V e i n t i o c h o

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—¿Sigues molesto, Jo?

Después de la obra que presentamos —donde más de un anciano mojó sus pañales de la risa—, nos cambiamos el vestuario entre ovaciones. Lo que agradecí de llevar vestido, maquillaje y peluca fue que la niña bajo aquella vestimenta no sería reconocida con facilidad.

Punto para mí: Floyd McFly seguiría teniendo un... 55% de orgullo-dignidad dentro de los pasillos de Jackson.

Una vez que nos cambiamos, descubrí que no todo andaba bien. Además de tener que soportar la estrepitosa y fastidiosa carcajada cargada de mofa que me escupió Wladimir al salir del baño, noté que Joseff guardaba su distancia. Sin hacerme una idea clara de qué le pasaba, nos marchamos de regreso a casa.

Los buses escolares colapsaban y todos querían apropiarse de algún asiento; el cansancio era palpable. Contra todo pronóstico, con el gallinero, Joseff, Felix y yo decidimos subir a un autobús para descansar algunos pocos minutos (veinte, según mis cálculos) solo para enterarnos que ya no había asientos, así que no nos quedó de otra que seguir con la rutina y regresar a nuestros hogares caminando.

Nora, Fabiola y Eli iban a dos pasos más atrás cacareando. Sherlyn y su mejor amigo a mi izquierda. Felix a mi derecha, y a su lado iba Joseff sorpresivamente sin parlotear nada.

Era la primera vez en el semestre que regresábamos juntos. De lunes a viernes siempre regresaba con el gallinero, al separarnos alcanzaba a Felix y Joseff en el camino del parque, luego, por supuesto, solo quedábamos Felix y yo.

Oh, sí. Eso quería decir que al final del camino, el inexpresivo chico y yo nos queríamos solos. Que tendría que enfrentar mi peculiar ataque de celos y su molestia por haberlo humillado de forma histórica con mi pésima actuación. Aunque, siendo sincera, Felix molesto no era una novedad.

Mi don era hacerlo enfadar, y rompí la barrera de lo imposible para enfadar al chico que siempre sonreía.

Rasqué mi mejilla con nerviosismo mientras buscaba alguna forma de argumentar mi inocencia. Era eso o mi alergia por la primavera pasó a un grado mayor.

—Oye —hablé tras pensar en algo y bajé la voz—: todo es culpa del inexpresivo que tienes al lado, él fue quien me convenció para actuar.

Joseff jadeó con asombro. Mi estrategia sumamente planificada no surtió efecto, sino todo lo contrario. ¿Tantas ganas tenía de salir actuando como Diana? Joseff cada día me sorprendía como nadie. Recordé una caja de juguete que Felix tenía de niño donde se giraba una manivela y un payaso saltaba para asustarte. Claro, ahora en vez de ser un payaso estaba la cara de Joseff.

—Me vestí como tú en el siglo XVIII, Floyd —acusó mostrándose depresivo. Sus hombros estaban ligeramente hacia delante, encorvado. Omití decirle que, además de parecer uno de esos payasos en las cajas sorpresa, era el hermano perdido de «Pin Pon»—. Como tú... —recalcó— ¡Y lo peor es que un chico intentó coquetear conmigo! Si no le hubiera enseñado lo que había bajo la falda...

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now