Quiero ver a Alex, y al mismo tiempo quiero esperar a hacerlo después de registrar su casa. Registrar su casa… ¡qué mal suena! Sin embargo, ¿qué otra opción tengo? Hay tantas preguntas que necesito responder y, si él no me da esas respuestas, tendré que buscarlas por mí misma, ¿no?
Pasaron los días… Alex no volvió a aparecer por mi instituto ni a recogerme en su moto ni nada, pero por Sac sabía que estaba quedando con él por las tardes. El jueves decidí ir a ver a mi abuelo, con la secreta esperanza de encontrarle allí, pero no estaba. Pensé que era mejor así, que hasta que no supiera la verdad era mejor estar distanciada de él, pero, cuando sonó el timbre, mi corazón aceleró la marcha sin poder hacer nada por evitarlo.
- Ey, abuelo, ¿te molesta que hagamos un poco de Wing Tsun hoy también?-oí que preguntaba mi hermano.
- Ya sabéis que no, pasad -les invitó mi abuelo-. Veo que hasta que no te conviertas en Bruce Lee no vas a parar, ¿verdad?
- O en Yackie Chan, ya se verá.
Entraron en la sala y, en cuanto le vi, despertaron todos mis sentidos. Vestido con un chándal negro y una camiseta blanca debajo, Alejandro me miró con ojos insondables.
- ¿Y tú qué haces aquí?-preguntó Sac con sorpresa y cierto fastidio.
- Diana ha venido a verme, es mi nieta igual que tú, ¿recuerdas?
- Eso es lo que te han dicho, pero yo continúo con mi teoría de la adopción o de cambios de bebé en el hospital -fue quitándose la parte de arriba del chándal mientras decía esa estupidez.
- Estaba haciendo chocolate caliente, voy a traerlo -anunció el abuelo.
Alejandro aún no había abierto la boca ni para saludarme, y se puso a quitarse la parte de arriba del chándal dejando al descubierto la camiseta blanca, que resultó no tener mangas. Aparté la mirada de él, y observé la camiseta de Sac; me reí nada más verla.
- ¿Batman?-solté una sonora carcajada.
- Yo que tú tendría más cuidado de meterte conmigo, ten en cuenta que me estoy convirtiendo en un temible guerrero -dijo fingiendo seriedad.
- No hay más que verte -reí señalando su camiseta infantil.
- ¿Empezamos?-preguntó cortante Alex a Sac.
- Sí, bueno, espera, voy antes al baño que llevo una hora queriendo mear.
- No es necesario que especifiques -replicó Alex.
En cuanto Sac se fue, un silencio incómodo inundó la habitación. Observé a Alex, nuestras miradas se cruzaron, y durante varios segundos estuvimos así sin decir nada, atrapados cada uno en los ojos del otro. El incómodo silencio fue desplazado entonces por una enorme e intensa energía que me dejó paralizada en el sofá. Él, de pie, con los brazos cruzados, sus ojos de un caramelo intenso, comenzó a acercarse a mí como a cámara lenta. Sin apenas darme cuenta, se sentó a mi lado, colocó una de sus manos en mi nuca y rozó mis labios con los suyos. Un escalofrío recorrió mi columna, y mis manos se movieron solas hacía sus hombros desnudos, rozando los tirantes de su camiseta. Nos besamos cada vez con más intensidad, hasta que Sac regresó y nos separamos al momento.
- Siento interrumpir… -comenzó a decir- pero ¿empezamos ya con lo nuestro?
- ¡Aquí traigo tres chocolates bien calientes!-el abuelo entró en la sala cargando una bandeja con cuatro tazas.
- Gracias, abuelo –le sonreí mientras me dirigía a la mesa.
- Nos tomamos el chocolate y empezamos, ¿vale?-le dijo Alex a Sac.
Nos sentamos todos en la mesa. Mientras soplaba el chocolate, traté de pensar en lo que acababa de suceder hacía unos minutos, ¿nos habíamos besado sin decir ni una palabra? Qué fuerte… Alcé la vista en dirección al muchacho y lo vi observándome. Al terminar el chocolate me fui; él no hizo nada por detenerme.
***
Un frío invernal nos acompañó durante todo el camino hacia la casa de Alejandro, y el ir en bicicleta no ayudó a quitarlo. Si a eso le añadíamos que nos dirigíamos a una casa cuyo nombre era “Mansión de las Sombras” y en la cual vivía un asesino, el camino se hizo muy siniestro.
- Da escalofríos… -musité nada más llegar a la Mansión.
- ¿Sabes que dicen que las casas hablan de cómo son las personas? Con Alejandro está claro que aciertan -dijo Yamilé mientras dejábamos las bicis en un rincón-. ¿Te has acordado de…?
- Sí -contesté antes de que finalizara la pregunta sabiendo que se refería a las horquillas.
Pando nos enseñó una vez a Sac y a mí a forzar puertas. Tanto mi hermano como yo nos reímos de que el hijo de un policía nos enseñara semejante cosa, pero lo más curioso era que nuestro amigo lo había aprendió de su padre. En fin, dejando las ironías a un lado, el caso es que ésa era nuestra solución para entrar en la tienda de la Mansión. Me quité una horquilla que tenía en el pelo y traté de forzar la cerradura, lo intenté durante varios minutos, pero lo único que conseguí fue quedarme sin horquilla. ¡Maldita sea!
- ¡Dijiste que sabías hacerlo!-me acusó Yamilé.
- ¡Y sabía! Lo que pasa es que nos enseñó cuando tenía doce años y esto no es como montar en bici -repliqué.
Volví a intentarlo con otra y me cargué también esa horquilla.
- Teníamos que haber ensayado esto antes de venir aquí -murmuró Yamilé.
Cogí el pomo de la puerta, lo retorcí con rabia y… se abrió. ¡La puerta estaba abierta! Tanto Yamilé como yo nos observamos con cara de tontas por un momento antes de sonreír.
- Está claro que no sienten una gran preocupación por la seguridad de su negocio -dijo Yamilé aún con cara de incredulidad.
- O quizás es que no temen que les roben -sugerí recordando de nuevo el sueño en que moría la mujer.
Lo cierto es que compadecería a quien se atreviera a robar en ese lugar. Entramos con el mayor sigilo posible, a pesar de que desde donde estábamos podía escucharse el eco de la música del pub. La tienda estaba sumergida en tinieblas, lo cual, añadido a sus artículos de miedo, le daba un aire fantasmagórico que hizo que la adrenalina se me disparase a mil.
- No sé yo si lo que estamos haciendo es una buena idea -susurré nada más subir el primer escalón.
- Yo tampoco, pero ya estamos aquí, y tenemos que saber qué diablos ocultan.
Nada más introducirnos por el largo pasillo de los disfraces, saqué mi linterna. Todo era muy inquietante allí, desde las sombras producidas por la linterna y las extrañas formas producidas por los disfraces, hasta el hecho de estar cometiendo un delito por allanar una tienda. Finalmente llegamos a la puerta secreta. Comencé a abrirla despacio, asomé la cabeza para ver si había alguien cerca y, como todo dentro estaba a oscuras, deduje que la casa estaría vacía. Entramos.