La gran preocupación del príncipe Lúgh es complacer a sus padres, los reyes de Taranis. Por este motivo debe elegir esposa entre las numerosas candidatas que ellos, desesperados, le ponen a diario debajo de la nariz.
Quizá si le hubiesen contado...
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—¡Buenos días estelares, Comandante Andrómeda!
—Buenos días estelares, Generala Halley. —La muchacha se halla cabizbaja.
Vacila durante un par de segundos, después de rozarse las manos dentro de la pantalla, y continúa:
—El contenido de nuestra conversación no será grato, generala. Me temo que le he fallado a nuestra federación al incumplir las normas que rigen la labor de una Protectora. Pongo mi cargo a su disposición.
—¡¿Y eso, comandante?! —Se asombra su interlocutora—. ¿Le ha sucedido algo a la nave? Si la ha estrellado contra algún planeta creo que...
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—No, la Andrómeda I se encuentra en perfectas condiciones. —Se apresura la joven a responder—. Se trata de Lúgh.
—¿Lúgh? —El rostro de la superior luce anonadado.
—Nuestro P1. —Baja la mirada—. Me ha besado y durante unos cuantos minutos lo he consentido.
—¿Y le ha gustado? —le pregunta Halley, desconcertándola.
—Muchísimo y tengo que confesarle, generala, que me encuentro muy confusa por esto. —Se lleva la mano a la frente en un gesto nervioso—. Soy consciente de que con esta conducta acabo de convertir en polvo estelar el listón de todos los Protectores que me precedieron. Durante miles de años al viajar de una galaxia a otra han cumplido con las expectativas, poniendo su labor y las normas de la federación por delante de cualquier deseo prohibido. Os he fallado y también a todos ellos. De verdad, lo siento.
—Bueno, he pensado que su problema era más importante, relájese. —La tranquiliza la otra mujer—. Voy a hacerle yo una confesión en respuesta a la suya. Dada la cadena de mando no debería, pero al verla tan acongojada es imperioso que la efectúe: hasta el día de hoy usted, Comandante Andrómeda, ha sido la única que jamás se ha saltado el protocolo y que ha seguido las instrucciones al pie de la letra.
—¡¿Solo yo?! —La chica abre la boca desmesuradamente.
—Solo usted. —La voz de Halley es apenas un susurro—. Por este motivo desde hace cuatro mil años es obligatorio que cada Protector viaje acompañado de un androide, según las inclinaciones y las preferencias, para desahogar con el sus necesidades. E, incluso así, nuestras normas han volado por el espacio y caído en un agujero negro, por así decirlo.
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—¡¿Sí?!
—Sí, comandante. —Y la mujer mueve la cabeza con contundencia—. Claro que siempre se trataba de deslices con miembros de nuestra federación, nunca con un P1. Si le soy sincera, tengo muchísima curiosidad. ¿Qué tal besan los primitivos?
—Este es el gran inconveniente, generala, los primitivos besan de maravilla. —Baja también el volumen como si Lúgh la pudiese escuchar—. Si no hubiese empleado toda mi fuerza de voluntad en terminar con el principio de apareamiento, imagino que hubiéramos acabado con un problema mayor.
—Mmm, así que besan de maravilla, Comandante Andrómeda.
—¡Sí, generala, como los antiguos dioses del Olimpo! —le aclara la chica, pasándose las manos por los labios, igual que si Lúgh aún se los estuviese besando—. Ponen la vida en la tarea. ¡No sé cómo explicarlo! Para ellos no es un desahogo automático entre medio de labores más importantes, una simple liberación física, sino que son capaces de hacerte creer el centro de la galaxia o del Universo. De hecho, sus besos me hicieron sentir como si me hubiera atravesado un cometa o del mismo modo que si me hubiese acercado a una estrella.
—¡Qué curioso, quien lo diría! —La interlocutora parece pasmada—. No hay antecedentes acerca de esto, de una unión esporádica entre un P1 y una P10.000, así que todo lo que me acabas de manifestar me ha dado mucho en lo que reflexionar. Por supuesto, tendré que llevarlo al concejo. Pero quédate tranquila: no aceptaremos tu dimisión. Para separar a un Protector del cargo se requiere unanimidad y mi voto será en el sentido de que tú permanezcas en activo. Eres nuestra mejor Protectora.
—¡Gracias, Generala Halley! —exclama Andrómeda, feliz.
—En cuanto tenga novedades me pongo en contacto. —La superior extiende la mano dentro de la pantalla—. Sin duda, dada la premura del asunto, nos reuniremos hoy y en nuestro parte de mañana tendré algo para decirte.
—Quedo en modo espera. —La muchacha le roza la palma—. Y muchas gracias por tu comprensión, generala.
Cuando la imagen de Halley desaparece, Andrómeda gira y le informa a Canopus:
—Está hecho.
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El androide se acerca a ella y le da una palmadita cariñosa en la espalda.
—¿Ves, estrellita? —Le acaricia la cara—. Como te decía, todo ha salido bien.
—Sí, por suerte, estaba muy preocupada. —Se alisa el entrecejo, se halla agotada mentalmente.
Estas palabras son como un mantra, pues desde el beso no ha dejado de repetirlas.
—Motivos para estarlo tenías, nebulosa mía. —Y le frota el hombro.
—Ahora solo debo controlarme y hacer mi trabajo, amigo. —Se siente más optimista—. Intentaré no mirar a Lúgh del cuello hacia abajo. Quizá hasta debería permitirle que vuelva a sus ropas antiguas.