7.

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—¡Vee!.— Escuché la voz proveniente de mi hermana.—¡Vee!.— Volvió a gritar y luego apareció bajo el marco de mi puerta.

—¿Qué quieres?.— Pregunté.

—¿No te habéis puesto mi top beige?.—Dijo molesta.

—Nunca me pongo tu ropa de ramera Analieth.— Contesté acomodándome en la silla y retomando mi lectura.

—¡Venus!.— Me reprendió mi madre. 

—Bromeaba.— Contesté sin apartar la vista de mi libro. 

—Su padre y yo debemos irnos, volveremos en un par de días y no olviden ir de compras chicas, debemos viajar y no estaremos aquí durante el fin de semana ¿bien?.—Dijo con voz suave.

—¡Súper bien!.—Gritó eufórica mi hermana y mi madre le echó un vistazo; examinándola.—Solo que me encanta ir de compras.— Mintió.

—¿Verónica?.— Preguntó papá.— Se hará tarde y no quiero retrasarnos más por el tráfico. Vamos cariño, apresúrate.— Dijo papá.

—Cuidaros niñas.—Se despidió dejando un beso en la mejilla de cada una.

Por último Analieth se dirigió a su cuarto, haciendo una danza victorial gracias a que padre y madre viajarán para cuándo entonces, será su fiesta.

—Vee alístate.—Escuché a mi hermana en la otra habitación.

—¿No?.—Dije.

—Iremos de compras, quiero que padre y madre estén felices con nosotras, así más seguros estarán de viajar.—Respondió obvia.

—Ve tú, yo no iré.—Hablé intentando poner mi atención en el libro.

—Como quieras.— Contestó antes de salir.

Cuando por fin estuve en la tranquilidad absoluta, me tiré sobre mi cama y decidí colocar los casquillos de mis audífonos en mis oídos y centrarme en mi libro, pero no tardé mucho en caer en un sueño profundo.

El cuál, después de unas horas de placer;  mi hermana logró interrumpir.


¿De nuevo? Joder, creí que habíamos quedado en que no traería más chicos a casa. 

Maldita sea.

De repente, una silueta alta y esbelta apareció en mi habitación. ¿Quién era él?.

—La habitación de Analieth es la siguiente.—Hablé molesta bajo las sábanas.

No podía ser peor.

—¿Quién es Analieth?.— Preguntó la voz gruesa de Nicholas.

—Annie.—Me corregí.

—¿Quién es Annie?.— Preguntó, ahora; burlón. ¿Qué le hacía tanta gracia?.

—¿La chica que te acabas de follar?.— Le recordé.

—Oh.—Dijo y de pronto me imaginé un bombillo sobre su cabeza. No puedes ser más idiota Vee. —No me importa.— Agregó desinteresado.

—Pues a ella sí, no hace más que hablar de ti, incluso, creí que eras su novio.—Contesté y una pequeña carcajada gruesa salió de su garganta.

—¿Te ha dicho que soy su novio?.—Rió más fuerte.

—No sólo a mi.—Respondí inquieta entre las sábanas.

—Las chicas son estúpidas.—Levantó sus hombros.

—¿Disculpa?.—Inquirí.

—Y además sordas.—Agregó.

—¿Y a todas estas que haces en mi habitación?.—Inquirí de nuevo.

—Solo quiero saber si no has visto un preservativo.—Dijo.—Ya usado, claro.—Rió obvio.

—Largo.—Espeté decidida. 

—Oh vamos, estoy seguro que fue una buena broma.—Sonrió malicioso.

—Y yo estoy segura de que si no sales de mi habitación, lo único que encontrarás será mi cactus en tu trasero.—Ataqué tomando la plantita sobre la mesita de noche.

—Vete al diablo niña.— Contestó bastante irritado.

—¿Sucede algo amorcito?.— Apreció Analieth, quién no tardo en montar un escenario romántico en mi habitación.

—Me debo ir.—Habló él, fastidiado.

—Auch. ¿Por qué ahora?.—Dijo mi  hermana con voz de niña. 

—Por que sí. No fastidies.—Contestó antes de quitársela de encima y salir de la habitación.

Mis ojos se clavaron en los de mi hermana, quién lucía enojada.

—¿Qué miras?.— Preguntó.—Tiene problemas en su casa Vee.— Agregó.

—Estás en mi habitación Analieth. Y no quería saber nada de tu estúpido novio.—Dije levantando los hombros.

—Como sea.— Rodó los ojos caminando a su habitación. 

Vaya, realmente sí la quiere.. Nótese mi sarcasmo.

—Analieth.— Le llamé cuando deambulaba por el pasillo.—Creí que habíamos quedado en que no traerías más chicos aquí.—Dije molesta.

—Que yo sepa, tu dijiste que no querías que trajera chicos a irrumpir en tus aburridas noches, pero nunca hablaste de las tardes.— Me dedicó una sonrisa fingida. 

—Bien, pues si no quieres tener problemas con padre y madre, no traerás chicos aquí, ni en la mañana, ni en la tarde, ni en la noche, ni en cualquier maldita hora del día, o yo misma me encargaré de que nuestros padres se enteren.— Contesté severa y su quijada se apretó.

—El hecho de que no tengáis una vida como la mía y por el contrario solo tienes una existencia llena de pesares y libros estúpidos, no significa que debáis cohibir a los demás de que si tengan una vida, en todo el sentido de la palabra. Y por quincuagésima vez Vee, no me fastidies.— Respondió irritada.

—¡Vaya!.— Dije asombrada.— Quincuagésima es una palabra bastante larga y sorprendente si se trata de ti. Veo que estás avanzando, hermanita.— Agregué acentuando la última palabra.

—Cómo digas, hermanita.— Respondió sarcástica y cada una caminó hasta su habitación. 


La sangre era lo único que teníamos en común. 





V E E .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora