Sala de Armas

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CAPITULO 4

Subimos unos escalones de mármol y llegamos a un hall lleno de gente. Muevo los ojos nerviosa, siento que la gente me rodea y me encierra. Me cuesta respirar y me muerdo el labio hasta que sangra. Llegamos a una pared lisa de cemento al final del hall. Didet sigue caminando como si la pared no estuviera. Voy a gritarle que se detenga cuando se comienza a formar un túnel un poco más ancho y alto que yo. A medida que avanzamos el túnel sigue formándose.

-¿A dónde vamos? – pregunto jadeando por seguir el paso de Didet.

-Perdón pero no tengo permiso para hablarle.

-Pero ya lo hiciste.

Didet se detiene en seco y la pared parece más oscura. Se gira despacio y me mira. En sus ojos veo que siente pena por mí.

-Sólo voy a responder una pregunta así que piensa bien y rápido porque no tengo mucho tiempo.

Mi mente es un nudo de dudas y hay unos segundos de silencio hasta que hablo.

-¿Qué van a hacerme?

-Se te va a asignar un ángel guardián.

-¿Un ángel?

-Dije que solo respondía una pregunta.

Me enoja que nadie responda mis preguntas. Soy una chica en un lugar totalmente desconocido, lleno de gente y no recuerdo nada personal. No puede ser que nadie quiera ayudarme. Didet sigue caminado esta vez más apurado y el túnel sigue avanzando hasta gira a la derecha y suspira:

-Este es tu cuarto. Lo único que tienes que hacer es sentarte y esperar ¿es muy complicado como para que lo hagas mal?

Niego con la cabeza y paso por delante de Didet para abrir la puerta blanca. Me encuentro con un cuarto muy luminoso pero sin ventanas ni lámparas. No hay nada más que dos bancos, uno a mi izquierda donde hay dos chicas sentadas y otro a mi derecha con un señor mayor. Cierro la puerta sin hacer ni un ruido y tímidamente me siento al lado del señor. Nadie dice ninguna palabra. Las dos chicas que tengo al frente son más grandes que yo y ambas miran al piso. Me pregunto si ellos saben algo más que yo pero seguro en esta habitación soy la que más sabe, y sé poco y nada. El hombre al lado mío se acomoda y el banco rechina. El silencio es muy incómodo. Vuelvo a mirar al frente y me doy cuenta que la más joven de las dos chicas está llorando:

-Psss ¿estás bien? – sé que es una pregunta tonta dadas las circunstancias pero no encuentro nada mejor para ayudarla.

La chica levanta la mirada y veo sus ojos vidriosos. Son de un azul tan llamativo que por un momento daría todo por tener esos ojos en vez de los míos marrones. Me recorre con la mirada de arriba abajo como si estuviera desconfiando hasta que finalmente contesta algo corto en un idioma que no reconozco y me quedo muda pensando alguna forma de entender lo que dijo. El hombre de al lado me toca el hombro y me dice en un susurro:

-Ella no entiende el idioma que hablas pero te agradece por preocuparte.

-¿Qué idioma era ese?

-Alemán. Lo estudié en la secundaria.

Vuelvo a mirar a la chica y le dedico una sonrisa débil para reconfortarla. En ese momento abren la puerta y aparece un hombrecito muy parecido a Didet. Dice un nombre y la otra joven se para, nos dedica una mirada de despedida y cierra la puerta.

El tiempo pasa en silencio y yo intento evitar cualquier pensamiento pero es imposible. Pienso en que es raro recordar cómo funciona el mundo, los nombres de todas las cosas y su función pero ningún dato personal. Repaso cada momento desde que desperté en la mitad de un bosque hasta que llegué a este cuarto intentando de sumar información y es entonces cuando recuerdo algo que me dijo el hombre sentado al lado mío:

-Un momento, ¿Usted recuerda haber ido a la secundaria?

-Sí, ¿por qué?

-Recuerda su edad, su nombre, su familia, ¿todo?

-Sí, cada detalle.

Me quedo asombrada. ¿Por qué yo no recuerdo nada? Decido dejar de torturarme con dudas; en algún momento alguien me responderá todo. Aburrida juego con la caja de madera tallada que tengo en mis manos y llego a la conclusión de que todo esto es un sueño. Es un sueño y tengo que despertar. Es un sueño, es un sueño. Sólo tengo que despertar.

SIMÓN

Paso por la última fase de inscripción antes de ir a buscar a mi misión. Aún no sé si es un chico o una chica pero por alguna razón Stephen dijo en mis sueños que era una chica. Pensar en Stephen me trae recuerdos. Desde que murió sueño una vez por semana con ella. Extraño su risa, sus juegos, su pelo dorado largo y sus preguntas infantiles. La extraño tanto.

Entro en la sala de armas. Es del mismo tamaño que el Salón de las Marcas y todas las armas guardadas en cajas fuertes y estantes le dan un color dorado al lugar. Me recibe el encargado, un ángel musculoso y que aparenta ser rudo (digo aparenta porque en el fondo sé que no mataría ni a un mosquito) y me pide los datos. Le muestro la marca negra y veo en su rostro otra vez compasión. Pongo los ojos en blanco y paso a elegir las armas. Algunos cuchillos, un arco y flechas, dos estacas de madera, polvo demoníaco, dos burbujas contra hadas, una espada y cinco dardos con veneno mágico para desalmados. Agh los desalmados están invadiendo Lit y me dan ganas de matar a todos. Además agarro provisiones. Agua, alimentos y dos mantas. Cargo todo en una mochila y le doy una última mirada al lugar para no olvidarme de nada. Salgo y camino hasta la pared gris que lleva a las habitaciones. Antes de que la pared me trague miro por última vez al Banco de Registros. Es la última vez que estoy acá porque después de que la chica (supongo que es una chica) se despierte yo voy a morir o voy a morir en el intento. Extrañaré todo esto.

DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora