Court giró la cabeza, entrecerró los ojos y se levantó. Caminó
sobre los cristales rotos, abrió la puerta y se encontró a Annalía
desafiante, con la barbilla bien alta.
—Quiero salir de la habitación. No me gusta estar encerrada.
No era una petición, le comunicaba lo que deseaba. Él estaba harto
de que ella lo tratara como a un lacayo, harto de que ella lo mirara por
encima del hombro.
—Te dejaré salir. Pero sólo si limpias el estropicio que has
organizado.
Ella se burló y empezó a cerrar la puerta. Delante de sus narices.
Court volvió a oír risas.
Sujetó la madera con sus dedos deteniéndola.
—Vas a limpiarlo de todos modos.
—Ni hablar, MacCarrick. Me niego —dijo ella orgullosa—. Te lo
merecías, ellos se lo merecían, por haberme secuestrado.
—Quieres salir, pues límpialo.
Ella lo miró aún más enfadada, separó los labios para hablar y él
supuso que iba a oír otra contestación altiva. Pero en vez de eso, ladeó
un poco la cabeza, se mordió el labio inferior y susurró:
—Está bien.
Eso sí que no lo esperaba.
—¿A qué viene este repentino cambio de actitud?
—Odio estar encerrada. Y tengo hambre.
Él sabía que ella tramaba algo, pero no se le ocurrió nada para
impedir que limpiara todo lo que había roto.
—De acuerdo entonces. Le diré a Liam que te ayude a barrer.
Ella aceptó con la cabeza y caminó despacio, moviendo la falda,
hasta la pila más alta de escombros. Cuando se agachó, él intentó no
mirar su exagerado escote.
—Dios santo —exclamó alguien. ¿Fergus? ¿Se había despertado
justo para ver aquello?
Court se dio cuenta de que los otros tampoco lograban apartar los
ojos del subir y bajar de sus pechos mientras respiraba.
Con los puños apretados y una mirada asesina se puso justo
delante de ella para taparla. Annalía vio sus botas y luego, poco a poco,
todo su cuerpo; ella levantó la cabeza hasta encontrarse con su mirada.
Maldito vestido. Era todo eso por culpa del vestido. No porque ella
lo mirase con la cabeza ladeada de tal modo que su melena caía hacia un
lado. No porque él hubiera recorrido con la lengua aquella piel dorada y
recordara su adictivo sabor.
Annalía volvió a concentrarse en limpiar, y recogió varios adornos
de plata, un joyero de madera que de algún modo no se había roto, un
cepillo de plata y un espejo de mano, un espejo roto.
—Eso trae mala suerte —dijo Liam preocupado.
—Como si antes de romperlo la tuviera buena —dijo ella mirando a
Court.
Él apretó los dientes.
—Liam terminará de recogerlo. Cuando hayas guardado todo eso,
ven a comer.
Ella dudó un instante pero luego, aunque estaba de rodillas delante
de él, aceptó la invitación como si fuera una reina que está concediendo
un favor a un caballero. Cuando regresó, llevaba el pelo recogido y tenía
el escote enrojecido, seguro que por culpa de haber intentado subirse
ese escote, quizá había ganado unos milímetros.
Él la sentó a su lado y le sirvió un poco de pan, queso y una
manzana. Ella había dicho que tenía hambre, pero no comió nada. Y aquel
vestido color fuego seguía atrayendo todas las miradas hasta que él no
pudo más. Bajó la voz y dijo:
—¿No tienes nada menos... atrevido?
—No, no lo tengo —contestó Annalía pronunciando cada sílaba
mejor de lo que él lo había hecho nunca—. Tu joven secuaz, Liam creo
que se llama, cogió sólo vestidos de fiesta.
Court se quito la chaqueta.
—Ponte esto. —Al ver que ella lo miraba como si fuera a morderle,
añadió con más fuerza—. Cógela.
Ella se levantó para ponérsela. La chaqueta le llegaba hasta más
abajo de las rodillas y le cubría las manos por completo.
—Remángate las mangas, siéntate, y come. Ya sé que no es el tipo
de comida al que estás acostumbrada, pero tendrás que conformarte.
Como ella seguía de pie, Court dio un tirón de la chaqueta y la
sentó de golpe.
Dos segundos más tarde, Annalía dijo:
—Me siento incómoda y me gustaría marcharme.
Sin comer.
—¿Nuestros modales en la mesa no son de tu agrado?
Ella fingió que estudiaba la pregunta y luego contestó:
—Hmmm. No es eso. Creo que es vuestra técnica de raptos la que
falla. Nunca me habían secuestrado de un modo tan vulgar.
Qué raro, él casi sonrió. Tenía que reconocer que ella podía ser
mordaz cuando se lo proponía. Cogió la manzana, miró a Court de arriba
abajo, levantó la barbilla, y se dio la vuelta. Él dejó que se fuera, pero la
siguió con la mirada hasta que llegó a la puerta.
—Parece que la estás conquistando —dijo Gavin riéndose.
Court se dirigió a ellos.
—Ella me adora. Empieza a ser agobiante.
Su chaqueta hecha una bola chocó contra su cabeza.
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SI TE ATREVES
Historical FictionCarrickliffe, Escocia, 1838. Tu bella esposa tres hijos oscuros te dará. Y hasta el día que leas esta maldición te llenarán de felicidad. Cuando tus ojos se encuentren con estas palabras, tu vida terminará. Morirás sabiendo que tus tres hijos maldit...