Capítulo 5.

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Dolor. Eso era lo único que sentía.

Parecía como si hubiera hecho ejercicios todo un día sin parar, eso ligado con la sensación de recibir una gran paliza de parte de un luchador de la WWE. Con sólo apretar mi mano en un puño, un ardor me recorrió todo el brazo. Traté de moverme lo menos posible.

Me mantuve así por unos minutos pero luego caí en cuenta de que me encontraba acostada sobre una superficie plana, suave y blanda. Además de que un cobertor me cubría. Llegué a pensar que estaba en mi habitación pero entonces, los recuerdos del día aparecieron en mi mente como si de un cortometraje se tratara.

Clase de historia. Chico de cabello azul oscuro sacándome a la fuerza del salón. Devan. Rodeados en el patio del colegio. La pelea. Yo intentando una estupidez con el libro marrón. Y luego, oscuridad.

Me senté de golpe, provocando un relámpago de dolor por todo mi cuerpo. Hice una mueca al mismo tiempo que soltaba un gemido lastimero. 

Pestañeé varias veces y luego me fijé en mi entorno. La mayoría de las cosas eran de colores claros y pasteles, al igual que las paredes. Uno que otro recuadro colgado, varias mesitas en las esquinas con jarrones elegantes. Yo reposaba sobre un sofá blanco de aspecto caro, y al frente de éste había otro igual, en el medio se encontraba un mesita de café hecha de vidrio. 

Pero lo que más llamaba la atención era la ventana de gran proporción a un lateral de la habitación. Sus cortinas eran blancas y estaban ligeramente abiertas, dando paso a la luz del sol. Todo estaba muy bonito de hecho, pero ¿cómo había llegado a aquí?

Ya estaba reuniendo el valor para levantarme cuando entonces una figura apareció por un pasillo que se encontraba en penumbras.

Aguanté por un momento la respiración. Y entonces la luz se encendió, obligándome a cubrir mis ojos por la repentina luz. Por supuesto, aquél movimiento me provocó dolor, pero no tanto como al despertar.

Cuando por fin mi vista se había acostumbrado a la luminosidad, observé a la persona que esperaba encontrar, ya que necesitaba respuestas.

Devan estaba de pie en la entrada de la habitación, con una mano todavía en el interruptor de luz y con la otra sostenía una taza humeante. Su rostro estaba inexpresivo.

Luego, con pasos gráciles, caminó y se sentó en el sofá contrario. Colocó la taza sobre la mesa y la arrimó hasta dejarla frente a mi. Seguido de esto, cruzó sus piernas y sus manos, dejándolas sobre su regazo.

Nos observámos. Ni siquiera parpadeámos. Tenía muchas cosas que decirle, bueno, que gritarle. Pero ahora que estábamos frente a frente,  sin carreras, gritos ni peleas, las palabras no podían salir. Sólo me limitaba a observarlo.

«Y vaya que lo hacía»

Su cabello era largo, caía por su frente y se arremolinaba detrás de sus orejas. Sus cejas eras espesas, pestañas largas, ojos oscuros y penetrantes. Nariz recta, labios delgados rosados y una fuerte mandíbula. Todo combinado con el tono pálido de su piel. Hombros anchos y brazos fuertes. 

«Me pregunto como se verá sin camisa...»

Aparté la mirada cuando ese pensamiento cruzó por mi mente. ¿En qué estaba pensando? De reojo, noté que la comisura de su labio se elevaba. «Mierda, me cachó.»

—¿Cómo te sientes?—Cuando lo miré otra vez, toda expresión de burla en su rostro había sido borrada, reemplazada por una mortal seriedad.

Consideré la pregunta por unos segundos.

—Un poco adolorida—Admití.

—Bebe—Hizo un gesto hacia la taza—Te sentirás mejor.

Miré con desconfianza hacia dicha taza. Al ver mi expresión, dijo:

—No creerás que voy a envenenarte... ¿o si?

Suspiré y finalmente cogí la taza con mis manos.—Entonces aparte del dolor físico, ¿no tienes ningún otro dolor?—Volvió a preguntar.

Negué mientras la llevaba a mis labios.

—Bien...—Hizo una pausa, y luego fue como si una bomba explotara.

—¡¿Se puede saber en qué estabas pensando?!—Gritó repentinamente, asustándome y provocando que derramara parte del té en mi regazo.

—¡Mierda!—Me quejé, ya que éste se encontraba muy caliente.

Lo miré enfurecida por aquél arrebato de la nada. Entonces noté que por su rostro se extendía un tono rojizo y las venas de su cuello se marcaban. Sí que estaba enojado. Su mirada era enloquecida.

Abrí la boca para preguntarle de qué diablos me hablaba pero no me dejó hablar.

—¡Pudiste haber muerto!—Exclamó.

Esta vez coloqué la taza con más fuerza de la necesaria sobre la mesa y aparté el cobertor ahora húmedo. Lo fulminé con la mirada.

—¿Te haz vuelto loco o qué?

Respiró profundamente, probablemente para tratar de calmarse. Miró al techo con una expresión de "¿con qué clase de persona me he metido?". Luego procedió a sacar algo de su chaqueta y comenzó a hablar.

—Los magos nos dividimos en cinco clases—explicó con voz más calmada—La primera son Los novatos, la segunda Principiantes, la tercera son los Magos como tal, la cuarta los Media alta y finalmente la quinta, clase Alta. ¿Entiendes?

Meneé la cabeza.

—Los hechizos también se clasifican —continuó. En este punto, el objeto que había sacado de su chaqueta ya reposaba en sus manos. El libro marrón. —Los hechizos toman parte de tu energía vital para realizarse, si no tienes suficiente, te evaporarás. Literalmente.—Hizo una pausa.

—Ahora, —Me mostró una parte del libro y señaló la palabra Unconscento la cual tenía el número cuatro escrito al lado en rojo. No recordé haberlo visto antes—. ¿Adivina quién fue la chica que realizó un hechizo clase cuatro aún cuando ni siquiera era una novata?

La piedra de Gianlot. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora