Prólogo
Los helicópteros que pasaron raudamente sobre el tejado provocaron que la niña que dormía pacíficamente sobre su cama se despertara.
Era el tercero que pasaba en la última media hora.
Se movió incómoda sobre el edredón que soportaba su peso y varios mechones de su cabello oscuro le obstruyeron la vista. Todavía llevaba puesta la ropa del día anterior.
A lo lejos, le pareció oír la sirena de una patrulla.
Su padre aún no había vuelto, y la oscuridad devoraba la pequeña casa que se ubicaba a las afueras de la ciudad. Los árboles se cernían sobre ella como los monstruos que atormentaban los dulces sueños de la pequeña, proyectando sombras aterradoras en las paredes que se movían con el viento. A través de la ventana abierta, entraba una leve brisa que hizo estremecer su cuerpo; una fina camiseta de algodón y unos shorts cortos no le otorgaba la calidez que deseaba.
Una fuerte explosión la hizo despertar por completo; con un salto y el corazón latiendo fuertemente dentro de su pecho se puso de pie sobre la alfombra de la sala. Con el miedo subiéndole por la garganta, la mente le jugó una mala pasada, y de pronto el suelo bajo sus pies ya no era rosado, sino que había adoptado un color más oscuro, siniestro.
Caminó hacia la ventana más cercana, rodeándose el cuerpo con los brazos. La carretera de tierra muerta se extendía horizontalmente hacia ambos lados frente a su casa, iluminada escasamente por la débil luz de la luna que se escondía detrás de aterradoras nubes grises; ya ni siquiera se veían las estrellas. A su derecha pudo divisar la casa de sus vecinos, iluminada desde adentro con excesiva y sofocante luz; en medio de la oscuridad y rodeada de cosecha ubérrima, el edificio tenía un escalofriante aspecto fantasmagórico.
A sus espaldas, el teléfono comenzó a vibrar y el fuerte sonido se extendió por la silenciosa habitación, dejó un eco a su paso. Caminó asustada hacia su mesa de noche y levantó el tubo. Apenas pudo susurrar un Hola. Del otro lado se oyó entre jadeos un grito espeluznante que provocó que las manos de la niña dejaran caer el aparato al suelo. Luego, la línea se cortó.
Retrocedió torpemente hacia la puerta. El silencio que inundaba la casa le provocaba un pavor tremendo.
— ¿Papá? —preguntó casi en un susurro asomando la cabeza.
Con paso lento avanzó por el oscuro pasillo revestido por un desagradable papel a rayas que jamás le había gustado. Pasó frente a una ventana por la que a duras penas entraba luz y una sutil brisa hizo sacudir las cortinas de seda azul. Llegó al final del corredor y dobló a su derecha. Al pasar la escalera llamó de nuevo.
—¿Papá? —repitió alzando la voz.
Nada.
La puerta del dormitorio de su padre estaba entreabierta. Una luz más potente amenazaba con aclarar el pasillo. Aguzó el oído y oyó el leve rumor de la televisión encendida. Al ingresar, sus ojos se abrieron levemente y su corazón comenzó a latir con más fuerza. La habitación estaba destrozada: el colchón yacía sobre la alfombra y las sábanas estaban revueltas; los muebles abiertos y la ropa sobre el suelo daban la impresión de que un tornado había entrado y había derribado todo a su paso; con esfuerzo, la televisión aún lograba mantenerse sobre una repisa y transmitía una noticia desde el centro de la ciudad: una mujer se encontraba frente a un hospital en llamas, y detrás de ella los bomberos le pedían que se alejara. Luego, el edificio explotó y la emisión se cortó. Salió trastabillando y corrió hacia las escaleras, mientras su respiración se aceleraba. Al llegar a la sala esquivó el sofá y una lámpara de pie, y abrió de un tirón la puerta del estudio de su padre; todo estaba en orden.
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Zona C
General FictionLa tragedia se cierne sobre un mundo que en silencio se sume en penumbras, desesperado por gritar la escasa vida que en él aún habita. El tiempo dejó su huella imborrable luego de la tragedia, mucho tiempo atrás como para recordar siquiera por qué h...