14. Ojitos achinados

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— Te he dicho más de una vez que me subestimabas. No soy tan estúpida como te crees.

— Nunca he dicho que lo seas.

— Bueeeno... Me has llamado otras tres mil cosas.

— Es cierto, pero la palabra estúpida no me gusta nada, así que no la uso.

Después se separó de mí y sentí frío. Octubre había llegado con un viento bastante más cortante que septiembre y, aunque los días seguían siendo calurosos, las noches eran bastantes frías.

— ¿Quién coño es este?

Miré por encima de su hombro. Marco seguía en el suelo y encogido sobre sí mismo.

— Un amigo de Daniel. Vinieron a cerrar unos negocios y...

— ¿Está Daniel aquí?

— Sí, acababan de salir cuando este se empezó a poner pesado —me encogí de hombros.

— ¿Tienes algo que coger dentro del bar?

Me palpé el bolsillo.

— El móvil, la cartera y la chaqueta.

— ¿Si te pido algo me puedes cumplir el deseo?

— Supongo —admití.

— Voy a serte sincero. Me está entrando toda la mala ostia del mundo así que te voy a pedir que te vayas a casa a hacer lo que más te apetezca; te tomes un colacao o te metas el mango de la ducha por la...

— ¡ANIMAL!

— Me has entendido. Voy a hablar con Daniel.

— Ian, si alguien tiene que hablar con Daniel soy yo.

De verdad que me alegraba de tener a alguien conmigo en estos casos; de hecho estaría aterrorizada si no hubiese llegado, pero eso no implicaba que fuese mi salvado. Ian, ¿VES A ESE TÍO EN EL SUELO? LO HE TUMBADO YO SOLITA.

Suspiró.

— Eres una pesadilla. Escucha, vete para casa y si cuando llegue estás despierta, te cuento por qué es asunto mío, ¿vale?

Rechisté haciendo ruidos con la boca.

— Venga coño hazme ese favor.

— Me voy a marchar, pero me debes una.

— Dejémoslo en que me estoy cobrando la del otro día.

Después de cruzar el paso de cebra volví a caer de golpe en todo lo que había pasado y no pude detenerme: me marché corriendo y hasta que cerré la puerta del piso no me sentí tranquila.

Lo hice con cuidado para no despertar a nadie. Eran casi las cuatro de la mañana y de sobras sabía que ni Carlos ni Raquel tenían un buen despertar.

Me quedé un buen rato apoyada sobre la puerta de la entrada sin tener muy claro qué quería hacer con mi vida. Me había llevado tal susto que los nervios no me dejaban pensar con claridad y no me sentía cansada tampoco. Simplemente estaba allí, en la entrada, justo enfrente de la habitación de Myers mirándome lo sucias que tenía las punteras de las deportivas.

— ¿Qué tal la noche?

La voz de Carlos interrumpió mis pensamientos, bueno, en este caso, mis no-pensamientos.

Cuando lo vi sentí como si tuviese un enano saltando dentro de mi estómago. Salía del baño y solo llevaba sus boxers, el pelo bastante revuelto y los ojos entrecerrados del sueño. Por un momento me vino la imagen de Ian a la mente, solo que Carlos... no sé. Estaba muy guapo, eso es todo. Y no podía evitar sentir morriña de estar con él.

Estamos hechos de extrañas casualidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora