Lance

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No tenía nada que decir.

A su lado Keith estaba furioso, los ojos le destellaban y parecía querer arrojarse sobre él y golpearlo. Deseó al universo que éste no lo hiciera.
Lance deshizo el listón blanco y levantó la tapa con el mismo cuidado que tendría un hombre del escuadrón antibombas.
Vió el interior.
Primero se sintió confundido, luego molesto y finalmente asustado. Completa y absolutamente aterrado.

Dentro había sólo una memoria USB terrestre.
Pequeña, de color rojo, con unas diminutas letras J.O. grabadas en un costado.
No significaba nada para los demás pero para él era como un cuchillo enterrado en su corazón. Se sintió mareado y con ganas de vomitar, los oídos comenzaron a zumbarle, tenía la boca seca como si hubiera tragado kilos de sal.
La mano de Keith se posó sobre la suya, vacilante, Lance se la tomó entrelazando sus dedos, sin importarle en lo más mínimo las miradas de los demás. 
Intentó aferrarse a la mano de Keith, a su calidez, intentó aferrarse a esos ojos oscuros que lo miraban con preocupación. Keith movió los labios pero no pudo escucharlo. Todo daba vueltas. Intentó volver, volver a Keith, pero no encontró el camino.
Todo se volvió negro.

Abrió los ojos. El techo de su habitación estaba iluminado levemente, con un brillo azulado. Sentía el calor de alguien a su lado. Se giró, Keith se había quedado dormido, su mano descansaba sobre su mejilla y el largo cabello negro le cubría parte de su rostro. Parecía más joven y... vulnerable.
¿Qué sentía realmente por Keith? ¿Era amor? ¿O simple cariño?
Clavó la mirada en el techo.
Sintió un desagradable tirón en el estómago.
Javier.
El maldito Javier.
Su vecino de enfrente, cuando aún vivía en Cuba. El niño de cabello castaño y rizado, con unos grandes ojos color caramelo y una piel cálida.
Lo veía cada vez que salía para ir al colegio. Tenía diez años en ese entonces y el concepto de enamoramiento era desconocido para él.
No iban a la misma escuela, se suponía que eran rivales; los colegios de ambos se alzaban sobre la misma calle y había constantes peleas por ese motivo, peleas tontas pero eran niños.
Lo veía salir siempre al mismo tiempo que él, su chaleco rojo lo señalaba como rival pero lejos de querer golpearle el rostro sólo sentía curiosidad por él.
Había algo en ese niño que lo hacía sentir extraño, no incómodo sino sólo un poco nervioso.
Recordó el día en que el niño le habló. El cielo apenas amanecía, hacía frío, llevaba una chaqueta azul encima de su uniforme y guantes rojos que eran de su hermano Scott. Le quedaban un poco grandes pero era preferible a tener los dedos congelados.
El vecino salió al mismo tiempo.
Llevaba una chamarra roja y guantes... azules. Al  verlo Lance soltó una carcajada.
El niño lo miró confundido por un segundo, lo miró, se miró y luego se unió a las risas.
Parados sobre la acera, separados sólo por unos metros. Fue el otro el que rompió las distancias. Lance se quedó rígido, ese chico era su rival, ¿qué debía hacer, golpearlo? ¿Insultarlo?
—Creo que nos mataran a ambos si vamos a la escuela con estos  guantes —dijo el niño, Lance podía ver las volutas de calor que salían de su boca—, ¿quieres  cambiarlos?
Lance sólo pudo asentir (tenia la boca extrañamente seca) y entregó sus demasiado grandes guantes rojos, descubrió, con cierta sorpresa, que los azules, le quedaban a la perfección.
Le agradeció y se alejó antes de que el otro pudiera decir algo.
Sentía el corazón latiéndole con fuerza, se llevó las manos a la nariz para tratar de controlar su respiración y se encontró con el olor a chocolate de su vecino. Y se sintió como un ladrón.
Los días pasaron y Lance comenzó a salir más temprano que el otro, no quería verlo de nuevo, no si éste se daba cuenta. A veces se encerraba en su habitación y lo veía en la misma posición que él, apoyado contra la ventana intentando ver algo, pero en caso de Lance ese "algo" era su vecino. Si alguien le hubiera preguntado porqué lo hacía no habría sabido que contestar, sólo lo miraba, no veía nada malo en ello.
Lance lo prefería así, pero al parecer al otro no.
—Hola —dijo tan pronto salió Lance. Estaban comenzando el nuevo ciclo escolar y era la primera vez que lo veía desde que habia regresado de vacaciones. El chico estaba apoyado contra la pared y ¡oh, sorpresa!, llevaba el mismo uniforme azul que Lance.
—¿Qué haces, y por qué vas vestido así?
—¡Somos compañeros! —dijo el chico emocionado—. Me llamo Javier.
Lance se quedó mudo. Era la primera vez que conocía el nombre de su vecino. Pero... ¿compañeros?, qué demonios sucedía?
—¿No me dirás tu nombre? —preguntó Javier.
—Soy Lance, pero, ¿cómo...?
—A mi no me veas, reclámale a mis papás.
Después de ello ambos crecieron juntos, se volvieron los mejores amigos, hasta que un día Javier decidió que ya no le gustaba tanto ser amigo de Lance.
—Me gustas Lance.
Estaban en la habitación de Lance viendo revistas de música de su hermano, Lance  estaba sentado en el suelo al pie de la cama donde Javier estaba.
—A mí también me agradas Javier.
—No, no me has entendido. Me gustas, mucho, desde niños.
Lance se giró para mirarlo. Tenía catorce años, sabía a qué se refería Javier.
—Di algo —pidió Javier. La desesperanza marcaba su bello rostro.
Pero Lance no sabía que decir, ni siquiera sabía cómo le hacía sentir eso. Javier bajó de la cama y se sentó frente a él.
—Lo siento, he arruinado todo. Lo siento, siempre...
—No —replicó Lance de inmediato— esta bien, a mí... también me gustas.
Ya estaba, lo había dicho, porque, ¿acaso no era cierto?, lo sabía desde hacía algún tiempo, le gustaba Javier, de esa manera. Le gustaba como se le enrollaban los rizos en las orejas, el color dorado de sus ojos, su pícara sonrisa.
Javier le sonrió y lo tomó delicadamente de la nuca, sus dedos eran como plumas, apenas podía sentirlos.
Lance se sentía perdido, pero Javier lo guió, lo besó suavemente en los labios robándole el aliento. Sabía a canela y a miel.
Javier fue el primero en besarlo. El primero en casi todo.
El primero en romperle el corazón.
Javier había entrado a su habitación una noche y se había acostado junto a él, al principio Lance se asustó, pero la voz de Javier lo tranquilizó.
Sólo durante un momento.
—Nos vamos a mudar —dijo mirándolo con sus enormes ojos.
—¡¿Qué?! No puedes hablar en serio —susurró angustiado Lance.
—Lo hago. Mi papá consiguió un nuevo empleo, en E.U, nos mudamos en una semana.
Lance no supo que decir, lo rodeó con sus brazos como si fuera un peluche y lo besó en la frente, Javier se apretó a él. Esa noche ninguno durmió, Lance al cabo de un rato comenzó a cantarle, una canción ya vieja que su padre solía cantar a su madre haciéndola llorar, Lance siempre había creído que la canción la hacía sufrir hasta que su padre se la había traducido, su madre lloraba porque amaba a su padre y él a ella.  Y eso era lo que sintió con Javier ahí en su cama, amor.
El último día Lance salió a despedirlo, no pudo evitar llorar al verlo marchar. Javier tampoco, se abrazaron y de pronto Javier lo tomó de la nuca y lo besó, enfrente de su familia. Y Lance no se apartó, ¿por qué lo haría? ¿Y qué si los miraban? Le daba igual.
Lo besó de vuelta, y Javier sabía a chocolate. A chocolate y a  lágrimas.

Habían pasado casi tres años de aquello. Javier se había ido a estudiar, y un año después él también se había ido, pero no logró encontrarlo a pesar de que lo había buscado desesperadamente, pero no encontró ningún rastro de aquel chico al que había amado. Aún lo extrañaba.
Miró a Keith.
¿Estaba traicionando a Javier? ¿Lo estaba?
O en realidad ¿sólo se traicionaba sí mismo, por no permitirse ser feliz?
Su mano encontró la memoria roja.
Y la nota.
La que había logrado esconder de todos y que aún no leía.
La alisó.

"Creo que sabes lo que ésto significa Lance, confío en que tomarás la decisión correcta".

Sólo eso. Nada más.
Y él sabía lo que significaba. Sabía lo que significaban las letras J.O.
Un dedo frío le recorrió la espalda. Todo se había complicado.
Pero tenía que resolverlo.
Despertó a Keith.
—Vamos, hoy te quiero sólo para mí —le dijo. El chico lo miró esperanzado y Lance tuvo que hacer un gran esfuerzo para no apartar la mirada y sonreírle. Lo besó en la mejilla.

—Gracias.
Ya había oscurecido en Arus. Y estaban de vuelta en su habitación.
Habían paseado por el planeta sin ninguna interrupción, Lance le había enseñado a ordeñar a Kaltenecker, su vaca, se había reído al saber que Keith era intolerante a la lactosa y sobre todo se habían besado, no enfrente de los demás, aún no. Lance quería que fuera algo realmente significativo cuando les revelará a los demás que quería a Keith. Pero eso debía esperar por el momento.
—¿Gracias? —repitió Keith— ¿Por qué?
—Por hacerme amar de nuevo.
Keith se sonrojó. Y lo besó profundamente.
—Sabes que me encanta la música, ¿verdad? —continuó  Lance casi sin aliento— la canción favorita de mi padre es "Carry on my Wayward Son", la de David es "All fall down", yo la encuentro un poco deprimente, pero cada quien, la de Scott es "Monster", la de Susana es "Take me to church", yo no tengo una en especifico, me gustan demasiadas, pero ahora mismo seria la de "Butterfly"; pero si le preguntas a mi madre hay una que en este momento te dedicó con toda mi alma.
Tenía que hacer eso. A pesar de que le dolía.
Lance tomó su celular y puso una canción en español, Keith lo miró confundido, no entendía nada.
Lance rió y lo besó en la frente. —Sólo debes hacer lo que dice la canción Keith, y eso es abrazarme, abrazarme fuerte.
Keith lo hizo. Y Lance se lo agradeció internamente. Lo quería demasiado. Y sabía que lo que iba a hacer destrozaría a Keith, pero tenía que hacerlo. Sólo él podía.

Lo miró. Keith se habia quedado dormido usando su chaqueta, le quedaba muy grande pero Lance lo encontró simplemente adorable en ella.
Quería recordarlo así.
Se vistió. Tomó la chaqueta roja de Keith, no pensaba usarla, le quedaría muy pequeña, pero quería tener algo de él. Algo que conservará el olor a fuego y a naranja de Keith.
Salió de la habitación en completo silencio.
Llegó hasta el búnker dónde descansaba el león azul. Lo despertó y salió.
Fuera del castillo.
Fuera de Arus.
Hacia Lotor.
¿La razón?
Una memoria roja.
La memoria que tenía las iniciales J.O.
Javier Olmos.
La memoria roja que Lance le había dado a Javier cuando él se fue.
La memoria que Lotor había obtenido de su antiguo vecino.
Y eso sólo podía significar una cosa.
Lotor conocía a Javier.
Y Lotor quería a Lance.
Y lo tendría.

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Canciones:
Carry on my Wayward Son, Kansas.
All fall down, OneRepublic.
Monster, Starset
Take me to church, Hozier.
Butterfly, BTS
La canción que Lance le canta a Javier es I don't want to miss a thing de Aerosmith.
Y la última sí, es la de Juan Gabriel.
Si ves esto Matilda Ro. Feliz cumple de nuevo.
Y Diana Polet, gracias por haber mancillado mi muro.

Don't Leave AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora