pero entonces Silas atrapó mi mano y me lo impidió. Quiso bajar la manga de mi hombro, pero me resistí para que no lo hiciera. Él no se rindió y al final, me dejé.
Me sentí totalmente expuesta, mientras observaba las tres enormes cicatrices rosaceas que iban desde mi hombro hasta mi pecho de una forma lenta, hasta que sus ojos volvieron a encontrarse con los míos.
-No deberías taparlas -dijo-. Son las cicatrices de una batalla ganada. Deben recordarte que eres más fuerte.
Miré la cicatriz de su ojo izquierdo y noté que él parecía más bien orgulloso de ella.
-Gracias -dije, otra vez.
Silas subió con delicadeza la manga de mi remera hasta colocarla sobre mi hombro.
-Ve a dormir -dijo-. Es mi turno de hacer guardia.
Asentí con la cabeza y me volteé para caminar hacia donde estaban los demás, pero antes de que pudiera alejarme demasiado, Silas me llamó.
-Oye, Éxito -giré la cabeza sobre mi hombro para mirarlo-. Debo admitir que esas cicatrices se te ven sexy.
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Éxito Inminente
Science FictionEn el futuro, Estados Unidos se ha dividido en dos potencias; la Alianza y la Unión, que luchan por tomar el control absoluto del país. Pero, la Unión ha creado un Sistema Selectivo, escogiendo chicas y chicos al azar, entre los dieciséis y diecioch...