Capitulo Dieciséis

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Estaba poniendo en orden algunas cosas dentro de un bolso cuando escuché aplausos, alcé la mirada con mala cara.

—Me impresionas, en serio. Eres mejor de lo que esperaba— habló con una gran sonrisa.

—No te emociones, no lo hice por ti— bufé y saqué las navajas de los cuerpos— Quiero ver a Phantos, me debe unos cuantos dones.

—De acuerdo, acompáñame— dijo él, agarré mis guantes con nudillos de acero y lo seguí hacia afuera.

Al cabo de dos minutos ya estábamos en su auto con Christopher al volante. No me sentía bien, pero tampoco iba a mostrarlo. Estaba manchando mis alas de nuevo. Perfecto. Estaba llena de ira en ese momento, apenas podía contenerme; quería asesinar ahora mismo a Christopher y esperar a que Phantos viniera por mi para asesinarlo también. Pero las cosas no funcionaban así. Noté que tenía puesta su atención en mi bolso, si intentaba tocarlo le cortaría la mano. Después de casi media hora pude divisar la mansión de Belarion alzándose a un lado de la carretera. El sol se está metiendo.

Estacionó el auto a pocos pasos del portón y nos bajamos para entrar. En la reja un hombre revisó a Christopher de pies a cabeza, al terminar se volvió hacia mi.

—Me tocas y te asesino— amenacé al hombre, pero no me prestó atención— Christopher, si me toca lo asesinaré y no intentes detenerme.

—Quisiera verte intentarlo— intervino el hombre con una actitud que no me agradó.

Se agachó y comenzó a palmear mis piernas. Saqué una navaja y lo apuñalé en el hombro.

—Te lo advertí— le dije entre dientes y volví a apuñalarlo en la nuca; el cuerpo cayó a mis pies y lo pateé quitándolo de mi camino.

Guardé el arma. Christopher por alguna razón me miraba con una gran sonrisa, tuve que morderme la lengua para no borrarle esa sonrisa del rostro. Nos adentramos en el terreno de la mansión. Ya llegando a la puerta dos hombres quisieron revisarnos otra vez, Christopher no se opuso al procedimiento.

—No les recomiendo que la toquen— les advirtió a los hombres y asintieron.

Nos abrieron la puerta y entramos en la mansión, más hombres con traje y armados nos recibieron. Alex tenía razón después de todo.

—Belarion está en su estudio, vendrá en un momento— nos avisó el mayordomo de costumbre y asentimos.

Sentí como mi estómago se revolvía, Christopher se dio cuenta de ello y frunció el ceño.

—¿Te sientes bien?

—Necesito un baño— respondí y me dieron arcadas.

Ya asesiné a Cael, ¿qué pasa?

Mis piernas flanquearon y Christopher intentó sujetarme pero lo empujé.

—¿Dónde hay un maldito baño?— pregunté.

—Arriba— respondió— ¿Te acompaño?

—Aléjate de mi— gruñí.

Me dirigí hacia las escaleras con una mano en mi estómago, conteniendo el vómito que amenazaba con salir. Cuando salí de la vista de Christopher me tomé una pastilla que tenía en mi bolsillo, me coloqué los guantes con nudillos de acero mientras caminaba por el pasillo y saqué una pequeña arma con silenciador.

Le disparé al primer hombre que vi, su cuerpo cayó al suelo. Segundos después comenzó a levantarse.

—Cortarles la cabeza, cierto— me dije a mi misma.

Corrí hacia él y enrollé mis piernas alrededor de su cuello con fuerza para inmovilizarlo. Aun conmigo en sus hombros se levantó, saqué dos navajas y se las enterré hasta el mango en la base del cuello, el cuerpo cayó de nuevo y tiré de su cabeza hasta desprenderla.

Me levanté del suelo y abrí la habitación más cercana para ocultar los restos.

Despejé el área oeste de la mansión lo más rápido que pude ocultando los cuerpos y sus cabezas, miré la hora en mi reloj. Mierda. Corrí de regreso a la escalera principal guardando el arma y los guantes. Sequé todo rastro de sudor y sangre en mi rostro, y disminuí la velocidad cuando estaba llegando.

—Iba a ir por ti— me dijo Christopher cuando venía bajando las escaleras. Lo miré con odio hasta llegar abajo.

Entonces vi a Belarion parado en el centro de la sala, me vio y sonrió. No entendí el porqué de su sonrisa hasta que sentí un arma contra mi cabeza.

—Debí matarte cuando pude— dije refiriéndome a Christopher.

—Que lindo es verte de nuevo— comentó Belarion acercándose.

—Lamento no poder decir lo mismo— expresé con desagrado. Belarion echó un silbido.

—Cuanta hostilidad— expresó con diversión— Estamos del mismo lado, tranquila.

—¿En serio? ¿y por qué soy la única con un arma en la cabeza?

—Estamos del mismo lado, no significa que confíe en ti plenamente.

—¡Pero lo maté! ¡Cael está muerto!— grité dando un paso hacia adelante, escuché como Christopher le quitaba el seguro al arma y me paralicé.

—Cálmate Lesya— me advirtió.

—¿Por qué tanta seguridad? Después de todo las armas comunes no pueden asesinarte— intervine, Belarion disimuló su sorpresa con una mueca de disgusto— Mentiría si dijera que no pensé en venir a matarte.

Dio un paso hacia adelante y tomó mi cabeza entre sus manos impactándola contra la suya. No puse resistencia y me desplomé en el suelo, una tanda de patadas me sacudió. Sentí como en mi boca se esparcía un suave saber metálico, tosí y escupí la sangre a un lado.

—Ahora eres vulnerable— comentó Belarion— ¿Qué te ha hecho tan débil?

—Se supone que debe estar viva para cuando Phantos venga— escuché de Christopher, alcé la mirada levemente y logré ver como Belarion le arrebataba el arma y le disparaba justo en el corazón.

El cuerpo de Christopher cayó al suelo a mi lado. Sentí como alguien me agarraba por el brazo y me volteaba dejándome boca arriba.

—No olvides cortarle la cabeza— le dije, causando que quedara en cierto estado de desconcierto.

Uno de los guardaespaldas apareció en mi campo visual entregándole una pala a Belarion, lo seguí con la mirada cuando me rodeaba. Ubicó la punta de la pala en el cuello de Christopher y la pisó en la base, desprendiendo así la cabeza. Sentí como algunas gotas de sangre adornaron mi rostro.

—Phantos— desvió el tema, largó una carcajada— Todos creen que Phantos es alguien más, pero en realidad, somos uno.

El rostro de Belarion cambió por unos segundos transformándose en el de Phantos.

—Todo este tiempo fuiste tú— mascullé.

—Así es, ¿sorprendente, no?

Escalofriante.

Se alejó de mi con el arma, hizo una seña y un par de hombres apareció, me levantaron del suelo arrastrándome hacia las escaleras. Reconocí el rostro de uno de ellos, el mismo al que había apuñalado afuera.

Mordí a uno en la mano, me soltó unos segundos y el otros e encargó de golpearme para tirarme al suelo otra vez. Comencé a reír para crear la distracción. Mientras se concentraban en mi rostro y risa enfermiza, logré sacar las navajas de mis bolsillos traseros.

El Demonio de ÁngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora