Julio tuvo que casarse muy joven, según él mismo decía. No se cansaba de contar que se sintió obligado a hacerlo por “el embarazo de Susana”. No aclaraba en el relato de los hechos que ella había sido su víctima. Él era el padre de su hijo y también su violador. Susana perdió la virginidad contra la pared de un terreno baldío a la vuelta de su casa, sin ninguna intención de encontrarse en ese lugar ni de tener sexo. Pero en el relato de Julio esos detalles no se contaban.
Ella no lo sabía entonces, pero la capacidad de decisión sobre el resto de su vida quedó irremediablemente revocada por una elección tomada en forma impensada. Tuvo lugar en el baile del día de la primavera que se hacía todos los años en el único boliche del pueblo. Más precisamente, en el momento en el que accedió a que el chico con el que había estado bailando hacia el final de la noche la acompañara a su casa.
Susana no lo conocía demasiado. Sólo había visto a Julio un par de veces en la plaza del pueblo con algunos conocidos, y hasta ese momento no sabía ni siquiera su nombre. Las amigas de ella bailaban con sus respectivas parejas. Era la época en la que los boliches pasaban los temas lentos antes de cerrar. Ella se encontró sola, sentada a la barra. Pablo, el chico que le gustaba y con el que había estado hablando por más de una hora mientras tomaban algo, tuvo que irse antes. Debía descansar porque al día siguiente jugaba un partido de fútbol en la liga regional.
Julio miraba a Susana desde lejos mientras se despedía de Pablo, y no perdió un segundo en dirigirse hacia ella. Se sentó a su lado y desde ese momento no paró de hablar. Susana lo miraba, lo escuchaba, y de vez en cuando contestaba con algún monosílabo. Las palabras de él dejaron caer la idea de que estaba enamorado de ella desde que la vio en la plaza, paseando junto a sus amigas, vistiendo una minifalda. Susana, un poco despechada por la retirada de Pablo y otro poco halagada por los dichos de Julio, aceptó la invitación de éste para acompañarla de regreso a su casa, a sólo trescientos metros del boliche.
Los recuerdos de Susana sobre el resto de la noche se limitaron al empujón con el que Julio la arrastró dentro del baldío, lejos de posibles testigos, y a una mano tapándole la boca. A él no le gustaba que se escucharan sus gritos, pero eso ella lo supo mucho más tarde. Susana olvidó el resto de lo sucedido, en parte por el trauma y en parte como una especie de estrategia amnésica que se inventó para poder seguir viviendo. Aunque sí recuerda la llegada a casa, abriendo la puerta del frente con la cara empapada en lágrimas. Tenía miedo de despertar a alguien y verse obligada a dar explicaciones. Ella se sentía culpable.