Fuiste tu

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El despertador sonó y mentalmente deseé que solo cayera desde la mesita de luz. El insistente cacharro seguía con su misión de querer despertarme y de un manotazo lo apagué. Miré la hora y aún era pronto, desvié la mirada al marco de foto junto al reloj, era una foto de hace tiempo, junto a mí Andrew, el hombre de mi vida. Remolona me fui a la ducha y emprendí mi rutina de cada día.

Trabajaba en un banco en el centro de la ciudad ya hacía unos cuantos años, aquella mañana pintaba ser muy gris, cómo las nubes que cubrían el cielo, llena de papeleo inútil y llamadas igual de estúpidas. Me levanté para ir a por un café y me encontré allí con mi mejor amiga Rossella, ataviada con su uniforme y peleándose con el pañuelo, como siempre.

-Joder Ana- dijo frustrada- arréglalo anda- señalándome el nudo del pañuelo.

-No entiendo por qué te lo pones si no lo soportas- dije llenando una taza con café y prestándole atención a Ros- ya está, no tiene complicación.

-Gracias- dijo mirándose fugaz en el reflejo de la puerta- Estiliza mi figura. ¿Qué haces aquí y no ligando con algún multimillonario?

-No tengo ganas hoy de atender a nadie- dije estirándome y oí crujir varios huesos- quiero dormir- dije haciendo pucheros.

-Tú estás enferma- dijo incrédula- pero si te encanta coquetear con todo hombre que se sienta a preguntarte para abrir una cuenta aquí- dijo caminando hacia la zona de las mesas- no creo que sea casualidad que tú tengas más nuevas cuentas que nadie, vienen a verte a ti- dijo riendo y mirando hacia la puerta de entrada del banco.

-Ya claro- dije chasqueando la lengua.

-Me voy a ser productiva- dijo sacándome la lengua.

Una vez ya en mi mesa intenté al menos sobrellevar la mañana y en cuanto dieron las campanadas del fin de mi jornada salí de aquella sucursal cómo alma que lleva el diablo. Tenía muchas ganas de lanzarme sobre la cama y seguir durmiendo, la pena era que teniendo novio tenía que dormir sola el noventa por ciento de las veces.

Andrew era fotógrafo de paisajes, por lo cual pasaba largas temporadas fuera de casa, era un espíritu libre como dice mi madre, sin compromisos, ni ataduras; pero el destino nos unió en unas vacaciones que hice con mis amigas a Punta Cana.

Todo había sido romance, pasión y deseo en aquellas tierras caribeñas, pero un sueño al fin y al cabo, ya que el regreso de esas vacaciones significaba el fin de aquella relación.

Meses después de volver de viaje nos encontramos en una cafetería cerca del banco dónde trabajaba y sin poder creer esa coincidencia decidimos que era hora de “formalizar” aquella relación. Si no recuerdo mal, dos días después de mudarnos juntos él se marchó de viaje.

Me había quedado dormida en el sofá del comedor cuando el timbre sonó, caminé cual zombi en busca de cerebros, murmurando injurias contra la persona al otro lado de la puerta. Al abrir pensé que estaba soñando.

-¿Qué haces aquí?- dije aún confusa mirando a aquel hombre.

-Nena, me esperaba un “te he echado de menos”- dijo imitando mi voz- no un qué haces aquí…- dijo riendo y entrando en el ático.

-Bueno, estoy sorprendida- dije cerrando la puerta y siguiéndolo.

-Es lo que tiene que te hagan una sorpresa- dijo volviéndose y reclamándome en sus brazos. Como tonta corrí a refugiarme en ellos.

-¿Cómo ha ido por Brasil?- pregunté mientras nos sentábamos en el sofá.

-Bien, ha sido entretenido ir de aquí por allá haciendo fotos- dijo apretándome contra su cuerpo- lo de siempre.

Fuiste tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora