Analía

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Analía era una de las mujeres más cautivantes del pueblo.  Pero no era una mujer cualquiera, ella nació con un don que nadie en el pueblo conocía, excepto por Joel el enano, quien era su amigo desde que ella llegó a Geertown. Él se encargaba de vender las pociones que ella preparaba, mientras Analía, en una carpa que instalaba en el mercado, leía secretamente las cartas a quienes ingresaban con la excusa de querer arreglar sus vestidos.  El rey era un ferviente católico que odiaba el ocultismo y que haría lo que fuera por quemar en la hoguera a todo a quien practicara las artes oscuras. Analía sentía cierto placer al engañar a la autoridad, haciéndoles creer que en su carpa  se ejercía el noble oficio de la costura y quienes ingresaban, salían jurando por sus vidas que jamás  revelarían su secreto, cuestión de la que ella se aseguraba con un hechizo, para que nada pudiese romper la lealtad de sus clientes. 

Una calurosa tarde de verano, mientras esperaba que ingresara algún cliente, apareció en la entrada de su carpa un muchacho  de hermosos cabellos cobrizos, en su expresión se revelaba una bondad que ella jamás había visto en nadie de ese pueblo. Su corazón empezó a saltar como nunca lo había hecho, se levantó de un salto de su silla para preguntar que buscaba. El joven, tímidamente le dijo que  había llegado hace poco a ese lugar y que deseaba saber su futuro, sabía que ella podía ayudarle.  De inmediato lo hizo pasar y lo hizo sentar frente a ella. Barajó las cartas y le pidió al joven que escogiera diez cartas. Mientras las iba sacando y volteando sobre la mesa, Analía pudo descubrir que el joven venía huyendo de una situación dolorosa, el gran amor de su vida se había desposado con un hombre poderoso y él  no pudo soportarlo. Las cartas le revelaron que moriría en manos del rey, de una manera muy cruel. Al ver eso, lo miró fijamente a sus ojos y le dijo que tenía que irse del pueblo, porque de lo contrario moriría en manos de su majestad. El joven, incrédulo le preguntó, cómo podía ser aquello, si él era un servidor leal del rey.   Ella, le pidió que sacara diez cartas más y fue en ese momento, cuando el muchacho se levantó y dijo,  que era imposible que ocurriera lo que decían las cartas, ya que él ya estaba muerto en vida. Le entregó un pequeño saco de monedas y se los dejó en la mesa y rápidamente se despidió de ella.  

Durante todo el resto de la tarde, no hizo otra cosa que pensar en aquel hombre, nadie la había estremecido como lo había hecho él y por primera vez sintió la necesidad de utilizar su magia para volverlo a ver. Se contuvo por unas horas, hasta que no pudo más y repitió unas extrañas palabras, cuyo idioma desconozco  y en cuanto las pronunció, el joven apareció en su puerta. Pero esta vez, vestía uniforme, era guardia del palacio. Cuando lo vio parado frente a ella, supo que no era por su hechizo.  El joven la tomó prisionera y la llevó frente al rey, exhibiéndola por lo que era, una bruja, que se dedicaba a las artes adivinatorias y sepa Dios que otra cosa. Ella no podía creer lo que estaba ocurriendo, la única persona que la había conmovido se había convertido en su captor.   El rey, complacido por la eficiencia de su servidor,  lo  premió, nombrándolo como miembro de su consejo, por su gran contribución al rey y la salvación de las almas.   

Analía, habiendo salido de su letargo, volvió a proferir extrañas palabras y un rayo salió de su corazón, inundando toda la habitación, sumiendo en un profundo sueño al rey y al guardia. Cuando despertaron ella ya se había ido.

Ya en su cabaña,  la bruja empezó a empacar sus cosas, sabía que pronto vendrían por ella, se encontraba turbada, a pesar que el joven era su captor, no podía dejar de pensar en él. Sabía que lo que había hecho, fue por el temor y no por maldad, sabía que no sería la última vez que lo vería y sabía también que se enamoraría perdidamente de aquel muchacho de cabellos cobrizos. Cuando llegó Joel el enano del pueblo, encontró todo alborotado y le preguntó qué pasaba. Ella sólo respondió que su vida cambiaría de ahora en adelante, que debía irse de ese lugar sino quería terminar consumida en la hoguera.  Joel le pidió un último favor, una anciana del pueblo se encontraba muy enferma, ningún médico sabía lo que tenía, sólo ella podía ayudarla. Analía, sin dudarlo acompañó a su amigo al pueblo, no sin antes tomar todas las precauciones.

 Entraron a la casa de la anciana, su tos y su quejidos, resonaban en cada una de  las habitaciones. Joel presentó a su amiga a la anciana, y le dijo que ella sería quien le ayudaría.  Analía tomó las manos de aquella señora, pronunció unas palabras y sopló sobre ella un polvo azul. En ese preciso momento el tiempo se detuvo y una paz inundó el lugar.

 La tos y los quejidos cesaron, la anciana se sumió en un plácido y profundo sueño. Sin darse cuenta, frente a ellos apareció el guardia del palacio, su rostro reflejaba la misma bondad de aquella tarde. Sin pensarlo dos veces la abrazó fuertemente y le agradeció lo que había hecho por su abuela. Joel y Analía habían ingresado tan rápidamente que no se habían percatado de la presencia del joven, quien vio la compasión de la joven bruja. Le pidió perdón por haberla capturado y ofreció ayudar a escapar.

Hasta ahora nadie sabe que ocurrió con esos jóvenes, dicen que se enamoraron y en realidad nunca escaparon del pueblo, y que Analía siguió practicando las artes oscuras, ayudando a mucha gente.  Dicen que fue una hermosa historia de amor, pero eso, amigos míos, será historia de otra novela. 

Las brujas de los 7 siglosWhere stories live. Discover now